martes, 21 de julio de 2009

Capitulo 7 - Los Abuelos Del Hombre

Pedro Lapido Estran
El Arca de las Nieves Eternas
Capitulo 7 - Los Abuelos Del Hombre.





Desperté‚ plácidamente. Somnoliento aún, busqué instintivamente con las manos a mi perro - lo extrañaba -; la luz que penetraba por la ventana circular iluminaba vivamente el ambiente. Pensé que en días así, era frecuente que yo saliera de compras, con él tironeando sin cesar de la correa, hasta largar espuma blanca por la boca de tanta agitación. Rogué‚ que a mi vecina no se le ocurriera desprenderse de él, cuando se enterara de la desaparición de mi avión. Me levanté‚ o más bien surgí, de entre los pliegues de la cama /globo. Sobre un asiento cercano había un traje de color negro con algunos matices grises, evidentemente limpio. A su lado, lo que yo creí una bata pero que en realidad más se parecía a una toga, pues se colocaba por la cabeza y llegaba entera hasta los tobillos, disponiendo de anchas mangas.
Vestido con ella, me acerqué‚ a la ventana desde donde se veía el jardín. Volvió a asombrarme la forma en que se descomponía la luz del sol al atravesar la niebla. En realidad todo estaba iluminado por un perenne arco iris.
Me dirigí al baño, al cual me aseguré‚ de cerrar por dentro y mientras evacuaba mi cuerpo, pensaba en cuáles serían los cambios que se producirían en él, según anticipara Olma. Por de pronto, lo único que noté‚ fue una cantidad de desechos mayor que la de costumbre. Apreté‚ el botón del supuesto inodoro que se encargó mágicamente de todo y luego me traslade‚ al tubo de baño. Estuve un largo rato dentro de él, disfrutando el placer de flotar y sumergirme dejándome caer hasta el fondo, en donde me acuclillaba como un bebé‚ en el útero materno. Algo que podía estar en la composición del agua o en el artefacto mismo, provocaba que el cuerpo tendiera siempre a subir apenas uno relajaba los músculos.
Terminé‚ de bañarme y me dirigí a la habitación en donde examiné‚ el traje que seguramente había dejado Olma para mí. La suave felpa interior era más gruesa debajo de los brazos, en todo el espacio que ocuparía un slip, sobre el estómago, todo a lo largo de la columna vertebral y sobre los riñones. Debajo de los brazos y en el espacio del slip, la tela estaba impregnada en talco de diferentes aromas.
Me vestí y regresé‚ al baño donde tras aceptar la imagen de un espejo, traté‚ de conseguir algo con qué‚ afeitarme, sin lograrlo. Repasaba mis dedos sobre la barba, cuando Olma traspuso la puerta, vestida esta vez de rojo; El ceñido traje resaltaba sus formas mejor que el amarillo anterior. Siempre adivinando mis necesidades, se acercó a mí portando un pequeño recipiente en su mano izquierda del cual tomó una porción de su contenido con los dedos de la otra mano y dijo:
- Con su permiso, Teniente. Ha dormido usted bien? - Y mientras tanto untaba mis mejillas con una crema verde fosforescente que apenas depositada sobre mi piel, generaba un intenso calor.
- ¡OH sí! - pude contestar, mientras trataba de esquivar los dedos de su mano deslizándose sobre mis bigotes.
Apenas terminó de cubrir mi cara fue en busca de un objeto que parecía la hoja de un pequeño cuchillo de vidrio, de sección triangular o más bien romboidal. Con él procedió a retirar la crema por el sitio donde había comenzado a colocarla. En un par de minutos mi cara estaba tersa como la de un bebé‚ y sin un rasguño sobre la piel. Me señaló luego el sitio donde guardaba los elementos utilizados y salió del baño sin decir nada más. Creí que la divertía jugar conmigo de esa manera.
Me entretuve unos minutos más y luego descendí al piso inferior. Ella desayunaba junto a sus padres. Attóm y Amalík me saludaron cordialmente y esta última, colocó sobre la mesa frente a mí, un recipiente humeante y otro con tortas que me recordaron a las tortas fritas que hacía mi madre. El líquido sabía a hierbas serranas y las tortas eran exquisitas. Observé‚ que mi bebida y mi comida eran diferentes a las de ellos. Deduje que se estaban cumpliendo meticulosamente las instrucciones de Redent.
Intercambiamos algunos comentarios y luego Attóm y Amalík se fueron. Rato después, descendimos Olma y yo. Ella depositó varios recipientes vacíos parecidos a los que trajera del Centro de abastecimientos, en un receptáculo al que se tenía acceso desde la calle y uno más grande, con desperdicios, en otro sitio similar. Cuando salimos pude observar que los hombres de verde recorrían todas las viviendas y mientras unos recogían los envases de comida - evidentemente reciclables – otros reemplazaban los recipientes llenos de basura por gemelos vacíos. Esto se hacía en forma de operativo con gran cantidad de personal y de vehículos que rotaban en forma continua, lenta y meticulosamente y sin dejar ni un residuo por mínimo que sea a sus espaldas.
- Que extraño- dije - con vuestra tecnología estas tareas ya deberían estar exclusivamente en manos de las máquinas.
- Pobre favor se le haría a nuestros hombres y mujeres demostrándoles que pueden ser reemplazados por un conjunto de circuitos, tuercas y cables. No teniente, nuestras máquinas se utilizan para hacerle más agradable el trabajo a nuestra gente, no para denigrarla.
Me prometí coserme mi estúpida bocaza en la primera oportunidad que tuviera aguja e hilo a mano. Observé a los hombres y mujeres de verde que estaban trabajando y sus actitudes distendidas y alegres me convencieron de que el sistema funcionaba. Olma intercambió saludos con varios de los trabajadores y ya no me quedaron dudas. Estaba viendo basureros felices que eran amigos de una oficial de su fuerza aérea y lo manifestaban públicamente. Era una situación que jamás vería en mi medio. Más tarde, dejamos nuestro vehículo en el estacionamiento y nos trasladamos al Centro de Seguridad. Esta vez, no nos encontramos con mis compañeros; evidentemente llegábamos retrasados.
Poco tiempo después estábamos en el salón de la Regencia. Nos saludamos y nuevamente quedamos a disposición de Antiza, para que ésta prosiguiera su relato sobre lo que yo llamaba "Los abuelos del Hombre".
Ella se acercó, vestida con su traje color cobre y mi atención volvió a quedar atrapada por sus movimientos; tanto que no retuve las palabras que intercambió con Kingston y sólo desvié mis ojos cuando se iluminó la pantalla de proyección y en ella apareció el astro artificial. Recordé lo que habíamos visto y oído en la entrevista anterior y me di cuenta que ya no me parecía un cuento fantástico y que además estaba interesado en saber cómo seguía la historia. Y entramos en ella a través de las imágenes y la voz de Antiza: La esfera giraba en el espacio brillando intensamente en la semi oscuridad que el moribundo sol apenas era capaz de alterar. Adentro, las razas de tres mundos organizaban su nueva vida temporal bajo la supervisión y el control de los gigantes.
Cuando llegó el momento de la partida; cuatro naves enormes rodeaban el astro artificial. Y cuando decidieron ponerlo en movimiento, una serie de destellos de distinta magnitud se vieron sobre su superficie. La esfera aceleró un poco la rotación sobre su eje y de pronto como si se le hubiese dado un impulso parecido al efecto que se le da a un balón, salió disparada en una dirección, mientras los gigantes entraban y salían con naves auxiliares más pequeñas por las aberturas polares, en una evidente acción de coordinación y control sobre el efecto que este nuevo movimiento ejercía en las razas refugiadas adentro.
Luego, se terminaron las idas y venidas y sólo quedaron en el espacio, el fantástico astro hueco y las cuatro naves que lo acompañaban; pero esto no duró mucho tiempo. En un momento dado, como si hubiesen estado citadas en un punto; naves espaciales de distinta conformación fueron apareciendo desde orientaciones diferentes. Al cabo de un tiempo, todo un convoy de vehículos seguía a la esfera en su viaje. Pronto comprendimos que el astro hueco no sólo servía de hábitat a las razas asistidas, también atendía a las otras agregadas luego, que si bien podían valerse técnicamente por sí mismas para su desplazamiento, esta ves contaban con los elementos naturales que se desarrollaban adentro del astro hueco, para su abastecimiento y con su superficie exterior como una enorme base capaz de albergarlos a todos juntos en su viaje por el universo. De hecho así lo hacían; el planeta artificial era una enorme colmena y las naves, aterrizaban y despegaban de él como un enjambre de abejas, turnándose para acompañar a las naves de los gigantes. Un plan fantástico estructurado meticulosamente; todos los habitantes de un sistema en un sector del universo, se desplazaba por el espacio, como los nómades por el desierto en busca de un oasis para cada uno de ellos.
Durante los años que duró la travesía, algunos componentes de la fantástica caravana que por su tecnología e intelectualidad podían valerse por si mismos, se separaron tomando otro rumbo o se detuvieron en planetas o lunas que consideraron adecuados. Los gigantes por su parte, siguieron adelante con su enorme trabajo de educación, alimentación y control, transformando a las tres primitivas razas rescatadas a medida que transcurría el tiempo.
Así, fueron descubriendo que los blancos tenían predilección por los conocimientos técnicos, que asimilaban y ponían en práctica rápidamente, mientras los amarillos se inclinaban más hacia los conocimientos del espíritu y las disciplinas que mejorasen al hombre física y filosóficamente. En los negros se encontraban las dos predilecciones, dispersas en una indolente pereza.
Al llegar a nuestro sistema, los maestros consideraron que el tercer planeta reunía las condiciones necesarias para la radicación de las razas que protegían y decidieron detenerse. Las razas que aún los acompañaban eligieron quedarse también en el sistema. Una se radicó en el cuarto planeta, otra en una luna del quinto y una tercera en una luna de sexto. Para su adaptación contaban con el apoyo de la tecnología de los gigantes, capaz de cambiar un mundo por completo.
El astro viajero fue colocado en órbita alrededor de la tierra, pasando a acompañar al satélite original que ésta tenía; mientras los gigantes reconocían palmo a palmo los continentes.
Antiza contaba la historia acompañándola con imágenes. Al llegar a este momento del relato, apareció en la pantalla un planeta parecido a la tierra, pero que no era la tierra tal cual la conocíamos; entonces, reemplazó la imagen por un planisferio con los perfiles atlánticos, de América, Europa y África, bien definidos y prosiguió:
- La tierra de la época en que llegaron nuestros ancestros hace unas decenas de miles de años, era algo diferente en su conformación geofísica a la que hoy conocemos; pero de todas las diferencias que pudiera detallarles, me detendré‚ en dos que son fundamentales para mi exposición.
La Regente tomó un objeto con su mano derecha y utilizándolo como un lápiz, comenzó a dibujar sobre la misma pantalla con trazos lumínicos de otro color, al tiempo que decía:
- Primero: el círculo glacial ártico, que a partir del paralelo 60 norte, cubría toda la parte superior del globo con una capa de hielo que engrosaba en los bordes, formando un anillo en donde la pared exterior superaba ampliamente los 200 metros de altura-.
Había dibujado rápidamente, con trazos firmes y sin vacilar, una línea circular de la cual tomé‚ dos puntos de referencia; pasaba entre Escocia y las islas Faroes en el Atlántico Norte y un poco más arriba del Bósforo en la zona de Medio Oriente.
Antiza se detuvo un momento, nos observó como dando lugar a alguna interpelación que no hubo y luego prosiguió describiendo y dibujando con la misma velocidad y seguridad de acción.
- Segundo: el Continente Atlántico, situado en medio del espacio existente entre Europa - África y América, que hoy ocupa en su totalidad el Océano Atlántico.
- ¡Por Dios! ¿Acaso vamos a hablar de la Atlántida? - dijo Kingston, entre asombrado e interrogativo.
- Todavía no, Doctor, pero sobre este Continente que voy a describirle se desarrolló precisamente la primera nación más inteligente, soberbia, poderosa e inmoral que habitó nuestro planeta. Y sin otorgarle más tiempo al viejo, prosiguió:
- Estaba compuesto por dos partes bien definidas: La del Norte, comenzando a la altura superior de Irlanda, extendía un apéndice hacia América para descender luego en dirección a las Guayanas americanas, estrechándose, doblando hacia África, siguiendo el perfil de Sudamérica y terminando en la línea del Ecuador, a la altura de las islas San Pedro y San Pablo; con su límite Este sobre la línea del Meridiano 20. Del lado europeo, las Islas Azores eran el límite de su perfil frente a la boca del mediterráneo; luego, la costa se desviaba al suroeste y bajaba casi paralela al Meridiano 40 hasta formar un estrecho cuello y avanzar al sureste, encontrándose con la línea anterior.
El dibujo que terminó, me pareció la bota italiana, pero apuntando hacia el este y por supuesto diez veces más grande. Antiza continuó:
- La del Sur, separada de la anterior por un estrecho no más ancho que el Canal de la Mancha, comenzaba un poco más arriba de la línea del Ecuador. Su borde Oeste bajaba verticalmente después de avanzar brevemente hacia América, en una línea que pasaría sobre la actual Isla Ascensión, llegando hasta el paralelo 25 Sur en donde doblaba hacia América, bajaba hasta el Meridiano 30 Oeste y de allí subía hasta la Isla Trinidad, formando una península y avanzando en un apéndice que apuntaba hacia el Sur y se acercaba al Continente Americano. Doblaba luego hacia el Atlántico y formaba un arco que descendía hasta el paralelo 50 sobre la línea del Meridiano 25 Oeste. Después torcía al Este en donde se encontraba con la línea del otro lado que bajaba tocando la Isla Gaugh, para formar un istmo muy estrecho que la comunicaba con un sector que bien podría considerarse como una tercera parte de no ser por la sección que las unía. Esta, bajaba hasta casi tocar el paralelo 60 y luego ascendía apuntando al Este, pasando sobre el eje de la Isla Bouvet y armando una península que llegaba hasta el meridiano 45 Oeste; regresaba casi hasta el cero, ascendía hasta el paralelo 40 y allí bajaba al Sur, formando un largo golfo de entrada estrecha que llegaba hasta el istmo mencionado.
Desde la boca del golfo, la línea ascendía, doblaba al Este y regresaba al Oeste, formando otra península a la altura de la actual Tristán de Acunha, volvía a ascender esta vez verticalmente al meridiano 5 Oeste, para llegar hasta Santa Elena, armando una tercer península y seguía ascendiendo hasta pasar brevemente el Ecuador, bajar y subir formando una angosta bahía y concluyendo en el estrecho donde comenzara su descripción.
Ella había hablado y dibujado con la misma certeza y celeridad; yo ya estaba perdido cuando andaba por la mitad del relato y ahora, viendo el dibujo ya terminado, se me ocurría que la parte sur del continente se parecía a un canguro con la cola levantada y saltando; ( por supuesto que no lo mencioné‚ ) y Antiza continuó hablando:
- La característica principal de este continente era su poca altura sobre el nivel del mar; pues pese a tener un eje montañoso en toda su extensión, ninguno de sus picos excedía las alturas serranas. El resto de la superficie era una planicie apenas alterada por suaves estribaciones con ríos y arroyos de poco caudal; tierras fértiles, exentas de alimañas, de costas suaves y bosques espaciosos, que aparecía geológicamente como un continente más joven que la América y el África de entonces, donde las junglas, pantanos, torrentes y montañas, ofrecían un medio marcadamente más agresivo y en donde además no sólo había animales peligrosos, sino que por todas las zonas de Europa que se encontraban afuera del gran anillo ártico y partes de África y Asia, deambulaban gran cantidad de homínidos de pequeña estatura y robusta contextura, clasificados en vuestra antropología como Neanderthales; seres de frente hundida y mandíbulas prominentes que variaban en sus características exteriores de región en región, pero siendo básicamente del mismo género.
Kingston la escuchaba en silencio, con el mentón apoyado sobre su mano derecha y el codo del mismo brazo sobre la mano izquierda, que descansaba cruzada sobre su barriga. Cada tanto, sacudía su cabeza de una u otra forma sin que yo lograra saber si eran gestos de aprobación o de duda. Antiza, despreocupada de él por el momento, siguió adelante:
- En cambio, en todo el continente atlántico, no se encontraban homínidos y en las especies animales no había integrantes que pudieran afectar a los humanos. De más está decirles que este fue el continente elegido por los Gigantes para radicar a las razas que trajeron. Decidieron colocar, a los blancos en la parte Norte, los negros en la parte Sur y los amarillos en el último sector austral; que por estar conectado con el anterior por un istmo tan estrecho, posibilitaba de ser necesario, la fácil separación de los pueblos.
El tiempo avanzaba favorablemente para las tres razas, que seguían evolucionando. Los blancos asimilaban la tecnología rápidamente; pero eran díscolos, rebeldes, mal predispuestos a la integración con las otras razas y propensos a realizar toda clase de violaciones a las normas establecidas por sus benefactores y maestros, quienes los controlaban severamente a causa de estas actitudes. Los amarillos eran un pueblo dócil y sabio, interesado sustancialmente por la filosofía y las ciencias naturales; tenían un gran respeto por todo lo relacionado con el Universo y observaban su entorno analíticamente. Todo lo que detectaban en la tierra, las plantas y los animales, lo incluían en una filosofía introspectiva con la cual regulaban su conducta personal y social. Como contraste, no le dedicaban tiempo a las inquietudes tecnológicas, a no ser que les sirviera a su confort o a su divertimento. Los negros, mostraban heterogeneidad en sus preferencias, con dos características comunes; el apego a la familia y la indolencia.
Todo hubiera transcurrido bien de haber proseguido la historia bajo la tutela de los gigantes, pues éstos habrían encontrado la forma de lograr que las tres razas se entrecruzaran formando una sola, o de que convivieran adecuadamente. Pero lamentablemente sucedió un imprevisto.
La explosión del sistema que habían abandonado, tuvo una magnitud mayor que la esperada; con tantas complicaciones que hasta se solicitó el regreso de las naves que permanecían en órbita dando asistencia a los que trabajaban sobre el planeta.
Se establecieron bases de apoyo al continente Atlántico en distintos lugares de la tierra y allí se radicaron parejas de científicos especialistas con la misión de estudiar a los homínidos y sus posibilidades de evolución e integración futura con las razas recién llegadas. Luego, las cuatro naves portadoras partieron de regreso, con la intención de interceptar a varios cuerpos astrales que viajaban en curso de colisión con la tierra.
Transcurrió el tiempo sin alternativas diferentes, hasta que los gigantes recibieron noticias alarmantes: Un astro había escapado a la intercepción sin ser destruido ni desviado y las portadoras, ocupadas en tareas de emergencia de enorme magnitud, no podían regresar. La inquietud los invadió; ¿Cómo trasladar las razas hacia el astro hueco nuevamente sin las portadoras? Y en todo caso ¿Cómo sacar a la luna de órbita sin ellas? - además, el tiempo estaba en su contra.
Con prisa, alertaron a las otras razas del Sistema, aportando sus conocimientos para que enfrentasen el peligro con mayores posibilidades. En cuanto a ellos, sólo les quedaba esperar y actuar frente a la emergencia misma.
No los preocupaba su destino sino el de la obra que estaban llevando a cabo. Si ellos desaparecían, las razas perderían el nexo con sus orígenes y entonces, sólo lograrían edificar sociedades confusas sin posibilidades de establecer una civilización homogénea.
Y así pasó el tiempo. El cuerpo astral en curso de colisión resultó un astro enorme que venía hacia ellos a velocidad vertiginosa. Salieron a su encuentro con los elementos disponibles y con tenacidad y riesgo lograron alterar su rumbo evitando el choque directo; pero no pudieron evitar que el errante atrape en su gran fuerza inercial a la luna original de la tierra y arrancándola de su órbita la lleve consigo hacia el interior del sistema.
La fuerza gravitacional del sexto planeta incide sobre los astros errantes, provocando una colisión y fragmentación que da nacimiento a grandes asteroides. La muerte se ensaña con una raza radicada en una de las diez lunas del gigante mientras en otras se lucha desesperadamente contra las alteraciones que produce el suceso.
En la Tierra, la desaparición del satélite original, provocó efectos desastrosos. Las aguas descendieron su nivel, la presión y la gravedad se alteraron y la traslación y rotación del planeta se modificó. Los gigantes sufrieron las peores consecuencias: Perecieron, o enfermaron gravemente; se produjeron mutaciones, deformidades y pérdida de inteligencia en ellos. Recordé de pronto a aquel gigante que emborrachara Ulises y me pregunté si no habría sido ese, el momento de su nacimiento. Me esforcé hasta recordar su nombre: "Polifemo", pero no me atreví a mencionárselo a ellos. Y Antiza prosiguió:
- Los pocos Gigantes ilesos quedaron enfrentados a una situación que no podían controlar por su carencia de equipos. Las alteraciones en el planeta, surgían y desaparecían unas tras otras; y las alteraciones en sus congéneres se sucedían a la par. Era el caos, un caos en donde la raza blanca, uno de sus pueblos protegidos, pondría la nota final.
La paradoja del desastre se dio en que, mientras los Gigantes tenían enormes dificultades, aun para permanecer en el planeta, debido a los cambios atmosféricos; los pueblos transplantados no fueron afectados; por el contrario, la nueva atmósfera pareció posibilitarles una mayor dinámica energética.
Pero mientras el pueblo negro abandona su tradicional indolencia y se ofrece presto a colaborar con los agotados maestros en las labores que estos indican y el pueblo amarillo además, estructura sus propias organizaciones comunales de apoyo, encargándose del cuidado de los Gigantes enfermos que se hallan en su sector; el pueblo blanco en cambio, se rehúsa a obedecer las indicaciones, creando dificultades que originan sucesivos conflictos. En vano algunos individuos proponen la obediencia y el trabajo como recurso válido para ayudar a los Gigantes a reorganizar el continente; son avasallados por otros, ambiciosos e inescrupulosos, que especulan con sacar ventaja de la situación, postulando la independencia de la tutela ejercida por los maestros, hablando de "libertad" y solicitando para ellos el poder del gobierno.
Estos agitadores respaldaban sus pretensiones con individuos que presionaban y atemorizaban a los otros. La reacción no tardó en producirse. Los agredidos se organizaron; algunos para defender su dignidad y sus familias, otros para oponerse a las ansias de poder de sus vecinos. Los enfrentamientos se sucedieron rápidamente. Al principio con armas rudimentarias y luego con mejores elementos. La lucha armada entre los distintos grupos, anuló todo intento de organización continental y todo se descontroló, sumergido en una enorme guerra civil; "La primera guerra de la tierra".
Los pocos Gigantes sanos, no pudieron controlar la situación. Las bases de apoyo extracontinentales ya no servían; algunas habían sido destruidas por sus mismos compañeros enfermos. La actitud de algunos de estos enfermos en el continente, da lugar a los agitadores blancos a justificar el ataque a sus antiguos maestros. Estos ya no están seguros entre ellos; es la nota final. Los Gigantes dan por fracasado el proyecto y se dedican a desmantelar o destruir los emplazamientos que puedan otorgar tecnología bélica a los contendientes. Mientras tanto, algunos blancos muy allegados otrora a sus maestros, comprenden el desastre y se retiran hacia los otros continentes con la sana intención de no participar en la contienda. En su desplazamiento son semi protegidos por los Gigantes en una de sus últimas acciones, antes de retirarse del planeta.
Antiza se detuvo, tal vez para resollar y en medio del silencio que ni siquiera Kingston se atrevió a romper, yo me puse a pensar en un amigo de mi padre que nos visitaba cada tanto cuando yo era niño. Era un marino Griego a quien mi padre apreciaba mucho y al parecer debía favores importantes; Por mi parte, cuando llegaba él, llegaba una parte del mundo que yo desconocía. Fascinado, le escuchaba contar sus historias de navíos y tormentas, de lejanas tierras y de gente diferente a la que yo trataba cotidianamente. Pero lo que realmente me atrapaba, eran las viejas leyendas de su raza. Ellas alimentaron mi imaginación con héroes que viajaban en caballos alados, sirenas que cantaban para seducir a los hombres, perros con dos cabezas que guardaban entradas, seres monstruosos a quienes no se los podía mirar a los ojos... pero en este momento yo recordaba particularmente dos nombres: Gerión, el que cuidaba las vacas en una isla y Anteo el que guardaba la entrada al Jardín de las Hespérides; ambos eran atlánticos y... "Gigantes", hasta que el mítico Hércules los matara.
Antiza, realizó unos trazos en la pantalla y prosiguió describiendo la fuga:
- Algunos, aprovechando la cercanía de Irlanda, escapan hacia el Noroeste y también hacia el Este entrando por la península de Cherburgo a la actual Francia. Otros se hacen a la mar, desde la zona de las Azores, desembarcando en España y costas de África, o penetrando por el Mediterráneo. Uno de los grupos mayoritarios parte hacia el Sur, llevando consigo todos los conocimientos rescatables e incluso a algunos Gigantes enfermos que cuidan con esmero. En su retirada, van exponiendo sus razones ante la confundida gente, algunas de las cuales se suman al contingente que por llevar entre sus filas a los enfermos son especialmente protegidos de la agresividad de los revoltosos.
Después de pasar a la parte Sur del continente, se ocupan de alertar al pueblo negro sobre el peligro que se avecina. Asesoran a algunos grupos sobre la construcción de navíos similares a los que ellos utilizaran para cruzar el estrecho y siguen su camino hacia el Sur, convencidos de que deben alejarse lo más rápidamente posible de sus congéneres.
Al llegar a la mitad del continente sur, el contingente se divide en dos. Uno, dobla hacia el Oeste y desde la península más próxima pasa al continente americano y sigue avanzando hacia el Suroeste ( son los ancestros de nuestra comunidad ); El otro, que decidiera seguir hacia el Sur, cruza el istmo, entra en contacto con la raza amarilla y motiva la salvación de muchos, ya que fabrican navíos y se hacen a la mar tiempo después, dispersándose por el Atlántico Sur hacia el Este e integrando posteriormente algunas de las culturas indostánicas, polinesias y orientales que se desarrollaron en esa parte del planeta.
Mientras tanto, los Gigantes sobrevivientes se alejan del planeta definitivamente buscando apoyo para solucionar sus dificultades y en la tierra, uno de los grupos blancos se va consolidando en el poder después de sangrientos combates, hasta llegar a abatir toda oposición y establecer un gobierno despótico y cruel, que estructura nuevas leyes basadas en su ansia de poder. El país, ahora sí, es denominado "Atlántida". Sus habitantes, utilizando la ciencia conservada o rescatada de los Gigantes, desarman, reforman, crean, fabrican; En poco tiempo se desarrollan cerebros extraordinariamente hábiles, sobre todo para las ciencias de la guerra. Se fabrican armas de gran poder destructivo, vehículos de gran movilidad y un día; la más perjudicial mutación surgida del desastre: "Los Atlantes", se lanzan como buitres hambrientos sobre el resto del continente, a sojuzgar y dominar a las razas con las cuales debían haber convivido. Nada pueden hacer contra ellos, los pueblos negros y amarillos, sólo les queda la alternativa de seguir huyendo hacia donde podían antes de que los Atlantes se apoderaran de todo el continente. Luego; sólo fueron esclavos que trabajaban sin descanso para acrecentar el poderío y la inmoralidad conceptual de los conquistadores.
Y la "Atlántida Blanca", crece y se desarrolla; su poderío bélico torna inimaginable una rebelión y sus avances científicos acrecientan su soberbia. Sus grandes ciudades en el continente Norte rebozan de lujo y esplendor, sus enormes edificios de cristal refulgen al sol, contrastando con las misérrimas chozas que les permiten mantener a sus esclavos en el Sur, mientras trabajan para proveer las materias primas y los alimentos que hacen rebozar sus depósitos.
Pero no se conforman; después de dominar el continente, concentran su atención en dominar los mares adyacentes para impedir que sus esclavos escapen. Al dominar los mares descubren los otros continentes y en ellos a los homínidos; entonces, ya no queda lugar en el mundo, libre de sus depredaciones. Construyen bases en las costas de América, África, Europa y Asia. Pero no les interesa colonizar, sólo depredar, realizando expediciones en las cuales capturan más y más esclavos. Sus congéneres negros y amarillos y también los blancos que huyeran ya han aprendido a escapar de ellos, adentrándose en los continentes, escondiéndose, trasladándose y defendiéndose cada vez que es necesario. Pero los ingenuos homínidos que deambulan por el planeta por millares, son presas fáciles para ellos, quienes al descubrir que a causa de su poca inteligencia, carecen de habilidad, no vacilan en obligar a sus esclavas a ser fecundadas por los animalescos hombres y a sus esclavos a fecundar a las animalescas hembras, para conseguir en cada generación esclavos más hábiles. Crean así, su propia fábrica de esclavos, interviniendo ellos también en algunas fecundaciones sin escrúpulos de ninguna naturaleza y con un solo objetivo; disponer de seres útiles y dóciles para utilizar como animales de trabajo, mientras ellos acrecientan su ocio vacío de vivencias, descargando la frustración de sus espíritus salvajemente sobre sus esclavos. Todo lo que consiguen lo concentran en su continente Norte; sus ciudades de cristal crecen, se multiplican y son técnicamente esplendorosas, aunque cada una de ellas cuesta miles de vidas inocentes. La parte Sur, sigue siendo su depósito de esclavos y el resto del mundo, sólo zona de depredación o coto de caza.
Pero en el planeta, un fenómeno había pasado inadvertido para los soberbios y desaprensivos Atlantes. El círculo glacial ártico en razón de un cambio de temperatura polar, sucedido después de la llegada del astro errante, aviase convertido paulatinamente, con el derretimiento de las mazas de hielo; en un gran "lago ártico" compuesto de un enorme volumen de agua con sólidos en suspensión, contenido por el anillo de hielo que permanecía sólido en su circunferencia. Esa circunstancia física a la cual no prestaban atención, sería parte de su tragedia.
Mientras tanto, las razas afincadas en los otros planetas del sistema, habían trabajado arduamente para restablecer el equilibrio físico en sus mundos. En el cuarto planeta, la lucha llegaba a su fin y los habitantes la perdían.
El agua escaseaba, la atmósfera se enrarecía y debilitaba y los otrora benéficos rayos del sol, hoy eran una amenaza de muerte debido a los cambios atmosféricos. El planeta tomaba día a día, una coloración rojiza que lo destacaría desde entonces en el espacio, como "El Planeta Rojo" para todos los ojos que lo vieran. Sólo quedaba un camino; abandonarlo y sólo un destino cercano: El tercer planeta. Así, llegaron las primeras expediciones, apareciendo otra vez "Los Dioses en sus máquinas voladoras", sobre los cielos de la tierra.
Los sobrevivientes de los pueblos negros y amarillos, escapados de la esclavitud y refugiados en zonas de difícil acceso, creen que los recién llegados tienen relación con los Gigantes maestros de quienes les contaran sus ancestros y se alegran al verlos. Algunos descendientes de los grupos blancos más intelectualizados, desarrollan distintas interpretaciones sobre el origen de los visitantes; Y para los homínidos, permanentemente asustados, con quienes los malvados Atlantes realizaban toda clase de experimentos; siempre escondidos y siempre atrapados y con una posibilidad de interpretación muy limitada, los recién llegados sólo eran "los hombres del cielo".
Pero si ellos se asombraban, nadie lo estaba más que los Atlantes; ­ Ellos eran los amos del mundo, tomaban lo que querían de los continentes, de los mares y de los miles de seres que trabajaban para ellos. Y de pronto, unos pequeños insignificantes de piel amarilla, llegados de un mundo que no conocían, venían a plantearles un inconveniente que no les interesaba ni les concernía, solicitando un lugar en "su mundo" y argumentando orígenes comunes en un lejano sistema ya muerto, manifestando que habían llegado juntos bajo la tutela de los Gigantes maestros. Se rieron,"por supuesto que se rieron"; Llamaban maestros a esos estúpidos Gigantes que andaban por ahí babeándose en tiempos de sus abuelos, algunos de los cuales todavía sobrevivía por allí sin servir para nada y pretendían ocupar su mundo sin darles nada a cambio y en un nivel de igualdad."Los enanos amarillos y ellos"...­ ¡Jamás iban a aceptarlo!
Pero los habitantes del Planeta Rojo, habían luchado demasiado con la desgracia después del cataclismo; disponían de una tecnología que ya era avanzada mucho antes de que los Atlantes nacieran y tenían una clara concepción conceptual de la situación. El hecho de que estos soberbios e irracionales individuos no quisieran escuchar sus propuestas, no los intimidó y prosiguieron recorriendo el planeta en busca del mejor lugar para iniciar la radicación de su raza. Así, entraron en contacto con muchos grupos humanos con quienes establecieron diferentes grados de relación. Fueron dioses, maestros, consejeros y protectores, según el caso y esto se volvió prioridad en aquellos sitios donde decidieron establecer las bases de recepción para el traslado.
Los Atlantes, en sus correrías de depredación afuera de su continente, comenzaron a encontrar a los otrora indefensos grupos humanos, ahora protegidos por amigos poderosos. Su rápida movilidad terrestre en excelentes vehículos todo terreno que además eran anfibios, sus mortíferos láser que usaban como arma manual y también fija, habían sido hasta ese momento los elementos en los cuales se apoyaba su soberbia agresiva. No dudaron en utilizar sus armas contra los pequeños hombres amarillos, ocasionándoles víctimas en ataques sorpresivos; pero estos reaccionaron y los persiguieron en sus naves aéreas, destruyéndolos. Los campos de fuerza que rodeaban los platillos volvían prácticamente inútiles sus ataques y la movilidad aérea de los hombres del planeta rojo anulaba todas sus estrategias. Pero lejos de comprender que estaban frente a un enemigo con el que convenía dialogar, insistieron en recuperar su dominio del planeta.
Nunca se les había ocurrido construir máquinas voladoras, tal vez porque no habían visto a nadie para esclavizar en el aire. Pero disponían de una magnífica tecnología terrestre; Pronto encontraron la forma de anular los campos de fuerza que protegían a las naves y los enfrentamientos se convirtieron en una verdadera guerra con víctimas en ambos bandos.
Los hombres amarillos se encontraron entonces ante una situación complicada. Tenían que vigilar día y noche el planeta entero para impedir que los Atlantes no atacaran a sus protegidos y cuando los detectaban, realizar enfrentamientos de los cuales no siempre salían favorecidos. Su raza, mientras tanto luchaba por la vida en un planeta agonizante. Entonces decidieron ponerle punto final a la contienda.
Hicieron llegar un mensaje a los jefes Atlantes en donde les advertían su urgente necesidad de terminar con la guerra "de cualquier manera" para lo cual se ofrecían a establecer un diálogo. Los Atlantes, tomaron esto como un signo de debilidad y sin contestar el mensaje, respondieron lanzando un ataque masivo contra todos los continentes. Los pequeños hombres amarillos, perdieron la paciencia:
Al atardecer de un día que ni siquiera fue agendado, las naves aéreas del Planeta Rojo, desplazándose a una altura en donde no podían ser advertidas, tomaron posiciones para descargar un sólo y definitivo golpe a sus enemigos. Iban a usar un arma tan destructiva como peligrosa: "Energía Atómica", pero confiaban en poder controlar sus efectos.
Distribuidas en el espacio sobre el continente, las naves descargaron al unísono sus bombas atómicas. Y sobre los Atlantes cayó el peor de los infiernos: La explosión conjunta de docenas de bombas, desencadenó un poder destructivo espantoso.
En segundos, sus bellas ciudades de cristal, quedaron reducidas a escombros, el cielo se oscureció cuando el aire se saturó de cenizas. Las ondas expansivas de las explosiones ocasionaron huracanes, el elevado calor consumió todo el oxígeno, el mar que rodeaba el continente se conmocionó y enormes maremotos lo recorrieron. Pero hacia la medianoche aún faltaba lo peor. La gran temperatura ocasionada por las explosiones y luego desplazada por los vientos huracanados, azotó el continente de punta a punta, pero hacia el norte, se encontró con la barrera del anillo glacial ártico y la agredió como nada lo había hecho antes.
En la punta oriental del mar mediterráneo (mar interior sin conexión con el atlántico por ese entonces), detrás de la cadena montañosa que atraviesa Judea, a orillas de otro pequeño mar interior, los Atlantes tenían su base de depredación más importante. Esa base también fue atacada con bombas atómicas que generaron en la zona alteraciones similares a las del atlántico.
Y sucedió lo peor; pasada la medianoche del día del ataque, el anillo glacial ártico se rompió en dos sitios de su circunferencia: entre las Islas Faroes y Escocia, sobre el Paralelo 60 Norte y sobre el Bósforo en el Paralelo 40 Norte.
Por estos dos puntos de ruptura, se descargaron repentinamente los 200 metros de sobre nivel de tan enorme superficie; volcando sobre el planeta una masa de agua y sólidos arrastrados de varias decenas de millones de kilómetros cúbicos, produciendo una catástrofe de gigantescas proporciones.
Por el mediterráneo hacia Gibraltar y por las llanuras del Sahara y Níger hacia el Atlántico; por el Mar Rojo al Índico y directamente sobre Atlántida desde Escocia, el fenómeno inundó, cambió de cursos corrientes marinas y oceánicas y arrastró entre el lodo y escombros a todo lo existente, o lo sepultó bajo grandes cantidades de materia orgánica.
El Continente Atlántico no pudo soportarlo; por alguna razón geológica, la capa basáltica de su base, el Sima que lo sustentaba cedió o se abrió (nunca lo sabremos) y la masa continental de Sial se fue hundiendo lentamente en el océano. Las ruinas de la Atlántida, la magnífica, soberbia y malvada, primer gran civilización de la tierra; desaparecieron bajo las aguas en una noche, para ser desde entonces:"El Continente Perdido".
Al amanecer, el mundo había cambiado de tal forma, que ni los hombres del Planeta Rojo podían creerlo. Las aguas habían subido más de 150 metros y seguían en ascenso, no sólo había desaparecido el Continente Atlántico, también grandes porciones de los otros continentes. Donde estuviera la Atlántida había un enorme Océano y el 90% de la superficie terrestre estaba bajo las aguas.
Antiza detuvo su relato y se dirigió a un asiento en donde sus asistentes le alcanzaron una bebida. Mientras la disfrutaba, su mirada se dirigía a Kingston quien permanecía callado y con la vista fija aún en la pantalla. Los restantes no nos atrevimos a alterar su silencio. Fui aflojando la tensión de mi cuerpo, me acomodé en el sillón y recibí una bebida. La quietud empezaba a molestarme cuando "Cerebro" habló, como haciéndolo consigo mismo.
- Todo coincide, jamás encontraremos el eslabón perdido, simplemente porque no existe. Los Atlantes alteraron la evolución de los que siempre creímos que eran nuestros homínidos; que pasaron en corto tiempo, de un ser simiesco, a un hombre biológicamente moderno. No sólo son los creadores del Croó-Magnon, que por eso apareció repentinamente en Europa al tiempo en que los Neanderthales desaparecían; también son los creadores de las razas humanas, al hacer fecundar a las mujeres negras y amarillas con los hombres-simios y fecundarlas ellos mismos, como también a las hembras de los simios, probablemente como divertimento. Así, la Genética blanca, amarilla y negra se mezcla y bate en el mismo mortero con una base común. De ahí en más, todas las etnias de la Tierra son posibles y la antigüedad de algunas de ellas ciertamente imposible de determinar.
Kingston se detuvo brevemente. Nadie lo interpeló en ese lapso y el siguió manifestando sus conclusiones, casi como un poseso.
- Es probable que los Neanderthales básicos estuvieran afincados por millares junto a los ríos y en los deltas y marismas, lugares donde no les faltaba el agua dulce y las presas fáciles para su subsistencia. Como carecían de inteligencia, cuando los Atlantes los acosaban, fugarían de los lugares donde estaban para radicarse en otro parecido. Sólo los especimenes de nueva genética, con un cerebro capaz de discernir mejor ante el peligro, deben haberse retirado hacia las cumbres o las selvas, adonde los Atlantes tuvieran mayor dificultad para encontrarlos. De hecho, los restos de muchas construcciones antiguas se han encontrado en sitios de difícil acceso. No sería extraño que se haya establecido alguna relación de ayuda mutua entre los fugitivos negros, blancos y amarillos, y estos pre-Croó-Magnones. De la intimidad física concertada o forzada con estos tal vez hasta surgiera alguna otra raza determinada. Por eso, cuando el anillo glacial se rompe y se produce el diluvio, la enorme tromba de agua debe haber terminado con los homínidos básicos, como raza mayoritaria, quedando vivos en las alturas los precursores de los Cromagnones en evolución, con los negros, blancos y amarillos salvados. En algunos años y después de la retirada de las aguas, los seres que bajaron a los valles, pertenecían a razas totalmente nuevas.
- ¡Admiro sus conclusiones, Doctor! - dijo Antiza, levantándose para retomar la conducción del relato. Y agregó: - Lo que no puedo comprender es cómo generaciones de "Arqueólogos" y "Antropólogos" sigan tratando de adaptar lo inadaptable ante evidencias que por si solas exigen por lo menos, una revisión profunda de sus hipótesis. Planteos tan simples como pensar si el diluvio fue vivido por quienes lo contaron. O que relación de tiempo hay entre quienes lo contaron y las enormes masas aluvionales que se encuentran en algunas zonas del planeta.
Kingston le dirigió una mirada de la que un atrevido hubiera deducido muchas cosas y Antiza, despreocupada de la ironía que pudieran haber contenido sus exclamaciones, siguió hablando:
- Los hombres del Planeta Rojo habían exterminado la raza que les impedía trasladarse a la tierra, pero también la habían inhabilitado para ellos por muchos años. Solo les quedaba un lugar donde aguardar el tiempo necesario: La Luna, el astro artificial hueco que sirviera de transporte a las razas protegidas por los Gigantes. Entonces, apesadumbrados por ser los causantes de la hecatombe que dejaban, pero apremiados por las necesidades de su raza, regresaron a su mundo.
Mientras tanto, los continentes de la tierra sufrían la ocupación de las aguas, muchas de las cuales llevaban contaminación radiactiva a las costas que tocaban. El aire a su vez, también llevaba la muerte consigo y los animales, los peces, las aves y los hombres que estando cerca de las explosiones, habían sobrevivido. Sería largo describir, las tremendas mutaciones ocasionadas por el bombardeo atómico masivo. Durante años, los sobrevivientes convivieron con multitudes de seres extraños.
Bastó que Antiza hiciera algunas descripciones breves, para que el mundo de mi amigo el Griego y de mi profesora de Mitología se fuera al diablo. Pobres quedaban sus Faunos, sus Sirenas y Caballos Alados al lado de los engendros que podían fabricar las radiaciones. ¿O acaso la Mitología naciera con ellas o de ellas?, me pregunté azorado. Y Antiza siguió con su relato:
- Los Atlantes que se hallaban en las bases no afectadas por el ataque directo, ni por la avalancha de las aguas, se hallaban aterrados. Su continente había "desaparecido" y con él su omnipotencia; cierto es que todavía conservaban sus armas y vehículos, pero ¿hasta cuando? Sus baterías de energía se agotaban, sus combustibles se consumían, sus alimentos, medicamentos y repuestos se terminaban. En vano trataban de racionar lo que tenían; estaban demasiado acostumbrados a la abundancia. Los vehículos que enviaban hacia el continente; o no volvían, o regresaban con los hombres shockeados, hombres que luego enfermaban gravemente, morían o sufrían transformaciones extrañas y junto a los cuales resultaba peligroso permanecer.
A medida que pasaba el tiempo, todo se complicaba para ellos; pocas bases se habían salvado del cataclismo y ninguna era lo suficientemente importante como para intentar sobre ella, la reconstrucción de su civilización. Además, todos los habitantes del planeta que habían sobrevivido, eran aquellos que para escapar de su maldad, habíanse retirado a zonas continentales recónditas o zonas altas. Y ahora, debido a un progresivo descenso de la temperatura, regresaban en masa hacia las zonas bajas. De modo que ellos iban perdiendo facultades de poder y sus antiguos esclavos, ahora comenzaban a acosarlos; siendo mejores conocedores del terreno y estando habituados a sobrevivir sólo con lo que el medio les suministraba.
En vano intentaron acercamientos de conciliación; se los odiaba o temía demasiado. Y mientras a ellos se les agotaba la energía de sus sofisticadas armas, los otros perfeccionaban día a día las suyas, que no por simples dejaban de ser peligrosas.
Cuando los vehículos ya no pudieron usarse y antes de que las armas se tornaran inservibles, los Atlantes abandonaron sus bases y emprendieron el camino que antes estaba reservado a sus esclavos; marcharon hacia las altas cumbres, lo más profundo de las selvas, los desiertos más inhóspitos, las regiones más frías. Los últimos integrantes de Atlántida tendían a desaparecer; muertos, capturados y esclavizados por culturas inferiores, o mimetizados con quienes otrora fueran sus esclavos, a quienes a veces ofrecían sus codiciadas mujeres rubias, otras veces sus servicios técnicos de metalurgia, de arquitectura, de medicina...
- Por eso - interrumpió Kingston - la sapiencia urbanística e hidráulica del Inca, la matemática y la astronomía Maya, el psiquismo de los Lamas, la arquitectura esotérica y monumental Egipcia. ¿Quién cortó, esculpió y apiló las piedras de Sacsahuamán o de Tiahuanaco. Fueron bases de los Gigantes, de los hombres del Planeta Rojo o de Los Atlantes?
-Fueron los sacerdotes - interrumpió Antiza. Esos hombres con poderes superiores dentro de los pueblos; poderes provenientes de un conocimiento ya perdido para los demás. El Sacerdote, representante, embajador o Dios mismo entre los hombres. La última estratagema atlante para proseguir con el dominio de los pueblos. Pero sólo pudieron mantenerla un corto tiempo ya que les fue robada por los mismos hombres, que ya no eran los mismos. Y el poder del conocimiento se transfundió con el poder del engaño y la ciencia con la magia y la verdad con la mentira y detrás de esta última permanece hasta hoy el poder en la tierra.
Lo que había dicho Antiza ameritaba una reflexión profunda pero Kingston que pareció no haberla escuchado prosiguió con el planteo en el que había sido interrumpido.
- El resultado es el mismo, ¡Son miles de años en blanco; no conocer nuestra historia nos ha impedido proyectarnos al futuro¡
-Yo no estoy tan segura de eso, Doctor; a juzgar por los errores que han repetido dentro del período de los 7.OOO años supuestamente conocidos.
- Tiene usted razón, Señora - contestó Kingston - Tal vez debí decir "nuestros orígenes", en lugar de "nuestra historia".
- Antiza hizo un gesto en el que a mí se me ocurrió advertir un profundo desprecio hacia nuestra sociedad y luego, continuó con su relato:
-Y así, pasó el tiempo. Cuando siglos después, los pequeños hombres amarillos, volvieron a visitarnos, la Tierra era un gigantesco prisma de mixturas, fruto de las cruzas genéticas y de los efectos de las radiaciones que permanecieron sobre el planeta tantos años. Por aquí, los Lapones y los Escandinavos (casi Atlantes); por aquí, los Celtas (con sus enigmáticos Druidas); más allá los Mongoles, los Chinos, los Japoneses (con los Ainú, sus indios blancos). Por aquí, los Polinesios, más allá, los Australoides (casi Croo-Magnones pero poseedores del bumerang, un arma de uso simple pero de sofisticada aerodinámica). Por aquí, los Indostánicos. (Tal vez los que más elementos Atlantes conserven aún dentro de los rituales de su cultura) Aquí, los Pigmeos, los Bosquimanos, los Watusis, los Beréberes, los Egipcios. Por aquí abajo, los Fueguinos, los Incas, los Amazónicos, los Mayas, los Aztecas, los Pieles Rojas, los Esquimales, y aquí, y aquí, y aquí - prosiguió diciendo Antiza, mientras marcaba con su lápiz la región de cada grupo. Los planes de los Maestros. El gran proyecto de salvación de tres razas del Universo, "irremediablemente perdido". Tan extraño, tan insólito aparecía el planeta, que los pequeños hombres amarillos convocaron a todas las razas del sistema para que vinieran a visitarnos y cada uno de ellos intentó realizar algún tipo de corrección. Los cielos de la Tierra volvieron a recibir a "Los Dioses en sus máquinas voladoras"; esos Dioses que más altos o más bajos, más gordos o más delgados, aparecen en las leyendas de casi todos los pueblos, dejando su mensaje o su legado. Pero eso es otra historia - concluyó Antiza dejando caer su cuerpo nuevamente en el sillón donde se sentara antes a tomar la bebida.
Quedamos en silencio y como éste realmente me molestaba, manifesté en voz alta:
- Después de esto, antes de pedirle a un antropólogo nuestro que nos indique el origen de una raza, mejor sería pedirle que se dedique a exprimir piedras con la intención de vender el jugo, dije inocentemente.
Livingstone y Georgesen, me miraron sorprendidos. Kingston fijó primero sus ojos en mí, luego comenzó a sonreír y terminó expresándose en una carcajada convulsiva que - yo supuse – le ayudaría a aliviar tensiones, porque no creí haber manifestado algo tan gracioso. Las risas posteriores de todos, incluída Antiza, me convencieron de lo contrario. En realidad, lo que yo manifesté como una reflexión, fue una pavada reflexiva. De todos modos me alegré de haber motivado las risas; creo que nos benefició.
Antiza - sonriente aún - retomó la palabra:
- Es todo por hoy, Doctor, ya casi entramos en la historia.
- De acuerdo, Señora, aunque me queda una inquietud:
­ Ah!, a "Cerebro" le quedaba una "inquietud", mientras yo ya no sabía quien era ni donde estaba parado.
- ¿Cuando y cómo aparecen ustedes en el mundo siendo lo que son hoy? - preguntó el viejo.
- Justo en este momento, cuando se hallan presentes casi todas las razas del sistema. Pero le ruego que me aguarde hasta la próxima reunión, créame que recordar lo que he relatado, realmente agrede mi sistema nervioso, Doctor - Contestó Antiza, ya más distendida y con expresión agradable.
Se formaron pequeños grupos de conversación de los que me mantuve al margen, permaneciendo en mi asiento. Observé mientras tanto que Olma conversaba con Amnihók, el regente que vestía de verde y con Izthól, el serio anciano de Rojo. Al concluir, vino hasta mí y dijo:
-He conseguido permiso para llevarte a conocer nuestras plantas fabriles pesadas, en la montaña y también para que me acompañes en la "Burana" en mi próximo vuelo al exterior:
-¿Vas a acompañarme?- Preguntó
- Por supuesto, eso es algo que nunca me perdería - Contesté tratando de que pareciera una respuesta natural, mientras por dentro pensaba cuanto duraría esta locura ya que estaba siendo invitado a pasear en un Plato volador, aunque ellos lo llamaran diferente.
Salimos de la Regencia antes que todos.

Continua en: Capitulo 8








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