martes, 21 de julio de 2009

Capitulo 8 - "Burana".


Pedro Lapido Estran
El Arca de las Nieves Eternas
Capitulo 8 - "Burana"



Entramos al ascensor y descendimos. Olma se mostraba muy alegre; como si la decisión de los Regentes de autorizarla a llevarme, tuviera una importancia especial para ella.
Pasamos el nivel del salón de recepción y pronto juzgué‚ que ya habíamos superado la base de la esfera. Cuando las puertas del elevador se abrieron, entramos a un recinto intensamente iluminado y profusamente custodiado.
Comprendí por qué‚ Olma había vestido de rojo para traerme al lugar; Era una forma visual de tranquilizar a los celosos guardias, que se apresuraban a solicitar la identificación, apenas observaban la presencia de un individuo que no vestía el color del área que controlaban.
Nuestro desplazamiento por el lugar, exigía continuas identificaciones. Olma, a pesar de ser personal jerárquico del área, aceptaba de buen modo los controles y los hombres, realizadas las verificaciones, nos invitaban a seguir andando.
Le hice notar a mi guía que en nuestras instituciones, generalmente el personal de cierto rango, conocido, no era verificado; y me respondió que esa, era una tremenda falla de seguridad, pues le brindaba a un extraño la mejor y más sencilla de las formas de violar el lugar. En su comunidad, el mismo Lunigén, presidente de la Regencia y conocido por todos, sería no sólo verificado, sino también penalizado por cualquier agente de seguridad de mínimo rango; porque de nada servirían las reglas si un sólo miembro de la comunidad estuviera exento de cumplirlas.
Sonreí; escucharla era la mejor evidencia de que ellos no pertenecían a mi sociedad. Recordé a un amigo mío que siendo agente de tránsito intentó penalizar a una jueza que manejaba en estado de ebriedad: No sólo se quedó sin trabajo, sino que un abogado tuvo que transpirar para que no lo metieran en la cárcel por cargos infundados de una borracha reventada con poder social. No sabía cuanto tiempo permaneceríamos allí, pero el riesgo evidente que corríamos era que el asco no nos dejara adaptarnos nuevamente a nuestro medio.
Observé‚ mi entorno; todos los guardias estaban provistos con armas de características semejantes a las que usara Wicort para desintegrar al delincuente. Sabiendo que sus efectos podían ser devastadores, deduje que el lugar a donde accedíamos era muy importante.
Llegamos a la mitad del ancho del recinto. Hasta ese momento, distraído por las reiteradas identificaciones y por mis propias elucubraciones, no le había prestado atención al aspecto físico del lugar. Era muy parecido a una estación de subtes; medía unos 150 metros de largo, por 50 de ancho y tal vez, 20 de altura. En el medio, longitudinalmente, había dos conductos cilíndricos de 1,50 mts. de diámetro y dos de unos 3 mts. Adentro del que teníamos más cerca, se hallaba un vehículo abierto en su parte superior, que se ajustaba interiormente al conducto. Tenía un asiento cada 50 cms. y los laterales totalmente acolchados. La parte delantera era esférica o más bien ovoidal como la punta de una bala común. Por un momento lo creí metálico, después descubrí que era sólo una versión diferente del mismo material que usaban para la mayoría de las cosas.
Olma me indicó que lo abordara; entré y me acomodé en el medio del asiento delantero. Ella se introdujo en el mismo lugar motivando que me corriera hacia la izquierda. La miré interrogante y me dijo: Vas a experimentar el vértigo de la velocidad en una forma que no conoces, por eso prefiero sentarme a tu lado. Me sonreí, tal vez socarronamente. Yo había volado a más de 25OO K.p.h. y conducido autos de carrera a 2OO K.p.h.; no creí que ese cilindro pudiera asombrarme demasiado.
De ambos costados del vehículo se levantaron coberturas transparentes, hasta ensamblarse en el medio, sobre nuestras cabezas. Hasta allí, todo iba bien; me encontraba en un habitáculo muy parecido a la cabina de un avión caza, de modo que seguí observando divertido. Con el cierre del techo, se inflaron los costados y la parte delantera del revestimiento, sujetando nuestros cuerpos de todos lados sin necesidad de cinturones de seguridad. Seguí contento; ahora me encontraba apretujado a Olma solo que en medio de unos globos que apenas me permitían la opción de estar. Noté que el ambiente del vehículo se presurizaba; el cilindro exterior se iba cerrando lentamente, cubriendo la transparencia anterior y dejándonos en una semipenumbra. Miré hacia el frente y pude ver a través de la transparencia de la trompa, cómo se iluminaba el conducto que teníamos adelante. Empecé a comprender y surgió un ejemplo en mi mente: ¡Estábamos sentados adentro de una bala que iba a ser disparada por el caño de un fusil!
Y así fue: apenas se terminó de cerrar el conducto exterior; el cilindro se puso en movimiento desarrollando velocidad en proporción geométrica. A los pocos segundos, provocaba espanto. No podía evaluarla, no tenía parámetros. Era distinto a todo lo que había conocido. Viajábamos por adentro de un caño y mientras la corteza exterior del vehículo giraba alrededor nuestro vertiginosamente, nosotros permanecíamos en la misma posición, percibiendo más que viendo, como el caño nos devoraba a velocidad alucinante, sumergidos en un silbido que daba crédito a la imagen, de haber sido disparados por el caño de un fusil.
Me fue imposible estimar cuanto tiempo pasó y que distancia recorrimos. De pronto: ¡Llegamos a destino! El vehículo se había detenido. Mientras las coberturas se abrían y trataba de distenderme, mi cuerpo, excesivamente transpirado sufrió un escalofrío y mascullé:
- ¿Cómo funciona esta bala, maldita sea?
- Por descompensación entre presión y descompresión en el conducto - Contestó ella al escucharme.
- ¿Qué, No tiene motores?
- No, no los tiene; no hacen falta - me respondió.
De haber estado en otra situación hubiera proferido el peor de los insultos, pero aún nos hallábamos aprisionados en los globos asientos, y ya un oficial de seguridad solicitaba amablemente nuestras identificaciones. Apenas pudo soltar sus brazos, Olma le extendió la de ella. Al oficial le pareció suficiente y detuvo la recepción de la mía. Evidentemente estaba al tanto de la visita, pues después de saludarnos le preguntó a mi anfitriona por dónde quería comenzar.
Nos apeamos del vehículo y mientras ellos conversaban yo me estremecí al recorrer el lugar con la mirada. Debíamos estar en las entrañas mismas de la cordillera de los Andes. Sólo allí podían haber excavado un recinto cuya longitud no era posible precisar con la mirada. De no menos de 500 metros de ancho y más de 200 de alto. Era una enorme caverna, tal vez con tanta roca encima como para resistir el impacto directo de varias bombas atómicas
Los hombres de verde y los de rojo y sus combinaciones estaban en todas partes, e incluso vi. en el lugar - por primera vez - la combinación de más de dos colores en el traje. En el aire y en el suelo, transitaban vehículos permanentemente. Había puestos de vigilancia en las paredes de la montaña y distribuidos sobre la superficie. Me llamó la atención tanto celo en una sociedad donde supuestamente no hacía falta.
Un vehículo terrestre provisto de rueda-orugas parecidas a las del robot 529., sin techo y con capacidad para cuatro personas, se acercó a nosotros; el conductor se apeó, cambió palabras con el oficial y con Olma y se retiró del lugar.
Era evidente que mi compañera disponía de autoridad o al menos de confianza en el medio, para que le dejaran un transporte a su disposición. Ella se colocó en los mandos, me invitó a ascender y nos pusimos en movimiento, atravesando la caverna hacia la pared opuesta a nuestro lugar de entrada. Conducía con atención y prudencia, intercambiando saludos con distintas personas que viajaban en otros vehículos o transitaban caminando por el lugar.
Yo seguía observando la asombrosa caverna. Hacia la derecha se divisaban esferas a la distancia y a la izquierda, otras construcciones de formas aún imprecisas a mi visión. Era sin duda un enorme centro fabril donde se construían todas las cosas "pesadas" de la sociedad. Hube de detener mi observación porque llegábamos a la pared opuesta.
Frente a mí, tallada en la roca se encontraba la fachada de un templo, (o al menos eso me parecía) lo deduje por la ornamentación y las figuras, en donde parecían confluir las artes hindúes, aztecas, musulmanas, chinas; todas en una talentosa mixtura esculpida en la montaña. Lo verdaderamente extraño del lugar era la puerta; un circulo de unos tres metros de diámetro, dentro del cual giraba un remolino rojo que se originaba en distintos puntos del marco avanzando desde la circunferencia hacia el centro, donde se unía en un vertiginoso giro.
Olma observó donde se concentraba mi atención y dijo:
- Es un desintegrador de circuito cerrado, nada puede pasar por allí sin ser desmaterializado en millones de moléculas.
- ¡Dios! - exclamé - ¿Qué guardan allí, el tesoro del último Inca, acaso?
- Guardamos algo mucho más valioso y pronto vas a verlo - me contestó.
Bajamos del vehículo y ascendimos unos escalones que nos acercaron a la puerta. Ubicados en los laterales de la entrada, los guardias recepcionaron nuestras identificaciones, que fueron introducidas en el lugar adecuado; pero esta vez fue diferente. Las tablillas quedaron colocadas en la terminal y nosotros esperando. Consulté a Olma con la mirada y ésta explicó:
- Mientras nuestras tablillas permanecen en la máquina, esta informa al jefe de seguridad de nuestra presencia; él debe autorizarnos agregando su identificación al sistema y los tres aguardamos a que el presidente del Consejo cierre el circuito introduciendo la suya.
De modo que sólo con la introducción simultánea de nuestras identificaciones, la de Onidak y la de Lunigén, podía desactivarse el desintegrador. ¿Qué diablos guardarían allí? me pregunté otra vez. Mientras tanto, me aproximé un poco más a la puerta para observar los giros del remolino rojo. El marco circular tenía un espesor de 30 cms., era cóncavo y la luz se mantenía girando exactamente en el medio. Un momento después y en forma intempestiva, la luz desapareció. Cuando me di vuelta advertí que a pocos metros, se había formado una pantalla semitransparente y chispeante que rodeaba la puerta en forma semicircular con los guardias y nosotros adentro.
Como siempre, mi mirada preguntó y obtuve la respuesta.
-Es un campo de fuerza que protege especialmente a los guardias mientras la puerta esta abierta. No puede ser atravesado ni desintegrado por ninguna de nuestras armas-
Olma me tomó de la mano y avanzó atravesando la luciferina puerta y bloqueando así mi próxima ironía. Los hombres de seguridad se colocaron de inmediato frente a ella.
Yo había entrado mirando hacia los guardias. Cuando giré mi cabeza, un estremecimiento, mezcla de asombro, frío e incredulidad, recorrió mi cuerpo. Nunca me había sentido fascinado. Creo que ahora lo estaba. El ámbito, de planta circular como casi todos sus recintos, reproducía detrás de las paredes recubiertas de vidrio o algo parecido; cada uno de los tres mundos originarios del hombre. Allí estaba el paisaje alucinante de los amarillos, con sus reflejos torturantes; el exótico mundo de los negros, con sus rarísimas plantas y el gélido ámbito original de los hombres blancos.
El piso, ¡Era de oro puro! y el techo, una reproducción del sistema solar originario de los Hombres, donde destellaban los tres planetas donde nacieran. Sobre el suelo, en el medio del círculo; cinco sarcófagos de unos cinco metros de largo, alineados en forma paralela, dejaban entrever formas confusas a través del cristal en que estaban construidos, que era blanco, veteado de verde, semitransparente, brillante y reflexivo en sus superficies planas. Cuando nos acercamos pregunté:
- ¿De qué están hechos? – y asombrado escuché:
- "De Diamantes y Esmeraldas”.
- ¡Dios!, "kilos de oro y toneladas de diamantes"; con razón tanta vigilancia - exclamé.
- Te equivocas - respondió Olma - ¿Has visto alguna mujer nuestra con un collar en su cuello? Las piedras preciosas y el oro no tienen importancia. ¡Aquí está la razón de la guardia!, "Este es el verdadero tesoro" - dijo, mientras pasaba una mano por el costado de uno de los sarcófagos, tras lo cual una parte de la sección superior se fue deslizando hacia abajo, dejando al descubierto algo increíble.
Lo primero que sentí fue un impacto de frío intenso que salía del interior; luego, mis ojos recorrieron con asombro la figura de un hombre enorme, proporcionado en todo a una longitud de unos cuatro metros de altura. Su cuerpo se hallaba adentro de una cobertura transparente y ésta -inmersa en frío- adentro del sarcófago. Era un ser de robusta estructura, musculoso, de piel diferente a las conocidas, que por momentos me parecía amarillenta como las pieles orientales y por momentos rojiza como algunas pieles americanas. Tenía un rostro típico de escultura amerindia, un rostro repetido en las antiguas esculturas de América sólo que nunca ni siquiera imaginado de a quien pertenecían.
- Los, Los... - tartamudeé.
- Sí, los Maestros - prosiguió Olma - Aquellos que trajimos con enorme esfuerzo hasta aquí; los únicos que, aunque irremediablemente enfermos, salvaron sus vidas de la maldad atlante y vivieron en paz sus últimos tiempos de vida entre nosotros.
- Ustedes salvaron a los gigantes - murmuré.
- O nos salvaron ellos, - prosiguió Olma - pues mientras nosotros hacíamos denodados esfuerzos por mantener sus cuerpos vivos, sus aún lúcidas mentes, planificaban y dirigían, transmitiendo un enorme caudal de conocimientos que nuestros hombres aprendían y gracias a los cuales pudimos estructurar y mantener una civilización a salvo de la hecatombe que se produjo en la Tierra. Al principio nosotros no comprendíamos por qué ellos insistían tanto en realizar lo que fue el enorme trabajo de instalarnos en las cuevas que debimos excavar aquí, manteniéndonos escondidos. Había lugares paradisíacos en los valles paralelos a esta cordillera y pensábamos que allí podíamos radicarnos y vivir en paz sin necesidad de escondernos, pero ellos insistieron en aislarnos del mundo y sólo el enorme respeto que les teníamos hizo que les obedeciéramos. Luego, los acontecimientos nos fueron dando las razones de su actitud, ya que ningún otro grupo humano en la Tierra, quedó a salvo de las depredaciones y la violencia. Sólo nosotros, ocultos al principio en las entrañas de esta Cordillera, pudimos desarrollar una civilización sin interferencias. Mientras tanto, mantuvimos esta parte del continente libre de presencias peligrosas. Nosotros detuvimos el avance Español en esta zona durante siglos, ayudando a los araucanos a defenderse de ellos con ciertas estrategias.
Sonreí. Si buscando el Dorado los Iberos habían asolado América, que no habrían hecho esos Godos por ponerle las manos encima a uno sólo de los ataúdes que yo tenía enfrente. Si bien a fe de sinceridad no fueron los únicos depredadores, yo me lo imaginaba a Pizarro tratando de llenar una habitación con ataúdes hasta donde le dieran los brazos. Mientras tanto, Olma continuó:
- Eso nos dio tiempo para desarrollar la tecnología necesaria, que nos permitió construir la ciudad y el ambiente exterior debidamente ocultos e inexpugnables. Este hombre que estás viendo fue "Liman", un biólogo de asombrosa erudición y aquí tienes a "Keopsa", una experta en artes y ciencias humanísticas.
Al abrirse el sarcófago, apareció ante mis ojos, una mujer de tan grandes proporciones como el hombre. Impresionaba ver el cuerpo desnudo de una mujer de ese tamaño.
- Este fue "Nofit", un científico médico - continuó - el hombre que nos enseñó a comer para que no lo necesitáramos nunca.
El cuerpo tenía dimensiones algo menores que los anteriores y los rasgos, cierta deformación tal vez atribuible a las enfermedades que padeciera.
- Aquí ves a "Hetal", un ingeniero de varias disciplinas; fue el que sentó las bases de nuestra tecnología.
Hetal era gigantesco, bastante más grande que Limán.
- Y por último, la bellísima "Shilem"; la autora de nuestras premisas sociales básicas, una enorme capacidad de organización y un espíritu pletórico de sentido común y justicia. Con educadores como ella, toda la humanidad hubiese sido diferente. Lamentablemente, la desgracia, no le dio tiempo a formarlos. Ella nos advirtió que había que formar una sociedad con claras, sanas y justas premisas sociales y mantenerla sin alteraciones durante muchas generaciones, para que esos hábitos de vida se graben en la memoria de la especie y entonces ningún estímulo exterior pueda alterarlos. Nuestras respectivas sociedades son una clara muestra de que su teoría era cierta. En la memoria de tu especie esta arraigada la maldad, el egoísmo, la soberbia, la ambición y sólo siglos de docencia pueden cambiarla.
Shilem era pequeña, de rasgos juveniles, una jovencita comparada con las tallas de Hetal y de Limán; (una jovencita de tres metros de altura).
Los cinco sarcófagos estaban abiertos y yo contemplaba absorto los cuerpos congelados de los Abuelos de la Humanidad. Tuve un escalofrío y las palpitaciones de mi corazón se aceleraron. Era miedo, miedo ante la responsabilidad de saber lo que la humanidad no sabía. Permanecimos un rato en silencio, ambos en actitud de recogimiento; yo, por la impresión de enfrentarme con el pasado como nadie lo había hecho; ella, por el respeto innato que su comunidad guardaba por sus ancestros.
Era curioso, estábamos en un templo, donde no había un Dios para adorar, sólo hombres para respetar; ¿O es que Dios estaba implícito en ellos?
Olma procedió a cerrar los sarcófagos y mientras lo hacía, yo pensaba en su peso. ¿Cuantos kilos de diamante y esmeraldas había?, ¿Cinco toneladas, siete?. ¿Sería natural o artificial?, ¿Cómo lo habrían fundido? y en todo caso; ¿Qué habría pasado si lo hubieran descubierto los Españoles cuando la conquista de América o los exploradores posteriores? Comprendí la insistencia de los Gigantes por mantenerlos ocultos.
Salimos del templo. Mientras nos entregaban las identificaciones, vi. reaparecer el atemorizante remolino rojo y haciendo honor a mi condición de "hombre del exterior", lo primero que pensé, fue en ver a alguien intentando atravesar esa puerta.
Subimos nuevamente al vehículo y tomamos hacia el lado de las esferas. Los hombres de verde trabajaban a un ritmo constante y tranquilo.
- Aquí se construyen las esferas habitacionales - comentó Olma - cada grupo de hombres toma a su cargo la construcción de una unidad por vez. Dentro de determinadas pautas básicas, les está permitida la aplicación de su creatividad e iniciativa. Luego, asumen la responsabilidad de su trabajo imprimiendo su identificación en cada sección que terminan. Es una forma de mostrar sus aciertos y desaciertos.
En el lugar donde estábamos, los hombres ensamblaban los segmentos circulares, cada uno de los cuales constituían un piso; enroscándolos uno con otro a partir de la base. Antes de colocar la parte superior, insertaban el cilindro elevador, el cual recibían entero, desde otro sector. Lo curioso era ver como trasladaban o levantaban cilindros de quince metros de diámetro por tres de altura. Utilizaban aparatos (algunos de ellos portátiles y otros fijos) ninguno de los cuales superaba el tamaño de una persona. Tampoco contenían elementos hidráulicos o brazos telescópicos; sólo emitían luz y con esas luces manipulaban las piezas. Por supuesto hice las preguntas del caso y así me enteré de que el dominio de la luz láser obtenido por su tecnología les permitía utilizarla como arma, como herramienta, como instrumento quirúrgico, de medición y de propulsión entre un sin fin de otras utilidades industriales y domésticas.
Fuimos recorriendo las fases de construcción hacia atrás, viendo como se armaban los pisos y las paredes con secciones encastradas, cómo se construían estas secciones y cómo se fabricaba el material. En enormes recipientes se mezclaban los compuestos minerales, que luego eran rociados con resinas vegetales y batidos hasta lograr una masa homogénea; al final se vertían en distintos moldes y se cocinaban en segundos a altísimas temperaturas en lo que yo denominé -después de verlos- "Hornos de explosión láser" inaugurando un entretenimiento personal al hacerlo.
La cantidad y diversidad de elementos que se fabricaban en el mismo material provocaba mi asombro; pero se justificaba totalmente, ya que era inalterable, de mínimo desgaste, higiénico, térmico y rígido o maleable, oscuro o transparente según se lo necesitara; sólo era cuestión de variar las proporciones o combinaciones de los compuestos. Pedí ver cómo extraían los materiales y me llevaron a un lugar donde desde diversos túneles convergían vehículos de carga que los traían. Cada uno de esos túneles iba hasta un centro de extracción en algún lugar de la Cordillera donde se encontraba el material requerido. Abordamos uno de los vehículos para personal que viajaban intercalados con los de carga y en breve tiempo estuvimos en una caverna cercana donde estaban trabajando dos equipos. A uno -usado para abrir túneles que permitieran continuar el avance- siguiendo con mi divertimento, lo llamé "El gusano perforador láser"; era un diabólico aparato con un disco giratorio en la trompa, que mientras giraba a gran velocidad frente a las rocas emitía golpes de luz que iban desintegrando la piedra y dejando el túnel excavado, perfectamente cortado y pulido, mientras se introducía en la montaña, a marcha regular y constante.
No vi. que dejara residuo alguno, de modo que pregunté y me respondieron que la materia disuelta o fundida se transformaba en energía. De hecho no sabía como podían hacer eso, aunque imaginaba un aprovechamiento molecular de la materia. Me prometí averiguarlo con Kingston en cuanto pudiera.
El otro aparato era de forma similar, sólo que el disco giratorio tenía en su superficie esferas agujereadas de distintos diámetros que emitían ultrasonidos, inaudibles para el oído humano pero devastador para la montaña. Cuando el disco giraba, las esferas con sus sonidos pulverizaban la estructura molecular de las piedras y según su frecuencia, las convertían en polvo, en pequeñas piedras o en trozos que eran expelidos por un conducto fijo que comenzaba en el centro del disco y terminaba sobre el vagón de carga, inmediatamente atrás de la máquina; un contenedor sin ruedas cuya forma inferior se ajustaba a la forma que dejaba el perforador. A este lo bauticé: "El gusano perforador sónico".
Así supe cómo perforaban o pulverizaban la montaña, quedándome extrañado de que la limpieza y el orden se extendieran hasta su minería.
Ya satisfecha mi curiosidad, volvimos hacia la gran caverna y abordamos nuevamente el vehículo, avanzando en sentido contrario.
Era un conglomerado fabril impresionante. En los costados de la gran caverna se alineaban los talleres dedicados a las manufacturas menores y en el centro se realizaban las construcciones pesadas. Sin embargo, no se escuchaban sonidos estridentes, no había olores intensos, no estaba enrarecido el aire y tampoco se veían residuos industriales, lugares aceitosos o sucios; todo estaba meticulosamente ordenado y limpio. Los hombres que se hallaban dedicados al trabajo activo, llevaban sobre el traje clásico un fino traje cobertor. Como el primero -que vestíamos todos- tenía la cualidad técnica de graduar la temperatura; cada uno podía utilizar la que le otorgara mayor comodidad.
En el lugar se hacía más evidente el orden conceptual: Primero; el hombre como ente social (la comunidad), luego, el hombre como ente individual (la persona) y después, todo lo demás. Si es que había algo más, ya que allí nada se hacía por dinero ni por intereses políticos, raciales o sectarios; todo era "por y para el hombre".
Seguimos avanzando y de pronto; primero me quedé rígido y luego me fui levantando lentamente aferrándome al vehículo para poder observar mejor algo que mis ojos descubrían pero mi cerebro se negaba a creer. ­ ¡Dios!, ­ ¡tenía una altura de cinco pisos y una superficie de cuatro manzanas! Boquiabierto, traté de definirlo: Era un plato, pero no como el que antes Olma llamara "Burana", sino uno gigantesco, lleno de ventanillas y con secciones de medidas diferentes, superpuestas de mayor a menor desde el medio, en donde el diámetro mayor "alcanzaba los 200 metros". Estaba asentado sobre una cantidad de estilizados soportes distribuidos en los bordes de la última circunferencia inferior, que lo mantenía a unos diez metros de altura.
Transitamos por debajo con nuestro pequeño vehículo y yo, observando la mole que nos cubría, me negaba a creer que "eso" pudiera volar. Bombardeé a preguntas a Olma y ella, cuando pudo detenerme, contestó:
- Esta nave es una "Vimana", un aparato portador de índole militar con un tremendo poder de fuego, gran velocidad interestelar y autonomía ilimitada. Un navío como este, podría destruir el potencial militar de la tierra en unos días, sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo.
Se me erizó la piel; y recordé la lectura de unos viejos textos Hindúes, por el Griego amigo de mi padre. En ellos se hacia mención de una antigua batalla en donde "Kukra”, volando a bordo de su “Vimana", arrojaba su rayo de fuego contra el enemigo y luego describía la muerte de los hombres y los elefantes, cuyos huesos calcinados eran esparcidos por el viento y donde las aguas ya no podían beberse y los pastos no volvían a crecer ni las aves a volar. Habían pasado muchos años para que yo pudiera recordar la historia con fidelidad, pero esa frase textual, me había quedado grabada y si bien en ese momento esas traducciones de escritos Vedas, una cultura casi desconocida para la nuestra, apenas podían ser aceptadas como parte de una mitología similar a la griega; ahora, frente a lo que veía y escuchaba era obligatorio recordar como Troya había sido descubierta en el mismo lugar en que lo indicaba la fábula.
Solo me quedaba esperar que unos metros más adelante, "Kukra" se me presentara. Mientras tanto nos alejábamos de la monumental nave y yo daba vuelta mi cabeza para observarla, pensando por dónde demonios la sacarían de la cueva cuando fuera necesario.
La enorme caverna parecía no terminar nunca; adentro se construían y guardaban todos los vehículos que yo había conocido y otros artefactos de los cuales desconocía la función. En un momento dado comenté que, viendo lo que guardaban allí, comprendía las medidas de seguridad. Entonces Olma contestó:
- El verdadero tesoro que guardamos aquí se encuentra adentro de los sarcófagos, a los cuales la Regencia prefiere mantener fuera de la ciudad y por supuesto tendrán razones válidas.
Sus palabras me hicieron reconocer la enorme importancia que tenía el hecho de que los puestos de conducción los tuvieran personas probas y de sapiencia demostrada ante la comunidad; sus decisiones no se discutían y ni siquiera se analizaban, se confiaba de hecho, que lo decidido era correcto.
- En cuanto a las máquinas y equipos que has visto, -continuó- eso realmente no tiene importancia. La tecnología pesada siempre es la destinada a perecer primero ante una situación de conflicto y técnicamente es la más fácil de recuperar cuando este termina. Lo que custodia nuestra seguridad, no son los objetos, sino los cerebros que se encuentran aquí, esos son los más difíciles de recuperar si se perdieran frente a un eventual enemigo. Por eso nuestra tecnología de avanzada (la más sofisticada, la que se diseña y fabrica asistida por ordenadores y la que ocupa menor espacio) se encuentra adentro de la ciudad, una estructura unida que puede aislarse del exterior y elevarse en el espacio.
- ¿Qué? - Contesté asombrado.
- Sí - me replicó - Nuestra ciudad, ayudada en principio por las Vimanas, puede convertirse en una enorme base espacial. De hecho, lo es, aunque esté posada en tierra. Recordé, que cuando vimos la ciudad por primera vez, la forma me había resultado familiar y ahora sabía por qué; era muy parecida al esquema clásico de las plataformas espaciales en las novelas de ciencia ficción.
Olma detuvo el vehículo frente a una construcción custodiada que difería en su forma a las de los otros talleres vistos en el trayecto. Detrás de las paredes traslúcidas se veían numerosas personas vestidas de blanco, trabajando con sofisticados equipos.
- ¿Qué sucede aquí? - pregunté.
- Es el laboratorio donde Osmón realiza sus investigaciones.
- ¿Exactamente qué investiga? - proseguí.
- El control de una nueva forma de energía, que tendría aplicación práctica en algunos usos específicos.
- ¿Que tipo de energía?
- La llaman "protoplasmática" y consiste en un compuesto celular, un organismo vivo.
Primero me asombré, luego sonreí y me quedé imaginando un monstruito esférico emitiendo rayos de energía para todos lados, mientras deambulaba por la casa persiguiendo al gato. Un verdadero "Popómbalo" como llamábamos a las cosas que no podíamos definir, los chicos de mi provincia. Me descubrí riendo, mientras ella me observaba extrañada.
Seguimos andando; yo viajaba distraído recorriendo con mis ojos la enorme caverna, la gente, los equipos y como me había atrapado la enorme Vimana, miraba hacia atrás para verla desde la distancia. Olma se detuvo otra vez y cuando miré hacia adelante, quedé extasiado contemplando lo que veía. Nuevamente los dos platos invertidos entre dos semiesferas, sostenido sobre tres delgadas patas; brillante, semitransparente, sólido y etéreo a la vista: Tenía ante mis ojos: una "Burana", en nuestro idioma, un Plato volador". El corazón me palpitaba aceleradamente mientras nos acercábamos a ella. Si la Vimana impresionaba por su tamaño, la Burana lo hacía por su gracilidad; era como una copa de cristal, fina, delicada, homogénea, si hasta parecía frágil, como la mejor pieza de un orfebre genial.
Olma descendió y me invitó a avanzar hacia ella. Un oficial de seguridad la recibió al pié de una rampa que llevaba al interior de su cúpula inferior; intercambiaron palabras y luego él se apartó dándole indicaciones a un grupo de hombres de verde que estaban cerca. Olma ascendió por la rampa, invitándome a seguirla. La rampa formaba parte del casco y su estructura era de apariencia tan frágil que parecía no poder aguantar el peso de mi cuerpo. Por supuesto que aguantó perfectamente el peso de los dos y así penetramos dentro del espacio semiesférico inferior en el que no logré ver nada ya que ascendimos directamente por un conducto circular que nos comunicaba con la parte superior.
Al entrar en la semiesfera de arriba, (la que funcionaba como cúpula) me di cuenta de que ésa era la cabina de mando; Una consola rodeaba el ámbito y en el medio, situados alrededor de la abertura por donde entráramos, enfrentados y en sobre nivel, había tres asientos, los que me revelaron el número de tripulantes habituales.
Obviamente y siguiendo su concepto esferoidal el aparato estaba construido con una simetría radial en donde todo se organiza alrededor de un eje. Teníamos casos típicos puestos por la naturaleza en nuestro planeta. Dentro de la vida animal, los Erizos, las Medusas y sobre todo las Estrellas de mar en los océanos, no tenían frente ni cola, no había un atrás y un adelante ni una derecha ni una izquierda y cualquiera de sus partes era la perfecta reproducción de la parte contigua. Una situación que también se encontraba entre los vegetales. Pero yo estaba seguro de que la Estrella de mar tenía un cerebro que actuaba en consecuencia con su cuerpo. Lo que no podía imaginar era a esta gente, aparentemente igual al resto de los humanos (Al menos que estuviéramos viviendo una ilusión y no lo fueran) utilizando un vehículo semejante siendo individuos de simetría bilateral, con dos partes bien definidas organizadas a uno y otro lugar de un plano.
Nosotros tenemos derecha e izquierda, con cada elemento relacionado con la locomoción en doble ejemplar: Piernas, manos, pulmones, ojos, oídos, obedecen a esta regla, siendo cada parte no una copia sino su imagen invertida. Nuestro mismo cerebro, una pieza situada en la cúspide del organismo, está dividido en dos hemisferios. Solo escapan a esta regla los órganos que se sitúan sobre el plano de simetría, como la nariz. Nuestra locomoción es fluida en un solo sentido, nuestros vehículos se desplazan hacia delante y aunque ocasionalmente puedan retroceder deben efectuar alguna rotación sobre si mismos para hacerlo, puesto que han sido concebidos como unidireccionales.
Estaba entonces ante dos alternativas; o ellos no eran como nosotros los veíamos o habían logrado un grado de tecnología que les permitía incluso ignorarse a si mismos como entes adentro de una nave.
Proseguí mi observación: Todo alrededor del círculo que formaba la cúpula estaba ocupado por lo que yo interpreté como consolas de comando eso acrecentó mis sospechas de que el aparato no tenía un adelante ni un atrás. Pero además y observando mejor, la cúpula no era una, sino varias y me di cuenta sólo porque en el mínimo espacio existente entre las paredes observé lo que parecían ser pequeñas bolillas encapsuladas y colocadas simétricamente. Esa era la única pista para descubrir que eran varias porque la visión hacia el exterior era totalmente nítida y ni siquiera estaba seguro de que fueran bolillas. Olma se acercó a la consola y manipuló un teclado. Me aproximé y pregunté qué hacía:
- Pongo en funciones la computadora del aparato - me contestó - a partir de este momento sólo ejecutaré códigos que generen distintos procedimientos.
- De modo que la computadora vuela la nave - definí.
- ¡No!, yo vuelo la nave; la computadora sólo realiza lo que yo determino - afirmó sin dejar dudas.
- ¿Y qué capacidad tiene? - continué.
- La de realizar un millón de deducciones lógicas por segundo - respondió.
Yo no sabía si eso era mucho o poco, pero igual detuve la siguiente pregunta cuando en varias pantallas distribuidas alrededor del recinto, aparecieron imágenes que atraparon mi atención; se habían encendido de pronto y mientras algunas mostraban toda el área circundante del aparato, otras lo hacían con la rampa de acceso y la superficie que cubría el disco.
Entonces me di cuenta, que desde la cabina, debido a la superficie del plato que se extendía unos cuatro metros más allá de la cúpula en todo su perímetro, los sectores que nos mostraban algunas pantallas, no podían ser vistos por los tripulantes. Era evidente que al encender la computadora, se había generado un procedimiento que disponía (tal vez entre otras cosas) la vigilancia del entorno de la máquina. Mientras Olma se ocupaba de revisar los instrumentos, yo observaba la nave. El plato tendría unos doce a quince metros de diámetro total, la cúpula / cabina, de cuatro a seis. El material que componía la superficie exterior, era levemente diferente en color pero menos transparente que el de la cúpula.
- ¿De qué material es? - Pregunté con cierta inocencia.
- De un material obtenido por nuestros científicos alterando la estructura molecular de otros - Contestó agregando - Es una composición muy liviana, resistente, conductora en algunos casos y en otros no y siempre refractaria en alto grado.
Una luz roja destelló en la consola y Olma desvió su mirada hacia las pantallas que mostraban la rampa. Luego dijo:
- Llega mi copiloto.
Un momento después un joven delgado y rubio apareció por la abertura de acceso.
- ¡Zhurit! - exclamó Olma aproximándose a él.
- ¡Olma querida! - fue la respuesta.
Y se estrecharon juntando mucho los cuerpos y besándose en los labios. (Bueno - me dije- acabo de descubrir a su amante. Y debe ser bastante menor que ella - deduje insidiosamente-
- Voy a presentarte al Teniente Gonzalo Haffner - continuó Olma - piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina.
- ¡Ah! ­ el piloto del avión blanco, nuestro vecino de la bandera color cielo. - dijo el muchacho, haciendo un saludo con su cuerpo, de evidente estilo militar y continuando:
- ¡Excelente máquina su avión, Teniente! ; La estuvimos examinando ¡primitiva, pero excelente!
­ ¡Maldito mocoso! - pensé - llamaba primitivo al "Búho Blanco". ¿Cómo llamaría entonces a nuestros Mirages? Y ni pensar cómo verían antes a nuestros Gloster Meteor.
- ¿Cómo está la bella Zhelaím? - intercedió Olma.
- ¡OH! “muy bien" cuidando a nuestro hijo - respondió él.
­ De modo que el chiquilín tenía esposa y un hijo pequeño y ella lo sabía! .Me alegró descubrir que no era su pareja, sin dejar de asombrarme la facilidad con que ellos amigaban sus cuerpos.
- Bien, pongámonos en marcha - dijo ella.
Zhurit, se abocó de inmediato a manipular teclados. La rampa de acceso se cerró y debajo de la Burana se colocó un vehículo circular, que levantó el disco desde la cúpula inferior y lo trasladó hacia el lado este de la caverna, dejándolo parado sobre sus estilizadas patas a unos veinte metros de la pared de roca.
Yo seguía con atención los acontecimientos, sin comprender todavía por qué lo habían trasladado hasta allí. El ala del Plato comenzó a girar lentamente. Tenía al lado a Zhurit y pregunté:
-¿Qué energía lo propulsa?
- La inicial -contestó- puede provenir de cualquiera de sus baterías de reserva; el ordenador las elige de acuerdo al procedimiento ordenado.
- ¿y luego? - proseguí.
- Bueno - vaciló Zhurit - al aparato en sí puedes verlo como a un generador eléctrico. La esfera central conforma una bobina o rotor y en el ala del plato se hallan los campos. La diferencia con un generador convencional, es que en vez de girar la bobina, giran los campos. Con la electricidad producida de esa manera y agua, producimos hidrógeno, el que a su vez entra en combustión fría con oxígeno en el interior de una pila, produciendo electricidad y dejando como único residuo, vapor de agua, que vuelve a producir hidrógeno, repitiendo el ciclo. La electricidad alimenta a los motores que producen la energía mecánica; la energía mecánica produce electricidad y regenera la fuente que lo produce (el agua). Es un sistema de producción y combustión de energía cíclica, basada en agua - electricidad - hidrógeno - oxígeno.
Mi boca debe haber estado muy abierta intentando exclamar alguna definición de mi asombro, porque el pibe me observaba, entre piadoso y alegre.
- Así que...fuente de energía: hidrógeno. Combustible: agua - balbuceé, para proseguir explosivamente con otra pregunta.
- Pero, si esto no es más que un generador eléctrico, ¿Cómo y por qué diablos vuela?
- Vuela por la utilización de las fuerzas centrífugas y centrípetas que genera, en combinación con el campo antigravitatorio originado por la fuerza electromagnética.
Mi obvia expresión de idiota debió alegrarlo, porque sin darme tiempo a componerla, prosiguió:
- Las luces que frecuentemente dicen ver aquellos que observan ocasionalmente a las Buranas en el exterior, no son más que las descargas que produce el borde del disco, en razón de la tremenda carga eléctrica que genera y no es utilizada en su totalidad ni puede almacenarse, de ahí la existencia del hidrógeno como fuente de energía, almacenable y controlable.
Busqué un asiento - lo necesitaba - y sólo conseguí -maldita sea- incrementar mi desconcierto al ver que no me animaba a acceder a las butacas que se hallaban en el centro.
Entonces, tal vez como válvula de escape a la tensión que sufría, seguí pidiendo explicaciones:
- ¿Puede explicarme el por qué del diseño de esta cabina con los asientos enfrentados?
Me contestó la pregunta sin dejar de observar a Olma, que desde hacía un rato se hallaba frente a un monitor, leyendo y manipulando un teclado, como si estuviera registrando instrucciones o comunicándose con alguien que estuviera afuera de la nave.
- La cabina -dijo- compuesta por más de una docena de esferas, una adentro de la otra, forma parte de la tecnología vital de este aparato. Mientras la nave vuela manteniendo una relativa horizontal y a velocidades que nos permiten soportar las fuerzas inerciales, no es más que un habitáculo; pero a mayores velocidades y con la máquina evolucionando, cumple una función imprescindible.
Comprendí mientras tanto que lo que yo había interpretado como cúpulas inferior y superior, no eran más que dos partes de una sola esfera que asomaba por abajo y arriba del resto del fuselaje (En realidad, doce esferas según explicara ) y proseguí preguntando:
- ¿Por qué?
- Porque la Burana puede girar horizontal y verticalmente o en acciones combinadas, en ángulos de 90 grados y más a velocidades 10 veces superiores a las del sonido; le será fácil imaginar las consecuencias que eso provocaría en nuestros cuerpos adentro de la máquina.
- ¡OH, sí!, lo mismo que haría un ciclón con un espantapájaros - contesté alegrándome de saber que no eran bichos disfrazados ante nuestros ojos.
El rió con ganas y prosiguió:
- El hecho de que los asientos estén fijos a una esfera que gira hacia todos lados adentro de otras; permite contrarrestar las fuerzas inerciales que se originen. Por ejemplo: si el aparato estuviera avanzando hacia adelante a gran velocidad y de pronto girara hacia un costado, la primer esfera exterior podría quedar girando hacia adelante a la misma velocidad, mientras las otras esferas interiores también se moverían pero girando a otra velocidad y en otros sentidos
Creando así las contra fuerzas inerciales que permitirían mantener a la esfera interior en una relativa estabilidad. De su orientación de giro y velocidad se encargaría el ordenador por supuesto.
- ¡Maldita sea, Zhurit! , ¿Cómo se supone que el piloto pueda conducir la nave, metido adentro de una centrifugadora semejante y por supuesto, tratando desesperadamente de saber adonde está su cabeza?
Sonrió, disfrutándome de antemano y contestó:
- El piloto jamás sabrá lo que está pasando con su asiento o su habitáculo. El ordenador, utilizando algoritmos matemáticos que imitan la aleatoria de la naturaleza, reproducirá -mediante una holografía láser- adentro de la esfera central; todo el medio exterior y lo que en él esta sucediendo, creando una realidad virtual que es lo que el piloto verá , independientemente de que su asiento esté girando a gran velocidad y en todas las direcciones posibles.
- "Ya, Ya" -contesté deteniéndolo con un gesto. ¿Y que pasará con mis oídos?
- En un ambiente ingrávido como será el de la cápsula de hecho no pasará nada, Teniente.
- ¡Ah! ingrávido murmuré resignado. Y reaccionando proseguí- De modo que mientras doy vueltas adentro de un lavarropas, el ordenador me hará creer que descanso en una playa del Caribe. Realmente, quisiera verlo - comenté con ironía.
- Y lo verás, Teniente Haffner, lo verás y también otras cosas que no podrás creer - dijo Olma palmeando mi espalda y llevándome con una leve presión de su mano hacia el lado de la consola que daba contra la pared de la enorme caverna.
Mis ojos recorrían la superficie de roca, mientras mi cerebro me preguntaba qué diablos estaba observando, cuando las palabras de la bella comenzaron a justificarse.
Frente a mí, se produjo una grieta vertical en la montaña que se fue ensanchando silenciosamente. ­"La pared se deslizó hacia ambos costados, dejando al fin una abertura frente al plato, de cincuenta metros de altura por otros tantos de ancho". Pero el asombro lo otorgaba el espesor de las paredes que se movían; no era un delgado portón de piedra, dado la distancia que mediaba hasta el exterior, ¡Estaban moviendo trozos descomunales de montaña!
Acababa de descubrir por dónde sacaban a las enormes Vimanas, pues obviamente las paredes sólo se habían deslizado hasta allí, porque era más que suficiente para que saliera la pequeña Burana.
Hubo otro manipuleo de teclados por parte de Olma y el ala aceleró su giro, hasta que la perdí de vista. Sólo se percibía un torbellino visual alrededor de la cabina, ni una vibración, ni un ruido.
El plato se elevó suavemente hasta unos diez metros de altura y de pronto arrancó hacia adelante como succionado por una fuerza misteriosa; mientras tanto, los monitores nos mostraban todo lo que pasaba en el exterior.
Para cerciorarme de no estar observando una ilusión creada por computación; comparé la imagen de un monitor que me mostraba la montaña, con la visión directa de mis ojos a través de la cúpula: "Era exactamente igual" y en ese momento terminaba de cerrarse el portón por donde saliéramos, quedando la pared de la montaña, cómo si nunca hubiera existido.
El aparato volaba en horizontal sobre el terreno. Los tres, parados frente a las consolas, mirábamos al frente. Ni una leve vibración se trasmitía a nuestros cuerpos revelando el vuelo. Parecía que mirábamos el paisaje desde la ventana de un departamento.
El terreno descendía siguiendo la pendiente lógica de la montaña. El techo de niebla que nos cubría, me otorgaba una clara referencia del descenso al verlo cada vez más alto. Quise ver lo que había inmediatamente debajo del plato y observé el monitor que me mostraba esa imagen. Un momento después aparecieron en la pantalla, terrazas cultivadas al estilo indígena que no eran de superficie muy grande pero si de colores y concentración diferentes.
Olma se aproximó a mí, al verme interesado en la pantalla y pulsando una tecla me dio zoom, acercándome el paisaje. Identifiqué nada más que el trigo, el maíz y el girasol, entre la gran variedad de plantaciones que se veían mientras avanzábamos. Ella explicó:
- De cada tipo de planta, hay distintas variedades. Eso que estás viendo en este momento, es trigo azteca, una variedad de mayor valor nutritivo que la habitualmente cultivada en el mundo, que por ser utilizada por los indígenas en algunos rituales, fue prácticamente erradicada de los suelos de América por los españoles, quienes quemaron sembrados enteros y prohibieron el cultivo de la planta. Hicieron lo mismo con otras especies de cereales y hortalizas, condenando a los indígenas a la desnutrición al desbaratarles la dieta alimenticia que ellos practicaban y que en la época de la conquista era mucho mejor que las dietas de los pueblos europeos.
Sabía que los ibéricos se habían equivocado lindo en América, pero esta, no la conocía. Me quedé callado mirando cómo se mecían con la brisa, las flores borravinadas del "trigo azteca".
Volando suave, silenciosamente, a baja altura y poca velocidad, el plato llegó hasta la ciudad, dirigiéndose hacia el Centro de Seguridad. Se detuvo sobre una de las plataformas de la enorme esfera roja y Olma descendió dejándome con Zhurit, a quien le pregunté el por qué de la detención.
- Si hay algo que está prohibido en nuestra sociedad, es el contacto con el exterior sin el permiso del Consejo. Ustedes representan una plaga peligrosa y sólo se nos permite aproximarnos después de habernos esterilizado adecuadamente - dijo riendo.
- Sin embargo -comenté- para aproximarse a nosotros no tomaron muchos recaudos.
- No se engañe -contestó- sus tres compañeros son bien conocidos por nuestros hombres asignados al exterior y usted mismo no vino aquí por azar, como debe haber creído, sino que fue elegido por nosotros; Hernández, no enfermó de rubéola por casualidad.
"Hernández"; ¡mi compañero de escuadrilla! Pensé en cuánto lo había insultado y sentí remordimientos, aunque me otorgué cierta importancia por haber sido "elegido".
- ¿Y que pasaría si alguien quisiera salir al exterior sin permiso?
- No lo sé -contestó- nadie lo ha hecho. Pero supongo que no pasaría nada más, después que nuestros desintegradores le acertaran.
- ¿Desintegradores? - indagué.
- Podemos descomponer la materia en unidades de energía controlada; en cuyo caso siempre es posible recomponerla y también podemos hacerlo en unidades de energía descontrolada y entonces... ¡PUF!
El mocoso me estaba disfrutando y yo le daba pié a cada instante para que lo hiciera. Intenté un golpe bajo y dije:
- El control de vuestra Regencia se parece mucho a algunas de nuestras dictaduras, ¿O no?
- Lo que controla nuestra Regencia, es la justicia y el funcionamiento del sistema; pero al sistema lo erigen, mantienen y reforman, los ciudadanos. Nuestros expertos, determinan y exponen sus razones; La comunidad acata o cuestiona. Si cuestiona, debate, argumenta y confronta hasta que decide. Cuando decide, respeta esas decisiones. Esa es la metodología de nuestra cultura social. Si en este caso alguien fuera desintegrado, el mismo estaría siendo víctima de la decisión que directa o indirectamente tomara. ¿Cree usted que se parece a la suya?
No, no se parecía en absoluto: Nuestra justicia y nuestros sistemas eran controlados por los poderes políticos, económicos, religiosos y delictivos de turno, entrelazados en una "melange" donde el hombre era el factor de menos importancia. Nuestros ciudadanos no erigían, mantenían ni reformaban nada; aunque muchos vivieran creyendo que sí lo hacían. Nuestros "representantes" para debatir no sólo no eran expertos sino que a veces eran sinvergüenzas oportunistas a quienes ni siquiera conocíamos.
El mocoso tenía razón, pero a mi me dolía como una patada en los testículos. Los puse en hoja muerta y los dejé caer.
En eso estábamos cuando Olma apareció en el monitor que mostraba la rampa, acompañada por Agedor, el gigante de largos brazos que nos recibiera cuando llegamos. Un momento después, ella estaba otra vez con nosotros. El disco se puso en marcha, ascendiendo verticalmente apenas libró el perímetro de la esfera, para detenerse una decena de metros antes de llegar al techo de niebla.
Iba a preguntar por qué permanecíamos estáticos en ese lugar, cuando cuatro bolas rojas ascendieron flanqueándonos, para atravesar la niebla y desaparecer de nuestra vista.
- ¡Los Foo Figther! - expresé preguntando: -¿Que hacen aquí?-
- Los atisbadores se encargarán de revisar un área que nos asegure una salida tranquila.
- ¿Es realmente necesario? - insistí.
- Debe serlo, ya que así lo ha dispuesto la Regencia - concluyó Olma, dejando claro que no había nada que discutir.
¿Era posible que confiaran tanto en la capacidad de sus dirigentes, que ni siquiera analizaran el sentido de las órdenes? , ¡Cómo me jodía!
Las "bolas de fuego" regresaron y pasaron raudamente otra vez junto a nosotros. Zhurit manipuló los controles y el plato se puso en movimiento, atravesando lentamente la niebla.
Cuando salimos al exterior, el Sol estaba en posición de mediodía y los picos nevados daban majestuoso marco al paisaje. Traté de referenciar nuestra posición, pero nada me resultaba conocido. Desistí pronto, pues existía la posibilidad de que hasta las imágenes de las montañas que veía, fueran artificios creados por la gente de Olma.
El disco siguió ascendiendo en forma vertical, para después desplazarse horizontalmente a gran altura. Cuando volví a tener contacto visual con la superficie de la tierra; el volcán Lanín, estaba abajo y atrás y nosotros descendíamos atravesando territorio neuquino en dirección Sur-Este.
Por último el disco estabilizó su altura volando hacia el Atlántico en una franja de altitud algo superior a la de los vuelos comerciales y tal vez a una media de 500 Km. Comencé a preguntarme por qué lo hacían ya que tenían la posibilidad de volar a una altura o a una velocidad indetectable para nuestras fuerzas aéreas; cuando a la mitad de la provincia de Río Negro un monitor emitió un sonido de alerta y mostró tres objetos indefinidos que avanzaban desde el Sur.
Hubo un rápido tecleado de Olma y los objetos se clarificaron en pantalla. Eran tres cazas interceptores Mirages; nuestros muchachos se aproximaban, como para demostrar que nuestro cielo tenía sus propios pájaros.
Olma me colocó un casco que tenía aplicadas sus propias esferas perforadas y me indicó que me sentara. Me ubiqué en un asiento y éste, automáticamente sujetó mi cuerpo como si fuera un metal aproximado a un imán. Cuando giré la cabeza, vi. a Zhurit ya colocado en su silla y me pregunté que estaban por hacer ya que poco les hubiera costado alejarse. Pero enseguida comprendí; se estaban preparando para jugar, con los Mirages y por supuesto conmigo.
Olma se dirigió a su asiento y segundos después, el ámbito de la nave desapareció de mi vista. Por unos segundos estuve adentro de una esfera plateada; Luego, fue apareciendo a mí alrededor la imagen del espacio exterior hasta quedar con la sensación de que el asiento flotaba en el espacio.
Escuché la voz de Olma en los auriculares del casco:
- Teniente; en los extremos delanteros de los apoya brazos del asiento, hay dos pequeños teclados: todas las teclas tienen las funciones anuladas; no así las que hallará en los laterales, ésas le permitirán focalizar un objeto determinado y acercar su imagen cuando usted lo desee. En caso de necesitar algo, simplemente hable; de lo contrario permanezca en silencio para que yo y el Capitán podamos comunicarnos fluidamente.
Registré objetivamente dos cosas: Que Zhurit era Capitán y que yo debía mantener la boca cerrada y entretenerme con el zoom. Cuando logré‚ adaptarme a la sensación de flotar en el espacio sentado en una silla, comencé a manipular las teclas comprendiendo sus funciones.
Los tres interceptores Mirages se aproximaban rápidamente (si lo que yo percibía dentro de esa loca silla voladora era cierto). El plato permaneció inmóvil hasta que los aviones llegaron a unos quinientos metros; entonces, arrancó intempestivamente en forma horizontal, multiplicando por diez la distancia y deteniéndose.
Comprobé visualmente la aceleración, porque en segundos los tres aviones volvieron a ser tres objetos distantes; pero no la sentí físicamente, mi cuerpo no experimentó presión alguna. Supuse que la esfera estaría girando velozmente, pero nada se notaba adentro, a no ser la mencionada sensación de flotar en el espacio.
Los muchachos deben haber exigido las turbinas a fondo, porque nuevamente estaban cerca. Di zoom para observar la carlinga de uno de los jets; aproximé más y apareció la cabeza del piloto que entre el casco y la máscara de oxígeno mostraba un par de ojos asombrados. Era "Hernández", portando su inconfundible casco tricolor. Pensé en las paradojas del destino, pues en principio, él debería estar en el plato y yo en el jet. Me retracté definitivamente de todos los insultos proferidos contra él.
No tuve oportunidad de verificar quienes eran los otros dos pilotos; porque el plato, arrancó nuevamente en línea horizontal, se detuvo de golpe, ascendió verticalmente, realizó una serie de cabriolas entre las que voló en transversal a su eje horizontal y luego regresó hacia los jets en otro nivel de altura, descendiendo y colocándose detrás de ellos en el mismo nivel de vuelo. Todo eso le llevó segundos de tiempo; mientras los pilotos seguían buscándolos adelante. Cuando lograron localizarlo, reaccionaron abriéndose en estrella; Hernández ascendió sobre su línea dando la vuelta y los otros dos lo hicieron hacia los costados.
¡"Pobres amigos míos"!; eran buenos pilotos y lo estaban demostrando, pero me imaginé la desesperación que tendrían por acercarse al plato; no todos los días ni todos los pilotos se encontraban con un "OVNI." y mucho menos con uno que llevaba sentado en el aire a un integrante de su Fuerza Aérea. Mientras tanto, mis ocasionales nuevos amigos seguían divirtiéndose con ellos merced a una diferencia tecnológica que los primeros no podían siquiera imaginar.
La posición visual de mi asiento adentro de la esfera, era la misma horizontal del ala en forma permanente, de modo que yo podía advertir las evoluciones del disco igual que advertía un piloto las de su avión desde su cabina.
El disco se detuvo de golpe e invirtió su marcha, manteniendo a distancia a los aviones. De pronto, se puso vertical y ascendió a 90 grados sin detenerse ni disminuir la velocidad, para estabilizar en horizontal y partir vertiginosamente hacia el Atlántico.
Los tres pilotos de mi Fuerza Aérea, ya tenían su historia para contar; "Que nadie iba a creer" y que "Oficialmente no se iba a registrar".
La esfera, se puso nuevamente color plata, luego traslúcida y entonces vi. a Olma ya afuera de su asiento y a Zhurit saliendo. Sentí que el asiento se desprendía de mi cuerpo y entonces me incorporé y lo abandoné lentamente.
El plato estaba detenido sobre el océano, no se veía la costa Argentina ni veía ninguna otra referencia. Me acerqué a Olma y dije:
- ¿Ya se cansaron de jugar al gato y al ratón?
- No hasta que los ratones reconozcan la existencia del gato - me contestó.
Hube de reconocer la verdad y cerré mi boca de ratón. Un minuto después volvía a abrirla, pero fue para hacer una pregunta menos conflictiva.
- ¿Cómo era posible que el plato realizara las maniobras que realizó, sin desintegrarse?
Olma volvió sus gatunos ojos hacia mí y dijo:
- La Burana genera una pantalla electromagnética a su alrededor que podríamos denominar "de antigravedad e inercia", reduciendo los factores de carga a una presión que su estructura puede soportar ampliamente.
- Pero -insistí- si el plato vuela dentro de un campo gravitatorio propio, ¿cual es la razón de las esferas?
- Que la estructura del "plato" -como tú le llamas- pueda aguantar los factores de carga, no significa que nuestros cuerpos también puedan hacerlo - aclaró Olma, prosiguiendo- la nave tiene asombrosas posibilidades de maniobra, muy fáciles de realizar ya que sólo es cuestión de generar los procedimientos. Pero a tan altas velocidades es aconsejable no arriesgar nuestros cuerpos a la posibilidad de ejecutar un código de maniobra inadecuado no para ella sino para nosotros. Por eso siempre que entramos en una situación que puede crear imprevistos, utilizamos los asientos y de esa manera solo tenemos que pensar en la nave - concluyó.
Y por supuesto, ­ ¡no se les ocurriría dejar de hacerlo ante ninguna circunstancia! - refunfuñé molesto por su lógica disciplinaria. Mientras tanto, las aguas del Atlántico Sur, fieles a su naturaleza, se azotaban entre sí, debajo nuestro. Zhurit, manipuló el teclado de una consola y un momento después, el aparato se inclinó y comenzó a descender hacia las aguas.
Pero, ¿Qué diablos están haciendo? - me pregunté a mi mismo, asustado; si el disco era básicamente un generador eléctrico como es que podían "meterlo en el agua".
No dije nada; ya me había acostumbrado a las imposibilidades, posibles entre ellos. El ala aceleró su giro, cambiando de color a medida que acrecentaba la velocidad; luego, penetró en el agua lentamente y sin alteraciones, como la hoja de un cuchillo entra en un trozo de manteca: pero estaba atravesando el oleaje furioso del Atlántico Sur, un mar acostumbrado a zarandear navíos de miles de toneladas de peso.
Ya bajo la superficie, el plato descendió lentamente. La claridad exterior, acrecentada por la luminosidad del aparato, nos mostraba un paisaje fantasmagórico a nuestro alrededor. Estábamos en la zona de aguas profundas, inmersos en una tonalidad verde-azulada, que nos dejaba ver cardúmenes de atunes, calamares y otros peces.
Cuando la luz decreció, supe que estábamos alrededor de los doscientos metros de profundidad. Poco después, un calamar gigante se pudo ver a poca distancia; desde allí, la luz se redujo cada vez más, hasta quedar supeditada a la que originaba el aparato. Luego, hasta esa luz fue insuficiente para alterar la negrura de la profundidad.
Cuando mis ojos vieron, peces, calamares y crustáceos color rojo, recordé que eso sucedía alrededor de los seiscientos metros; y desde allí, la oscuridad total fue apenas matizada por la luminosidad del disco; ya estábamos en la zona batial.
Más tarde, vi pasar horribles peces de desproporcionadas cabezas y enormes dientes, algunos con largos cuerpos de serpientes llenos de espinas, que surgían de una cabeza mezcla de pez y pájaro. Raros pulpos de ojos protuberantes, serpientes con cabezas de mandíbulas enormes y dientes salientes. Estábamos ante animales pelágicos que emitían su propia luz. Era la fauna abisal; algunos de esos monstruos de la perpetua oscuridad oceánica, podrían ser dignas mascotas del mismísimo Drácula; ¡Como que la mayoría eran necrófagos!
Olma y Zhurit me flanqueaban, parados a mi lado, mientras yo intentaba penetrar la oscuridad con mis ojos, asustándome y echándome hacia atrás cada vez que aparecía un monstruo frente a nosotros.
Entonces, La oscuridad pareció ceder un poco, algo iluminaba el agua a nuestro alrededor y no podía ser el Sol, porque seguíamos descendiendo y avanzando hacia el interior del Atlántico. Olma advirtió a Zhurit sobre un monitor y éste se abocó a leer un mensaje que apareció en pantalla y luego manipuló teclados con una velocidad adecuada a los largos y ágiles dedos de sus manos.
La nueva semi obscuridad del exterior, me permitía ya visualizar a cierta distancia, cuando un objeto cilíndrico oscuro, apareció a nuestro lado. Me quedé rígido mirando, lo que parecía ser el casco de un submarino, que nos acompañaba.
Olma y Zhurit bromeaban, dialogando frente a un monitor, como si no hubieran visto lo que viajaba a nuestro lado.
El objeto se apartó del plato y tuve la suficiente perspectiva como para observarlo. Era un tubo cilíndrico con las puntas ovoidales de unos cuatro metros de diámetro por diez o doce de largo; sin torre, sin ventanas, sin barandas, "nada".
-¿Qué cosa es ese submarino mutilado que nos escolta? -pregunté.
Olma y Zhurit se estaban comunicando con alguien a través del monitor, cuando me di vuelta.
- Ven a ver lo que hay adentro de él - solicitó ella.
- Tal vez cambies de opinión - agregó Zhurit riendo.
Me aproximé a la pantalla donde estaban y en ella vi. el rostro de una jovencita de piel muy blanca, labios amarronados, ojos verdes y un cabello rojizo, cortado muy corto; que nos sonreía desde su puesto. Era realmente hermosa.
Volví mis ojos hacia el caño sin gracia que nos acompañaba, incrédulo sobre el contenido que me mostraba la pantalla.
- "Olma", ¿Qué es ese aparato y quién es ella? - pregunté.
- Es un vehículo submarino de gran profundidad y la muchacha; un integrante de Seguridad, embajadora nuestra en esta colonia oceánica y hija de Antiza, a quien tú ya conociste - respondió.
- y además, muy parecida en sus actitudes a... Olma tapó la boca de Zhurit impidiéndole terminar la frase.
¡Hija de Antiza!, “valdría la pena conocerla”, pero algo me preocupaba mas:
- ¿Colonia Oceánica? - murmuré.
- Mira - interrumpió Zhurit, tomándome suavemente de un hombro y haciéndome girar hacia el frente.
Lo que vi., aceleró mi corriente sanguínea, agregándole más adrenalina que la obtenida con los monstruos horripilantes que viera un rato antes: Iluminando la noche abisal con su luz interior, "un grupo de cúpulas transparentes resplandecían sobre el lecho oceánico".
- La, la colonia - dije, con la piel de gallina y la lengua pesada.
No sabía a qué profundidad estábamos, pero no podían ser menos de dos mil metros; tomando como referencia el echo de que a los quinientos o seiscientos metros, ya la oscuridad se hace total y nosotros habíamos viajado bastante tiempo en plena oscuridad.
Mientras nos acercábamos mis ojos no dejaban de asombrarse y mi cerebro se negaba a aceptar lo que le parecía imposible. Esas cúpulas que veía, estaban en un medio acuático de temperatura próxima al punto de congelación, siendo sometidas a una presión por centímetro cuadrado que no podía ser menor a doscientos kilos y una persona a esa profundidad estaría expuesta a más de tres millones de kilogramos de presión total, estando afuera de ellas. Y estas gentes no sólo vivían a esa profundidad, sino que entraban y salían de esas cúpulas a voluntad, a juzgar por la beldad que tripulaba el cigarro.
Ya estábamos arriba de las cúpulas, a considerable altura. El cigarro, no se despegaba de nosotros. Solicité tener una visión directa de lo que estaba abajo nuestro y Olma me la concedió. Entonces vi en la pantalla una cúpula central enorme, rodeada de seis menores que fácilmente tendrían unos trescientos metros de diámetro. Todas las menores estaban ocupadas por esferas distribuidas en distintos niveles, hasta llegar al techo. La mayor, albergaba en su interior cinco esferas más grandes dispuestas de la misma forma que en la ciudad de Olma. No se veía comunicación entre cúpulas pero adentro de cada una, ocupando los pasadizos y pasarelas y en los espacios libres, se observaban muchas personas. Algo había en esas personas que me resultaba diferente, pero no acertaba a saber qué era y la visión no era lo suficientemente nítida como para conformarme. Volví la mirada hacia Olma, quien reconociendo mi expresión, no me dio tiempo a preguntar nada.
-Si observas bien, verás que las cúpulas son dobles. Las exteriores son realmente cúpulas; las interiores son en realidad, la mitad superior de una esfera completa. La otra mitad de cada una está enterrada en el lecho oceánico. De un anillo aleta que tiene la esfera interior a nivel del suelo, surge la estructura de la cúpula exterior. El espacio entre las dos está lleno de un líquido de menor densidad que el agua, que cumple ciertas funciones específicas y otras anexas; Una de ellas por ejemplo podría ser la de obscurecerse, ocultando la existencia de las cúpulas a la detección visual.
Las paredes de ambas están construidas en un espesor de diez centímetros y en un material cuya resistencia por centímetro de espesor, equivale a ocho centímetros de vuestro mejor acero.
- Las comunicaciones entre cúpulas se hallan bajo el lecho oceánico y un sistema de cámaras de compartimentos con esclusas, permite el ingreso de los tripulantes a sus vehículos y las salidas y entradas de los mismos desde estaciones de construcción especial.
La energía la obtienen, utilizando la presión y el movimiento del océano y la alimentación se prepara con elementos de la fauna oceánica de las distintas profundidades y cereales y frutos de sus propios sembradíos. La ciudad, está asentada sobre una meseta, parte de una cordillera submarina, la cual aporta los elementos minerales, siendo trabajada con la misma intensidad que la cordillera exterior que trabajamos nosotros.
La organización social, tecnología y filosofía conceptual es idéntica a la nuestra, adaptada a su medio. Tienen una estructura de conducción autónoma en todos los temas de interés local y dependiente de nuestra Regencia en todo lo de interés general.
Olma estaba realizando una descripción como para que no me quedaran preguntas; sin embargo, pregunté:
- ¿Cómo pueden vivir expuestos permanentemente a las enormes presiones del océano?
- ¿Como pueden vivir ustedes expuestos al frío, calor, lluvia, nieve, granizo, huracanes, tornados, volcanes, pestes, hambre, guerras, etc.? - respondió.
Me quedé mirándola y no contesté; entonces ella prosiguió:
- Disponemos de una superficie que cubre el setenta por ciento del planeta, con enormes recursos para abastecer nuestras necesidades, sin dependencias climatológicas en nuestra movilidad ni en nuestra cotidianidad; nuestros hábitat y hábitos de vida, no son alterados nunca por acontecimientos impredecibles. Lo que se proyecta, se realiza. No hay barreras idiomáticas, ideológicas, políticas, nacionalistas, religiosas ni económicas. El único peligro natural -la presión- está absolutamente controlado, sólo tenemos un peligro impredecible aunque afortunadamente también controlable: "Ustedes".
Yo, ya estaba cansado de tener tantas culpas como representante de "la humanidad", pero era cierto; para ellos los únicos peligros impredecibles podían venir de nosotros. Pero ellos... ¿Cuantos eran ellos?: Tomé conciencia de que no lo sabía y realicé la pregunta:
- ¿Cuantas colonias como éstas existen en el mundo?
- ¿Oceánicas?, algunos centenares - me contestó Zhurit.
- ¡Algunos centenares! - exclamé asombrado.
- Por supuesto que son menores que tus ciudades - aclaró Zhurit -utilizamos un principio aprendido de nuestros maestros que entre ustedes sólo utilizaron los griegos: "Nunca una poli demasiado grande".
- ¿Y afuera del océano hay más? - proseguí.
- Hay más, pero no son datos que yo pueda darte - me replicó.
- Por si estás pensando estratégicamente, te daré pautas -intercedió Olma- somos muchos menos que ustedes, porque en nuestra sociedad, nunca vino nadie a la vida, sin que se haya preparado antes su lugar en el medio que va a habitar. Ese es nuestro primer acto de amor hacia el que viene; "Asegurarle la vida". Somos una sociedad homogénea, con la misma intelectualidad básica, los mismos intereses sociales y los mismos recursos tecnológicos; nos rigen las mismas leyes y se aplica la misma justicia por igual, en todos lados y a toda la gente. Cuando se descubre un recurso, lo aprovechamos todos, cuando se desarrolla una tecnología, la utilizamos todos y, lo más importante: "Cuando nos acecha un peligro, nos defendemos todos".
La forma en que dijo las últimas palabras, podía interpretarse fácilmente como una advertencia. Me quedé pensando en la extraña agresividad de Olma y en el hecho concreto de que nosotros, varios miles de millones de habitantes en la superficie del planeta, no éramos más que manadas de necios, inmersos en intereses mezquinos y ellos, no sé si un millón o diez millones de habitantes, ocultos en los lechos oceánicos o en lugares secretos, eran en realidad la única civilización de la tierra.
Zhurit nos llamó hacia el monitor mediante el cual se comunicaba visualmente con el cigarro. En la pantalla seguía el precioso rostro de la pelirroja y debajo una serie de mensajes. Ambos se reían, Olma permaneció inmutable y yo no tuve la menor posibilidad de comprender lo que estaba pasando.
El cigarro se apartó de nosotros y se alejó. Olma, con el ceño fruncido escuchaba a Zhurit. Yo mientras tanto me entretenía observando la ciudad imposible que teníamos debajo.
El plato se puso en movimiento desplazándose en forma horizontal. Cuando estábamos a cierta distancia de las cúpulas empezó a descender verticalmente. Pronto estuvimos al mismo nivel de sus bases y entonces pude apreciar la magnitud del tamaño que tenían. Luego, desaparecieron de mi vista y fue otra vez la total oscuridad. Evidentemente descendíamos en una fosa oceánica, uno de los costados de la meseta que mencionaran como asiento de la ciudad. Nos detuvimos en breve frente a seis círculos formados con luces en la pared de la meseta y cuando en uno de ellos, las luces cambiaron de color; avanzamos hacia la montaña.
Entramos en un túnel cilíndrico demarcado por luces longitudinales que se veían como tenues rayas en medio de la gran obscuridad. Recorrimos un trecho, nos detuvimos y luego volvimos a avanzar. Cuando nos detuvimos por segunda vez, el túnel se iluminó y pude ver que estábamos adentro de un cilindro excavado en la roca, en donde ya no había agua y que teníamos una puerta adelante y una detrás. Evidentemente estábamos adentro del sistema de esclusas que permitía la entrada al lugar. Avanzamos y nos detuvimos dos veces más y al fin entramos en una caverna enorme y toda iluminada parecida a la que albergaba el centro fabril de donde saliéramos.
La Burana se detuvo y quedó asentada sobre sus gráciles patas.
- ¡Tú te quedas en la nave! - ordenó Olma mientras se introducía en el conducto que la llevaba hacia abajo, seguida por Zhurit, quien lucía una amplia sonrisa en su cara.
Resignado, me acerqué a la consola que me permitiría observar que pasaba abajo. Grande fue mi sorpresa al ver que quienes recibían a Olma, eran todos hombrecitos de tez amarillenta que apenas pasaban el metro de altura.
"Eran los hombres del planeta rojo", no había duda y eso era lo que me había llamado la atención adentro de las cúpulas "la relación de tamaño entre las cosas".
Olma y Zhurit se alejaron conversando con sus anfitriones y yo aproveché para indagar visualmente el lugar. Todos los individuos que se veían eran pequeños salvo el conductor del vehículo en que partieron mis compañeros de vuelo.
Parado mirando al frente desde la cúpula no advertí la llegada de nadie hasta que los instrumentos me lo advirtieron. Cuando me di vuelta, desde el cilindro central asomaba la pelirroja que viera por el monitor.
- ¡Bienvenido Teniente!, "es todo un placer saludar a un ejemplar humano como usted en este reino de Liliput".
Supe que tendría problemas, cuando me di cuenta que la criatura que entraba era de hábitos parecidos a los de Ormoní y que además era una belleza espeluznante, imposible de rechazar. Venía vestida con un pantalón rojo pegado al cuerpo, pero en lugar de la casaca superior vestía una media casaca que terminaba poco más arriba de su ombligo y le dejaba el vientre y también los brazos al descubierto. Tenía la piel blanca aporcelanada y un cuerpo gimnástico con abundancia de todo menos en su cinturita que podía abarcarse con las dos manos.
- ¡Ho, hola!, ¿que tal? - dije como un idiota.
- ¡Hoola!, yo soy Antina. ¿Eres tú ese primitivo muchachote del exterior que nos está visitando desde hace unos días?
- ¡Sí!, Bueno, creo, creo que sí - dije balbuceante.
- Bueno, como dije antes, Teniente; ¡Bienvenido!
Se acercó a mí, me tomó las manos, las colocó sobre su desnuda cintura y dijo:
- Quiero besarte, pero vas a tener que ayudarme- ¿sí?
Se paró sobre mis pies para darse más altura y como aún así no llegaba, la levanté con mis manos. Se colgó de mi cuello se pegó a mi cuerpo y posó sus labios sobre mi boca, la que recorrió a gusto para terminar mordisqueándome el labio inferior levemente.
La cabeza se me fue al diablo pero en ese momento se sintió la voz de Olma:
- Creo que será prudente en nuestra próxima visita a esta colonia, dejar la nave resguardada contra posibles asaltos. ¿No lo crees así Zhurit?
La pequeña se desprendió de mí y contestó sin inmutarse:
- ¡Olma querida, cuanto celo "profesional", resguardar la nave de la visita de tus propios diplomáticos!
- Querida Antina, ¿algún mensaje para tu madre quizás?, supongo que no debo comentar la "informalidad" de tu uniforme en este lugar.
- ¡OH no querida, yo sé que tú no lo harías!, sólo dile que su "blanca nieves" ya está cansada de andar entre tantos enanitos - y diciendo esto se dirigió hacia el conducto de salida mientras Olma decía:
- Tal vez tengamos que incrementar la dotación de nuestros hombres en este lugar aunque tenía entendido que era bastante numerosa.
- Es verdad querida, para algunas mujeres toda una multitud - y dirigiéndose a mí prosiguió:
- De cualquier manera fue un placer, Teniente; espero volver a verlo en un lugar más adecuado.
Cuando la pelirroja se alejó hacia el interior de la caverna, Olma se dirigió a su asiento diciendo:
- ¡Partimos! -
Zhurit señaló mi asiento y cuando comprobó que mis auriculares estaban bien, se dirigió al suyo. Pronto abandonamos las esclusas y en cuanto la "realidad virtual" me envolvió, experimenté la más extraña experiencia que puede soportar un hombre: estar flotando en los abismos abisales aferrado a un asiento, semi-iluminado por la luz de la más fantástica ciudad que pueda imaginarse.
Cuando el plato ascendió empezó lo peor: A mí alrededor se movían los horribles animales que viera antes, pero esta vez con la desagradable sensación de que podían tocarme. Cuando la luz de la ciudad ya no fue suficiente para iluminar la negrura del abismo, mi asiento flotaba en una estremecedora obscuridad, en la cual aparecían a cada momento, monstruosas criaturas de aterradora realidad, mirándome con sus ojos fosforescentes. Tuve miedo, un miedo que sólo pude atemperar, tomando conciencia de que existía el asiento, cerrando los ojos y aferrándome fuertemente a él.
Cuando el mar tuvo luz otra vez, la misma situación se revirtió; estar flotando entre cardúmenes de atunes podría haber sido disfrutable, pero había estado sometido a una tensión insoportable en la negrura abisal y decidí seguir con los ojos cerrados. Traté de recordar cómo se hacía para bajar la temperatura del traje, que a esa altura de los acontecimientos se había vuelto insoportable.
Abrí los ojos un momento antes de llegar a la superficie, justo para apreciar que el plato había tomado mayor velocidad. Salió del océano con la misma suavidad que había entrado y sin una vibración, pasó del agua al aire.
Luego ascendió vertiginosamente en forma vertical, realizó una serie de piruetas dantescas en el trayecto, se estabilizó luego en horizontal y partió desde el Atlántico hacia el continente, a una velocidad imposible de calcular; pude visualizar la Cordillera de los Andes a segundos de haber abandonado el mar.
Una pregunta giraba en mi cabeza: ¿Qué pasaba con Olma; acaso me quería matar?
























Entramos al ascensor y descendimos. Olma se mostraba muy alegre; como si la decisión de los Regentes de autorizarla a llevarme, tuviera una importancia especial para ella.
Pasamos el nivel del salón de recepción y pronto juzgué‚ que ya habíamos superado la base de la esfera. Cuando las puertas del elevador se abrieron, entramos a un recinto intensamente iluminado y profusamente custodiado.
Comprendí por qué‚ Olma había vestido de rojo para traerme al lugar; Era una forma visual de tranquilizar a los celosos guardias, que se apresuraban a solicitar la identificación, apenas observaban la presencia de un individuo que no vestía el color del área que controlaban.
Nuestro desplazamiento por el lugar, exigía continuas identificaciones. Olma, a pesar de ser personal jerárquico del área, aceptaba de buen modo los controles y los hombres, realizadas las verificaciones, nos invitaban a seguir andando.
Le hice notar a mi guía que en nuestras instituciones, generalmente el personal de alto rango, conocido, no era verificado; y me respondió que esa, era una tremenda falla de seguridad, pues le brindaba a un extraño la mejor y más sencilla de las formas de violar el lugar. En su comunidad, el mismo Lunigén, presidente de la Regencia y conocido por todos, sería no sólo verificado, sino también penalizado por cualquier agente de seguridad de mínimo rango; porque de nada servirían las reglas si un sólo miembro de la comunidad estuviera exento de cumplirlas.
Sonreí; escucharla era la mejor evidencia de que ellos no pertenecían a mi sociedad. Recordé a un amigo mío que siendo agente de tránsito intentó penalizar a una jueza que manejaba en estado de ebriedad: No sólo se quedó sin trabajo, sino que un abogado tuvo que transpirar para que no lo metieran en la cárcel por cargos infundados de una borracha reventada con poder social. No sabía cuanto tiempo permaneceríamos allí, pero el riesgo evidente que corríamos era que el asco no nos dejara adaptarnos nuevamente a nuestro medio.
Observé‚ mi entorno; todos los guardias estaban provistos con armas de características semejantes a las que usara Wicort para desintegrar al delincuente. Sabiendo que sus efectos podían ser devastadores, deduje que el lugar a donde accedíamos era muy importante.
Llegamos a la mitad del ancho del recinto. Hasta ese momento, distraído por las reiteradas identificaciones y por mis propias elucubraciones, no le había prestado atención al aspecto físico del lugar. Era muy parecido a una estación de subtes; medía unos 150 metros de largo, por 50 de ancho y tal vez, 20 de altura. En el medio, longitudinalmente, había dos conductos cilíndricos de 1,50 mts. de diámetro y dos de 3 mts. aproximadamente. Adentro del que teníamos más cerca, se hallaba un vehículo abierto en su parte superior, que se ajustaba interiormente al conducto. Tenía un asiento cada 50 cms. y los laterales totalmente acolchados. la parte delantera era esférica o más bien ovoidal como la punta de una bala común. Por un momento lo creí metálico, después descubrí que era sólo una versión diferente del mismo material que usaban para la mayoría de las cosas.
Olma me indicó que lo abordara; entré y me acomodé en el medio del asiento delantero. Ella se introdujo en el mismo lugar motivando que me corriera hacia la izquierda. La miré interrogante y me dijo:
- Vas a experimentar el vértigo de la velocidad en una forma que no conoces, por eso prefiero sentarme a tu lado. Me sonreí, tal vez socarronamente. Yo había volado a más de 25OO K.P.H. y conducido autos de carrera a 2OO K.P.H.; no creí que ese cilindro pudiera asombrarme demasiado.
De ambos costados del vehículo se levantaron coberturas transparentes, hasta ensamblarse en el medio, sobre nuestras cabezas. Hasta allí, todo iba bien; me encontraba en un habitáculo muy parecido a la cabina de un avión caza, de modo que seguí observando divertido. Con el cierre del techo, se inflaron los costados y la parte delantera del revestimiento, sujetando nuestros cuerpos de todos lados sin necesidad de cinturones de seguridad. Seguí contento; ahora me encontraba apretujado a Olma solo que en medio de unos globos que apenas me permitían la opción de estar. Noté que el ambiente del vehículo se presurizaba; el cilindro exterior se iba cerrando lentamente, cubriendo la transparencia anterior y dejándonos en una semipenumbra. Miré hacia el frente y pude ver a través de la transparencia de la trompa, cómo se iluminaba el conducto que teníamos adelante. Empecé a comprender y surgió un ejemplo en mi mente: ¡Estábamos sentados adentro de una bala que iba a ser disparada por el caño de un fusil!
Y así fue: apenas se terminó de cerrar el conducto exterior; el cilindro se puso en movimiento desarrollando velocidad en proporción geométrica. A los pocos segundos, provocaba espanto. No podía evaluarla, no tenía parámetros. Era distinto a todo lo que había conocido. Viajábamos por adentro de un caño y mientras la corteza exterior del vehículo giraba alrededor nuestro vertiginosamente, nosotros permanecíamos en la misma posición, percibiendo más que viendo, como el caño nos devoraba a velocidad alucinante, sumergidos en un silbido que daba crédito a la imagen, de haber sido disparados por el caño de un fusil.
Me fue imposible estimar cuanto tiempo pasó y que distancia recorrimos. De pronto: ¡Llegamos a destino! El vehículo se había detenido. Mientras las coberturas se abrían y trataba de distenderme, mi cuerpo, excesivamente transpirado sufrió un escalofrío y mascullé:
- ¿Cómo funciona esta bala, maldita sea ?
- Por descompensación entre presión y descompresión en el conducto - Contestó ella al escucharme.
- ¿Qué , No tiene motores ?
- No, no los tiene; no hacen falta - me respondió.
De haber estado en otra situación hubiera proferido el peor de los insultos, pero aún nos hallábamos aprisionados en los globo asientos, y ya un oficial de seguridad solicitaba amablemente nuestras identificaciones. Apenas pudo soltar sus brazos, Olma le extendió la de ella. Al oficial le pareció suficiente y detuvo la recepción de la mía. Evidentemente estaba al tanto de la visita, pues después de saludarnos le preguntó a mi anfitriona por dónde quería comenzar.
Nos apeamos del vehículo y mientras ellos conversaban yo me estremecí al recorrer el lugar con la mirada. Debíamos estar en las entrañas mismas de la cordillera de los Andes. Sólo allí podían haber excavado un recinto cuya longitud no era posible precisar con la mirada. De no menos de 500 metros de ancho y más de 200 de alto. Era una enorme caverna, tal vez con tanta roca encima como para resistir el impacto directo de varias bombas atómicas
Los hombres de verde y los de rojo y sus combinaciones estaban en todas partes, e incluso vi. en el lugar - por primera vez - la combinación de más de dos colores en el traje. En el aire y en el suelo, transitaban vehículos permanentemente. Había puestos de vigilancia en las paredes de la montaña y distribuidos sobre la superficie. Me llamó la atención tanto celo en una sociedad donde supuestamente no hacía falta.
Un vehículo terrestre provisto de rueda-orugas parecidas a las del robot 529., sin techo y con capacidad para cuatro personas, se acercó a nosotros; el conductor se apeó, cambió palabras con el oficial y con Olma y se retiró del lugar.
Era evidente que mi compañera disponía de autoridad o al menos de confianza en el medio, para que le dejaran un transporte a su disposición. Ella se colocó en los mandos, me invitó a ascender y nos pusimos en movimiento, atravesando la caverna hacia la pared opuesta a nuestro lugar de entrada. Conducía con atención y prudencia, intercambiando saludos con distintas personas que viajaban en otros vehículos o transitaban caminando por el lugar.
Yo seguía observando la asombrosa caverna. Hacia la derecha se divisaban esferas a la distancia y a la izquierda, otras construcciones de formas aún imprecisas a mi visión. Era sin duda un enorme centro fabril donde se construían todas las cosas "pesadas" de la sociedad. Hube de detener mi observación porque llegábamos a la pared opuesta.
Frente a mí, tallada en la roca se encontraba la fachada de un templo, (o al menos eso me parecía ) lo deduje por la ornamentación y las figuras, en donde parecían confluir las artes hindúes, aztecas, musulmanas, chinas; todas en una talentosa mixtura esculpida en la montaña. Lo verdaderamente extraño del lugar era la puerta; un circulo de unos tres metros de diámetro, dentro del cual giraba un remolino rojo que se originaba en distintos puntos del marco avanzando desde la circunferencia hacia el centro, donde se unía en un vertiginoso giro.
Olma observó donde se concentraba mi atención y dijo:
- Es un desintegrador de circuito cerrado, nada puede pasar por allí sin ser desmaterializado en millones de moléculas.
- ¡ Dios ! - exclamé - ¿Qué guardan allí, el tesoro del último Inca, acaso?
- Guardamos algo mucho más valioso y pronto vas a verlo - me contestó.
Bajamos del vehículo y ascendimos unos escalones que nos acercaron a la puerta. Ubicados en los laterales de la entrada, los guardias recepcionaron nuestras identificaciones, que fueron introducidas en el lugar adecuado; pero esta vez fue diferente. Las tablillas quedaron colocadas en la terminal y nosotros esperando. Consulté a Olma con la mirada y ésta explicó:
- Mientras nuestras tablillas permanecen en la máquina, esta informa al jefe de seguridad de nuestra presencia; él debe autorizarnos agregando su identificación al sistema y los tres aguardamos a que el presidente del Consejo cierre el circuito introduciendo la suya.
De modo que sólo con la introducción simultánea de nuestras identificaciones, la de Onidak y la de Lunigén, podía desactivarse el desintegrador. ¿Qué diablos guardarían allí ? me pregunté otra vez. Mientras tanto, me aproximé un poco más a la puerta para observar los giros del remolino rojo. El marco circular tenía un espesor de 30 cms., era cóncavo y la luz se mantenía girando exactamente en el medio. Un momento después y en forma intempestiva, la luz desapareció.
Olma me tomó de la mano y avanzó atravesando la luciferina puerta. Los hombres de seguridad se colocaron de inmediato frente a ella. El interior del templo era fascinante: De planta circular como casi todos sus recintos, reproducía detrás de las paredes recubiertas de vidrio o algo parecido; cada uno de los tres mundos originarios del hombre. Allí estaba el paisaje alucinante de los amarillos, con sus reflejos torturantes; el exótico mundo de los negros, con sus rarísimas plantas y el gélido ámbito original de los hombres blancos.
El piso, ¡Era de oro puro! y el techo, una reproducción del sistema solar originario de los Hombres, donde destellaban los tres planetas donde nacieran. Sobre el suelo, en el medio del círculo; cinco sarcófagos de unos cinco metros de largo, alineados en forma paralela, dejaban entrever formas confusas a través del cristal en que estaban construidos, que era blanco, veteado de verde, semitransparente, brillante y reflexivo en sus superficies planas. Cuando nos acercamos pregunté:
- ¿ De qué están hechos ? – y asombrado escuché:
- "De Diamantes y Esmeraldas" .
- ¡ Dios !, "kilos de oro y toneladas de diamantes"; con razón tanta vigilancia - exclamé.
- Te equivocas - respondió Olma - Las piedras preciosas y el oro no tienen importancia. ¡Aquí está la razón de la guardia!, "Este es el verdadero tesoro" - dijo, pasando una mano por el costado de uno de los sarcófagos, tras lo cual una parte de la sección superior se fue deslizando hacia abajo, dejando al descubierto algo increíble.
Lo primero que sentí fue un impacto de frío intenso que salía del interior; luego, mis ojos recorrieron con asombro la figura de un hombre enorme, proporcionado en todo a una longitud de unos cuatro metros de altura. Su cuerpo se hallaba adentro de una cobertura transparente y ésta -inmersa en frío- adentro del sarcófago. Era un ser de robusta estructura, musculoso, de piel diferente a las conocidas, que por momentos me parecía amarillenta como las pieles orientales y por momentos rojiza como algunas pieles americanas. Tenía un rostro típico de escultura amerindia, un rostro repetido en las antiguas esculturas de América sólo que nunca ni siquiera imaginado de a quien pertenecían.
- Los, Los... - tartamudeé.
- Sí, los Maestros - prosiguió Olma - Aquellos que trajimos con enorme esfuerzo hasta aquí; los únicos que, aunque irremediablemente enfermos, salvaron sus vidas de la maldad atlante y vivieron en paz sus últimos tiempos de vida entre nosotros.
- Ustedes salvaron a los gigantes - murmuré.
- O nos salvaron ellos, - prosiguió Olma - pues mientras nosotros hacíamos denodados esfuerzos por mantener sus cuerpos vivos, sus aún lúcidas mentes, planificaban y dirigían, transmitiendo un enorme caudal de conocimientos que nuestros hombres aprendían y gracias a los cuales pudimos estructurar y mantener una civilización a salvo de la hecatombe que se produjo en la Tierra. Al principio nosotros no comprendíamos por qué ellos insistían tanto en realizar lo que fue el enorme trabajo de instalarnos en las cuevas que debimos excavar aquí, manteniéndonos escondidos. Había lugares paradisíacos en los valles paralelos a esta cordillera y pensábamos que allí podíamos radicarnos y vivir en paz sin necesidad de escondernos, pero ellos insistieron en aislarnos del mundo y sólo el enorme respeto que les teníamos hizo que les obedeciéramos. Luego, los acontecimientos nos fueron dando las razones de su actitud, ya que ningún otro grupo humano en la Tierra, quedó a salvo de las depredaciones y la violencia. Sólo nosotros, ocultos al principio en las entrañas de esta Cordillera, pudimos desarrollar una civilización sin interferencias. Mientras tanto, mantuvimos esta parte del continente libre de presencias peligrosas. Nosotros detuvimos el avance Español en esta zona durante siglos, ayudando a los Mapuches a defenderse de ellos con ciertas estrategias.
Sonreí. Si buscando el Dorado los Iberos habían asolado América, que no habrían hecho esos Godos por ponerle las manos encima a uno sólo de los ataúdes que yo tenía enfrente. Si bien a fe de sinceridad no fueron los únicos depredadores, yo me lo imaginaba a Pizarro tratando de llenar una habitación con ataúdes hasta donde le dieran los brazos. Mientras tanto, Olma continuó:
- Eso nos dio tiempo para desarrollar la tecnología necesaria, que nos permitió construir la ciudad y el ambiente exterior debidamente ocultos e inexpugnables. Este hombre que estás viendo fue "Limán", un biólogo de asombrosa erudición y aquí tienes a "Keopsa", una experta en artes y ciencias humanísticas.
Al abrirse el sarcófago, apareció ante mis ojos, una mujer de tan grandes proporciones como el hombre. Impresionaba ver el cuerpo desnudo de una mujer de ese tamaño.
- Este fue "Nofit", un científico médico - continuó - el hombre que nos enseñó a comer para que no lo necesitáramos nunca.
El cuerpo tenía dimensiones algo menores que los anteriores y los rasgos, cierta deformación tal vez atribuible a las enfermedades que padeciera.
- Aquí ves a "Hetal", un ingeniero de varias disciplinas; fue el que sentó las bases de nuestra tecnología.
Hetal era gigantesco, bastante más grande que Limán.
- Y por último, la bellísima "Shilem"; la autora de nuestras premisas sociales básicas, una enorme capacidad de organización y un espíritu pletórico de justicia. Con educadores como ella, toda la humanidad hubiese sido diferente. Lamentablemente, la desgracia, no le dio tiempo a formarlos. Ella nos advirtió que había que formar una sociedad con claras, sanas y justas premisas sociales y mantenerla sin alteraciones durante muchas generaciones, para que esos hábitos de vida se graben en la memoria de la especie y entonces ningún estímulo exterior pueda alterarlos. Nuestras respectivas sociedades son una clara muestra de que su teoría era cierta. En la memoria de tu especie esta arraigada la maldad, el egoísmo, la soberbia, la ambición y sólo siglos de docencia pueden cambiarla.
Shilem era pequeña, de rasgos juveniles, una jovencita comparada con las tallas de Hetal y de Limán; ( una jovencita de tres metros de altura ).
Los cinco sarcófagos estaban abiertos y yo contemplaba absorto los cuerpos congelados de los Abuelos de la Humanidad. Tuve un escalofrío y las palpitaciones de mi corazón se aceleraron. Era miedo, miedo ante la responsabilidad de saber lo que la humanidad no sabía. Permanecimos un rato en silencio, ambos en actitud de recogimiento; yo, por la impresión de enfrentarme con el pasado como nadie lo había hecho; ella, por el respeto innato que su comunidad guardaba por sus ancestros.
Era curioso, estábamos en un templo, donde no había un Dios para adorar, sólo hombres para respetar; ¿O es que Dios estaba implícito en ellos ?
Olma procedió a cerrar los sarcófagos y mientras lo hacía, yo pensaba en su peso. ¿Cuantos kilos de diamante y esmeraldas había?,¿Cinco toneladas, siete?. ¿Sería natural o artificial ?, ¿Cómo lo habrían fundido ? y en todo caso; ¿Qué habría pasado si lo hubieran descubierto los Españoles cuando la conquista de América o los exploradores posteriores?. Comprendí la insistencia de los Gigantes por mantenerlos ocultos.
Salimos del templo. Mientras nos entregaban las identificaciones, vi. reaparecer el atemorizante remolino rojo y haciendo honor a mi condición de "hombre del exterior", lo primero que pensé, fue en ver a alguien intentando atravesar esa puerta.
Subimos nuevamente al vehículo y tomamos hacia el lado de las esferas. Los hombres de verde trabajaban a un ritmo constante y tranquilo.
- Aquí se construyen las esferas habitacionales - comentó Olma - cada grupo de hombres toma a su cargo la construcción de una unidad por vez. Dentro de determinadas pautas básicas, les está permitida la aplicación de su creatividad e iniciativa. Luego, asumen la responsabilidad de su trabajo imprimiendo su identificación en cada sección que terminan. Es una forma de mostrar sus aciertos y desaciertos.
En el lugar donde estábamos, los hombres ensamblaban los segmentos circulares, cada uno de los cuales constituían un piso; enroscándolos uno con otro a partir de la base. Antes de colocar la parte superior, insertaban el cilindro elevador, el cual recibían entero, desde otro sector. Lo curioso era ver como trasladaban o levantaban cilindros de quince metros de diámetro por tres de altura. Utilizaban aparatos (algunos de ellos portátiles y otros fijos) ninguno de los cuales superaba el tamaño de una persona. Tampoco contenían elementos hidráulicos o brazos telescópicos; sólo emitian luz y con esas luces manipulaban las piezas. Por supuesto hice las preguntas del caso y así me enteré de que el dominio de la luz laser obtenido
por su tecnología les permitía utilizarla como arma, como herramienta, como instrumento quirúrgico, de medición y de propulsión entre un sin fin de otras utilidades industriales y domésticas.
Fuimos recorriendo las fases de construcción hacia atrás, viendo como se armaban los pisos y las paredes con secciones encastradas, cómo se construían estas secciones y cómo se fabricaba el material.
En enormes recipientes se mezclaban los compuestos minerales, que luego eran rociados con resinas vegetales y batidos hasta lograr una masa homogénea; al final se vertían en distintos moldes y se cocinaban en segundos a altísimas temperaturas en lo que yo denominé -después de verlos- "Hornos de explosión láser" inaugurando un entretenimiento personal al hacerlo.
La cantidad y diversidad de elementos que se fabricaban en el mismo material provocaba mi asombro; pero se justificaba totalmente, ya que era inalterable, de mínimo desgaste, higiénico, térmico y rígido o maleable, oscuro o transparente según se lo necesitara; sólo era cuestión de variar las proporciones o combinaciones de los compuestos. Pedí ver cómo extraían los materiales y me llevaron a un lugar donde desde diversos túneles convergían vehículos de carga que los traían. Cada uno de esos túneles iba hasta un centro de extracción en algún lugar de la Cordillera donde se encontraba el material requerido. Abordamos uno de los vehículos para personal que viajaban intercalados con los de carga y en breve tiempo estuvimos en una caverna cercana donde estaban trabajando dos equipos. A uno -usado para abrir túneles que permitieran continuar el avance- siguiendo con mi divertimento, lo llamé "El gusano perforador láser"; era un diabólico aparato con un disco giratorio en la trompa, que mientras giraba a gran velocidad frente a las rocas emitía golpes de luz que iban desintegrando la piedra y dejando el túnel excavado, perfectamente cortado y pulido, mientras se introducía en la montaña, a marcha regular y constante.
No vi que dejara residuo alguno, de modo que pregunté y me respondieron que la materia disuelta o fundida se transformaba en energía. De hecho no sabía como podían hacer eso, aunque imaginaba un aprovechamiento molecular de la materia. Me prometí averiguarlo con Kingston en cuanto pudiera.
El otro aparato era de forma similar, sólo que el disco giratorio tenía en su superficie esferas agujereadas de distintos diámetros que emitían ultrasonidos, inaudibles para el oído humano pero devastador para la montaña. Cuando el disco giraba, las esferas con sus sonidos pulverizaban la estructura molecular de las piedras y según su frecuencia, las convertían en polvo, en pequeñas piedras o en trozos que eran expelidos por un conducto fijo que comenzaba en el centro del disco y terminaba sobre el vagón de carga, inmediatamente atrás de la máquina; un contenedor sin ruedas cuya forma inferior se ajustaba a la forma que dejaba el perforador. A este lo bauticé: "El gusano perforador sónico".
Así supe cómo perforaban o pulverizaban la montaña, quedándome extrañado de que la limpieza y el orden se extendieran hasta su minería.
Ya satisfecha mi curiosidad, volvimos hacia la gran caverna y abordamos nuevamente el vehículo, avanzando en sentido contrario.
Era un conglomerado fabril impresionante. En los costados de la gran caverna se alineaban los talleres dedicados a las manufacturas menores y en el centro se realizaban las construcciones pesadas. Sin embargo, no se escuchaban sonidos estridentes, no había olores intensos, no estaba enrarecido el aire y tampoco se veían residuos industriales, lugares aceitosos o sucios; todo estaba meticulosamente ordenado y limpio. Los hombres que se hallaban dedicados al trabajo activo, llevaban sobre el traje clásico un fino traje cobertor. Como el primero -que vestíamos todos- tenía la cualidad técnica de graduar la temperatura; cada uno podía utilizar la que le otorgara mayor comodidad.
En el lugar se hacía más evidente el orden conceptual: Primero; el hombre como ente social (la comunidad), luego, el hombre como ente individual (la persona) y después, todo lo demás. Si es que había algo más, ya que allí nada se hacía por dinero ni por intereses políticos, raciales o sectarios; todo era "por y para el hombre".
Seguimos avanzando y de pronto; primero me quedé rígido y luego me fui levantando lentamente aferrándome al vehículo para poder observar mejor algo que mis ojos descubrían pero mi cerebro se negaba a creer.
­ ¡Dios!, ­ ¡tenía una altura de cinco pisos y una superficie de cuatro manzanas!. Boquiabierto, traté de definirlo: Era un plato, pero no como el que antes Olma llamara "Burana", sino uno gigantesco, lleno de ventanillas y con secciones de medidas diferentes, superpuestas de mayor a menor desde el medio, en donde el diámetro mayor "alcanzaba los 200 metros". Estaba asentado sobre una cantidad de estilizados soportes distribuidos en los bordes de la última circunferencia inferior, que lo mantenía a unos diez metros de altura.
Transitamos por debajo con nuestro pequeño vehículo y yo, observando la mole que nos cubría, me negaba a creer que "eso" pudiera volar. Bombardeé a preguntas a Olma y ella, cuando pudodetenerme, contestó:
- Esta nave es una "Vimana", un aparato portador de índole militar con un tremendo poder de fuego, gran velocidad interestelar y autonomía ilimitada. Un navío como este, podría destruir el potencial militar de la tierra en unos días, sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo.
Se me erizó la piel; y recordé la lectura de unos viejos textos Hindúes, por el Griego amigo de mi padre. En ellos se hacia mención de una antigua batalla en donde "Kukra", volando a bordo de su "Vimana", arrojaba su rayo de fuego contra el enemigo y luego describía la muerte de los hombres y los elefantes, cuyos huesos calcinados eran esparcidos por el viento y donde las aguas ya no podían beberse y los pastos no volvían a crecer ni las aves a volar. Habían pasado muchos años para que yo pudiera recordar la historia con fidelidad, pero esa frase textual, me había quedado grabada y si bien en ese momento esas traducciones de escritos Vedas, una cultura casi desconocida para la nuestra, apenas podían ser aceptadas como parte de una mitología similar a la griega; ahora, frente a lo que veía y escuchaba era obligatorio recordar como Troya había sido descubierta en el mismo lugar en que lo indicaba la fábula.
Solo me quedaba esperar que unos metros más adelante, "Kukra" se me presentara. Mientras tanto nos alejábamos de la monumental nave y yo daba vuelta mi cabeza para observarla, pensando por dónde demonios la sacarían de la cueva cuando fuera necesario.
La enorme caverna parecía no terminar nunca; adentro se construían y guardaban todos los vehículos que yo había conocido y otros artefactos de los cuales desconocía la función. En un momento dado comenté que, viendo lo que guardaban allí, comprendía las medidas de seguridad. Entonces Olma contestó:
- El verdadero tesoro que guardamos aquí se encuentra adentro de los sarcófagos, a los cuales la Regencia prefiere mantener fuera de la ciudad y por supuesto tendrán razones válidas.
Sus palabras me hicieron reconocer la enorme importancia que tenía el hecho de que los puestos de conducción los tuvieran personas probas y de sapiencia demostrada ante la comunidad; sus decisiones no se discutían y ni siquiera se analizaban, se confiaba de hecho, que lo decidido era correcto.
- En cuanto a las máquinas y equipos que has visto, -continuó- eso realmente no tiene importancia. La tecnología pesada siempre es la destinada a perecer primero ante una situación de conflicto y técnicamente es la más fácil de recuperar cuando este termina. Lo que custodia nuestra seguridad, no son los objetos, sino los cerebros que se encuentran aquí, esos son los más difíciles de recuperar si se perdieran frente a un eventual enemigo. Por eso nuestra tecnología de avanzada (la más sofisticada, la que se diseña y fabrica asistida por ordenadores y la que ocupa menor espacio) se encuentra adentro de la ciudad, una estructura unida que puede aislarse del exterior y elevarse en el espacio.
- ¿Qué ? - Contesté asombrado.
- Sí - me replicó - Nuestra ciudad, ayudada en principio por las Vimanas, puede convertirse en una enorme base espacial. De hecho, lo es, aunque esté posada en tierra.
Recordé, que cuando vimos la ciudad por primera vez, la forma me había resultado familiar y ahora sabía por qué; era muy parecida al esquema clásico de las plataformas espaciales en las novelas de ciencia ficción.
Olma detuvo el vehículo frente a una construcción custodiada que difería en su forma a las de los otros talleres vistos en el trayecto. Detrás de las paredes traslúcidas se veían
numerosas personas vestidas de blanco, trabajando con sofisticados equipos.
- ¿Qué sucede aquí ? - pregunté.
- Es el laboratorio donde Osmón realiza sus investigaciones.
- ¿Exactamente qué investiga? - proseguí.
- El control de una nueva forma de energía, que tendría aplicación práctica en algunos usos específicos.
- ¿Que tipo de energía ?
- La llaman "protoplasmática" y consiste en un compuesto celular, un organismo vivo.
Primero me asombré, luego sonreí y me quedé imaginando un monstruito esférico emitiendo rayos de energía para todos lados, mientras deambulaba por la casa persiguiendo al gato. Un verdadero "Popómbalo" como llamábamos a las cosas que no podíamos definir, los chicos de mi provincia. Me descubrí riendo, mientras ella me observaba extrañada.
Seguimos andando; yo viajaba distraído recorriendo con mis ojos la enorme caverna, la gente, los equipos y como me había atrapado la enorme Vimana, miraba hacia atrás para verla desde la distancia. Olma se detuvo otra vez y cuando miré hacia adelante, quedé extasiado contemplando lo que veía. Nuevamente los dos platos invertidos entre dos semiesferas, sostenido sobre tres delgadas patas; brillante, semitransparente, sólido y etéreo a la vista: Tenía ante mis ojos: una "Burana", en nuestro idioma, un Plato volador". El corazón me palpitaba aceleradamente mientras nos acercábamos a ella. Si la Vimana impresionaba por su tamaño, la Burana lo hacía por su gracilidad; era como una copa de cristal, fina, delicada, homogénea, si hasta parecía frágil, como la mejor pieza de un orfebre genial.
Olma descendió y me invitó a avanzar hacia ella. Un oficial de seguridad la recibió al pié de una rampa que llevaba al interior de su cúpula inferior; intercambiaron palabras y luego él se apartó dándole indicaciones a un grupo de hombres de verde que estaban cerca. Olma ascendió por la rampa, invitándome a seguirla. La rampa formaba parte del casco y su estructura era de apariencia tan frágil que parecía no poder aguantar el peso de mi cuerpo. Por supuesto que aguantó perfectamente el peso de los dos y así penetramos dentro del espacio semiesférico inferior en el que no logré ver nada ya que ascendimos directamente por un conducto circular que nos comunicaba con la parte superior.
Al entrar en la semiesfera de arriba, (la que funcionaba como cúpula) me di cuenta de que ésa era la cabina de mando; Una consola rodeaba el ámbito y en el medio, situados alrededor de la abertura por donde entráramos, enfrentados y en sobre nivel, había tres asientos, los que me revelaron el número de tripulantes habituales.
Obviamente y siguiendo su concepto esferoidal el aparato estaba construido con una simetría radial en donde todo se organiza alrededor de un eje. Teníamos casos típicos puestos por la naturaleza en nuestro planeta. Dentro de la vida animal, los Erizos, las Medusas y sobre todo las Estrellas de mar en los océanos, no tenían frente ni cola, no había un atrás y un adelante ni una derecha ni una izquierda y cualquiera de sus partes era la perfecta reproducción de la parte contigua. Una situación que también se encontraba entre los vegetales. Pero yo estaba seguro de que la Estrella de mar tenía un cerebro que actuaba en consecuencia con su cuerpo. Lo que no podía imaginar era a esta gente, aparentemente igual al resto de los humanos ( Al menos que estuviéramos viviendo una ilusión y no lo fueran) utilizando un vehículo semejante siendo individuos de simetría bilateral, con dos partes bien definidas organizadas a uno y otro lugar de un plano.
Nosotros tenemos derecha e izquierda, con cada elemento relacionado con la locomoción en doble ejemplar: Piernas, manos, pulmones, ojos, oídos, obedecen a esta regla, siendo cada parte no una copia sino su imagen invertida. Nuestro mismo cerebro, una pieza situada en la cúspide del organismo, está dividido en dos hemisferios. Solo escapan a esta regla los órganos que se sitúan sobre el plano de simetría, como la nariz.. Nuestra locomoción es fluida en un solo sentido, nuestros vehículos se desplazan hacia delante y aunque ocasionalmente puedan retroceder deben efectuar alguna rotación sobre si mismos para hacerlo, puesto que han sido concebidos como unidireccionales.
Estaba entonces ante dos alternativas; o ellos no eran como nosotros los veíamos o habían logrado un grado de tecnología que les permitía incluso ignorarse a si mismos como entes adentro de una nave.
Proseguí mi observación: Todo alrededor del círculo que formaba la cúpula estaba ocupado por lo que yo interpreté como consolas de comando eso acrecentó mis sospechas de que el aparato no tenía un adelante ni un atrás. Pero además y observando mejor, la cúpula no era una, sino varias y me di cuenta sólo porque en el mínimo espacio existente entre las paredes observé lo que parecían ser pequeñas bolillas encapsuladas y colocadas simétricamente. Esa era la única pista para descubrir que eran varias porque la visión hacia el exterior era totalmente nítida y ni siquiera estaba seguro de que fueran bolillas. Olma se acercó a la consola y manipuló un teclado. Me aproximé y pregunté qué hacía:
- Pongo en funciones la computadora del aparato - me contestó - a partir de este momento sólo ejecutaré códigos que generen distintos procedimientos.
- De modo que la computadora vuela la nave - definí.
- ¡No!, yo vuelo la nave; la computadora sólo realiza lo que yo determino - afirmó sin dejar dudas.
- ¿Y qué capacidad tiene? - continué.
- La de realizar un millón de deducciones lógicas por segundo - respondió.
Yo no sabía si eso era mucho o poco, pero igual detuve la siguiente pregunta cuando en varias pantallas distribuidas alrededor del recinto, aparecieron imágenes que atraparon mi atención; se habían encendido de pronto y mientras algunas mostraban toda el área circundante del aparato, otras lo hacían con la rampa de acceso y la superficie que cubría el disco.
Entonces me di cuenta, que desde la cabina, debido a la superficie del plato que se extendía unos cuatro metros más allá de la cúpula en todo su perímetro, los sectores que nos mostraban algunas pantallas, no podían ser vistos por los tripulantes. Era evidente que al encender la computadora, se había generado un procedimiento que disponía (tal vez entre otras cosas) la vigilancia del entorno de la máquina. Mientras Olma se ocupaba de revisar los instrumentos, yo observaba la nave. El plato tendría unos doce a quince metros de diámetro total, la cúpula / cabina, de cuatro a seis. El material que componía la superficie exterior, era levemente diferente en color pero menos transparente que el de la cúpula.
- ¿De qué material es? - Pregunté con cierta inocencia.
- De un material obtenido por nuestros científicos alterando la estructura molecular de otros - Contestó agregando - Es una composición muy liviana, resistente, conductora en algunos casos y en otros no y siempre refractaria en alto grado.
Una luz roja destelló en la consola y Olma desvió su mirada hacia las pantallas que mostraban la rampa. Luego dijo:
- Llega mi copiloto.
Un momento después un joven delgado y rubio apareció por la abertura de acceso.
- ¡Zhurit! - exclamó Olma aproximándose a él.
- ¡Olma querida! - fue la respuesta.
Y se estrecharon juntando mucho los cuerpos y besándose en los labios. ( Bueno - me dije- acabo de descubrir a su amante. Y debe ser bastante menor que ella - deduje insidiosamente-
- Voy a presentarte al Teniente Gonzalo Haffner - continuó Olma - piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina.
- ¡Ah! ­ el piloto del avión blanco, nuestro vecino de la bandera color cielo! - dijo el muchacho, haciendo un saludo con su cuerpo, de evidente estilo militar y continuando:
- ¡Excelente máquina su avión, Teniente! ; la estuvimos examinando¡ primitiva, pero excelente!
­ ¡Maldito mocoso! - pensé - llamaba primitivo al "Buho Blanco". ¿Cómo llamaría entonces a nuestros Mirages? y ni pensar cómo verían antes a nuestros Gloster Meteor.
- ¿ Cómo está la bella Zhelaím ? - intercedió Olma.
- ¡Oh! " muy bien" cuidando a nuestro hijo - respondió él.
­ De modo que el chiquilin tenía esposa y un hijo pequeño y ella lo sabía! .Me alegró descubrir que no era su pareja, sin dejar de asombrarme la facilidad con que ellos amigaban sus cuerpos.
- Bien, pongámonos en marcha - dijo ella.
Zhurit, se abocó de inmediato a manipular teclados. La rampa de acceso se cerró y debajo de la Burana se colocó un vehículo circular, que levantó el disco desde la cúpula inferior y lo trasladó hacia el lado este de la caverna, dejándolo parado sobre sus estilizadas patas a unos veinte metros de la pared de roca.
Yo seguía con atención los acontecimientos, sin comprender todavía por qué lo habían trasladado hasta allí. El ala del Plato comenzó a girar lentamente. Tenía al lado a Zhurit y pregunté:
-¿Qué energía lo propulsa?
- La inicial -contestó- puede provenir de cualquiera de sus baterías de reserva; el ordenador las elige de acuerdo al procedimiento ordenado.
- ¿ y luego ? - proseguí.
- Bueno - vaciló Zhurit - al aparato en sí puedes verlo como a un generador eléctrico. La esfera central conforma una bobina o rotor y en el ala del plato se hallan los campos. La diferencia con un generador convencional, es que en vez de girar la bobina, giran los campos. Con la electricidad producida de esa manera y agua, producimos hidrógeno, el que a su vez entra en combustión fría con oxígeno en el interior de una pila, produciendo electricidad y dejando como único residuo, vapor de agua, que vuelve a producir hidrógeno, repitiendo el ciclo. La electricidad alimenta a los motores que producen la energía mecánica; la energía mecánica produce electricidad y regenera la fuente que lo produce (el agua). Es un sistema de producción y combustión de energía cíclico, basado en agua - electricidad - hidrógeno - oxígeno.
Mi boca debe haber estado muy abierta intentando exclamar alguna definición de mi asombro, porque el pibe me observaba, entre piadoso y alegre.
- Así que...fuente de energía: hidrógeno. Combustible: agua - balbuceé, para proseguir explosivamente con otra pregunta.
- Pero, si esto no es más que un generador eléctrico, Cómo y por qué diablos vuela ?
- Vuela por la utilización de las fuerzas centrífugas y centrípetas que genera, en combinación con el campo antigravitatorio originado por la fuerza electromagnética.
Mi obvia expresión de idiota debió alegrarlo, porque sin darme tiempo a componerla, prosiguió:
- Las luces que frecuentemente dicen ver aquellos que observan ocasionalmente a las Buranas en el exterior, no son más que las descargas que produce el borde del disco, en razón de la tremenda carga eléctrica que genera y no es utilizada en su totalidad ni puede almacenarse, de ahí la existencia del hidrógeno como fuente de energía, almacenable y controlable.
Busqué un asiento - lo necesitaba - y sólo conseguí -maldita sea- incrementar mi desconcierto al ver que no me animaba a acceder a las butacas que se hallaban en el centro.
Entonces, tal vez como válvula de escape a la tensión que sufría, seguí pidiendo explicaciones:
- ¿ Puede explicarme el por qué del diseño de esta cabina con los asientos enfrentados?
Me contestó la pregunta sin dejar de observar a Olma, que desde hacía un rato se hallaba frente a un monitor, leyendo y manipulando un teclado, como si estuviera registrando instrucciones o comunicándose con alguien que estuviera afuera de la nave.
- La cabina -dijo- compuesta por más de una docena de esferas, una adentro de la otra, forma parte de la tecnología vital de este aparato. Mientras la nave vuela manteniendo una relativa horizontal y a velocidades que nos permiten soportar las fuerzas inerciales, no es más que un habitáculo; pero a mayores velocidades y con la máquina evolucionando, cumple una función imprescindible.
Comprendí mientras tanto que lo que yo había interpretado como cúpulas inferior y superior, no eran más que dos partes de una sola esfera que asomaba por abajo y arriba del resto del fuselaje ( En realidad, doce esferas según explicara ) y proseguí preguntando:
- ¿Por qué?
- Porque la Burana puede girar horizontal y verticalmente o en acciones combinadas, en ángulos de 90 grados y más a velocidades 10 veces superiores a las del sonido; le será fácil imaginar las consecuencias que eso provocaría en nuestros cuerpos adentro de la máquina.
- ¡Oh, sí!, lo mismo que haría un ciclón con un espantapájaros - contesté alegrándome de saber que no eran bichos disfrazados ante nuestros ojos.
El rió con ganas y prosiguió:
- El hecho de que los asientos estén fijos a una esfera que gira hacia todos lados adentro de otras ; permite contrarrestar las fuerzas inerciales que se originen. Por ejemplo: si el aparato estuviera avanzando hacia adelante a gran velocidad y de pronto girara hacia un costado, la primer esfera exterior podría quedar girando hacia adelante a la misma velocidad, mientras las otras esferas interiores también se moverían pero girando a otra velocidad y en otros sentidos
creando así las contra fuerzas inerciales que permitirían mantener a la esfera interior en una relativa estabilidad. De su orientación de giro y velocidad se encargaría el ordenador por supuesto.
- ¡ Maldita sea, Zhurit ! , ¿Cómo se supone que el piloto pueda conducir la nave, metido adentro de una centrifugadora semejante y por supuesto, tratando desesperadamente de saber adonde está su cabeza?
Sonrió, disfrutándome de antemano y contestó:
- El piloto jamás sabrá lo que está pasando con su asiento o su habitáculo. El ordenador, utilizando algoritmos matemáticos que imitan la aleatoria de la naturaleza, reproducirá -mediante una holografía láser- adentro de la esfera central; todo el medio exterior y lo que en
él esta sucediendo, creando una realidad virtual que es lo que el piloto verá , independientemente de que su asiento esté girando a gran velocidad y en todas las direcciones posibles.
- "Ya, Ya" -contesté deteniéndolo con un gesto. ¿Y que pasará con mis oídos?
- En un ambiente ingrávido como será el de la cápsula de hecho no pasará nada, Teniente.
- ¡Ah! ingrávido murmuré resignado. Y reaccionando proseguí- De modo que mientras doy vueltas adentro de un lavarropas, el ordenador me hará creer que descanso en una playa del Caribe. Realmente, quisiera verlo - comenté con ironía.
- Y lo verás, Teniente Haffner, lo verás y también otras cosas que no podrás creer - dijo Olma palmeando mi espalda y llevándome con una leve presión de su mano hacia el lado de la consola que daba contra la pared de la enorme caverna.
Mis ojos recorrían la superficie de roca, mientras mi cerebro me preguntaba qué diablos estaba observando, cuando las palabras de la bella comenzaron a justificarse.
Frente a mí, se produjo una grieta vertical en la montaña que se fue ensanchando silenciosamente. ­"La pared se deslizó hacia ambos costados, dejando al fin una abertura frente al plato, de cincuenta metros de altura por otros tantos de ancho". Pero el asombro lo otorgaba el espesor de las paredes que se movían; no era un delgado portón de piedra, dado la distancia que mediaba hasta el exterior, ¡Estaban moviendo trozos descomunales de montaña!
Acababa de descubrir por dónde sacaban a las enormes Vimanas, pues obviamente las paredes sólo se habían deslizado hasta allí, porque era más que suficiente para que saliera la pequeña Burana.
Hubo otro manipuleo de teclados por parte de Olma y el ala aceleró su giro, hasta que la perdí de vista. Sólo se percibía un torbellino visual alrededor de la cabina, ni una vibración, ni un ruido.
El plato se elevó suavemente hasta unos diez metros de altura y de pronto arrancó hacia adelante como succionado por una fuerza misteriosa; mientras tanto, los monitores nos mostraban todo lo que pasaba en el exterior.
Para cerciorarme de no estar observando una ilusión creada por computación; comparé la imagen de un monitor que me mostraba la montaña, con la visión directa de mis ojos a través de la cúpula: "Era exactamente igual" y en ese momento terminaba de cerrarse el portón por donde saliéramos, quedando la pared de la montaña, cómo si nunca hubiera existido.
El aparato volaba en horizontal sobre el terreno. Los tres, parados frente a las consolas, mirábamos al frente. Ni una leve vibración se trasmitía a nuestros cuerpos revelando el vuelo. Parecía que mirábamos el paisaje desde la ventana de un departamento.
El terreno descendía siguiendo la pendiente lógica de la montaña. El techo de niebla que nos cubría, me otorgaba una clara referencia del descenso al verlo cada vez más alto. Quise ver lo que había inmediatamente debajo del plato y observé el monitor que me mostraba esa imagen. Un momento después aparecieron en la pantalla, terrazas cultivadas al estilo indígena que no eran de superficie muy grande pero si de colores y concentración diferentes.
Olma se aproximó a mí, al verme interesado en la pantalla y pulsando una tecla me dio zoom, acercándome el paisaje. Identifiqué nada más que el trigo, el maíz y el girasol, entre la gran variedad de plantaciones que se veían mientras avanzábamos. Ella explicó:
- De cada tipo de planta, hay distintas variedades. Eso que estás viendo en este momento, es trigo azteca, una variedad de mayor valor nutritivo que la habitualmente cultivada en el mundo, que por ser utilizada por los indígenas en algunos rituales, fue prácticamente erradicada de los suelos de América por los españoles, quienes quemaron sembrados enteros y prohibieron el cultivo de la planta. Hicieron lo mismo con otras especies de cereales y hortalizas, condenando a los indígenas a la desnutrición al desbaratarles la dieta alimenticia que ellos practicaban y que en la época de la conquista era mucho mejor que las dietas de los pueblos europeos.
Sabía que los ibéricos se habían equivocado lindo en América, pero esta, no la conocía. Me quedé callado mirando cómo se mecían con la brisa, las flores borravinadas del "trigo azteca".
Volando suave, silenciosamente, a baja altura y poca velocidad, el plato llegó hasta la ciudad, dirigiéndose hacia el Centro de Seguridad. Se detuvo sobre una de las plataformas de la enorme esfera roja y Olma descendió dejándome con Zhurit, a quien le pregunté el por qué de la detención.
- Si hay algo que está prohibido en nuestra sociedad, es el contacto con el exterior sin el permiso del Consejo. Ustedes representan una plaga peligrosa y sólo se nos permite aproximarnos después de habernos esterilizado adecuadamente - dijo riendo.
- Sin embargo -comenté- para aproximarse a nosotros no tomaron muchos recaudos.
- No se engañe -contestó- sus tres compañeros son bien conocidos por nuestros hombres asignados al exterior y usted mismo no vino aquí por azar, como debe haber creído, sino que fue elegido por nosotros; Hernández, no enfermó de rubéola por casualidad.
"Hernández"; ¡mi compañero de escuadrilla!. Pensé en cuánto lo había insultado y sentí remordimientos, aunque me otorgué cierta importancia por haber sido "elegido".
- ¿Y que pasaría si alguien quisiera salir al exterior sin permiso?
- No lo sé -contestó- nadie lo ha hecho. pero supongo que no pasaría nada más, después que nuestros desintegradores le acertaran.
- ¿Desintegradores? - indagué.
- Podemos descomponer la materia en unidades de energía controlada; en cuyo caso siempre es posible recomponerla y también podemos hacerlo en unidades de energía descontrolada y entonces... ¡PUF!
El mocoso me estaba disfrutando y yo le daba pié a cada instante para que lo hiciera. Intenté un golpe bajo y dije:
- El control de vuestra Regencia se parece mucho a algunas de nuestras dictaduras, ¿ O no ?
- Lo que controla nuestra Regencia, es la justicia y el funcionamiento del sistema; pero al sistema lo erigen, mantienen y reforman, los ciudadanos. Nuestros expertos, determinan y exponen sus razones; La comunidad acata o cuestiona. Si cuestiona, debate, argumenta y confronta hasta que decide. Cuando decide, respeta esas decisiones. Esa es la metodología de nuestra cultura social. Si en este caso alguien fuera desintegrado, el mismo estaría siendo víctima de la decisión que directa o indirectamente tomara. ¿Cree usted que se parece a la suya?
No, no se parecía en absoluto: Nuestra justicia y nuestros sistemas eran controlados por los poderes políticos, económicos, religiosos y delictivos de turno, entrelazados en una "melange" donde el hombre era el factor de menos importancia. Nuestros ciudadanos no erigían, mantenían ni reformaban nada; aunque muchos vivieran creyendo que sí lo hacían. Nuestros "representantes" para debatir no sólo no eran expertos sino que a veces eran sinvergüenzas oportunistas a quienes ni siquiera conocíamos.
El mocoso tenía razón, pero a mi me dolía como una patada en los testículos. Los puse en hoja muerta y los dejé caer.
En eso estábamos cuando Olma apareció en el monitor que mostraba la rampa, acompañada por Agedor, el gigante de largos brazos que nos recibiera cuando llegamos. Un momento después, ella estaba otra vez con nosotros. El disco se puso en marcha, ascendiendo verticalmente apenas libró el perímetro de la esfera, para detenerse una decena de metros antes de llegar al techo de niebla.
Iba a preguntar por qué permanecíamos estáticos en ese lugar, cuando cuatro bolas rojas ascendieron flanqueándonos, para atravesar la niebla y desaparecer de nuestra vista.
- ¡Los Foo Figther! - expresé preguntando: -¿Que hacen aquí?-
- Los atisbadores se encargarán de revisar un área que nos asegure una salida tranquila.
- ¿ Es realmente necesario? - insistí.
- Debe serlo, ya que así lo ha dispuesto la Regencia - concluyó Olma, dejando claro que no había nada que discutir.
¿ Era posible que confiaran tanto en la capacidad de sus dirigentes, que ni siquiera analizaran el sentido de las órdenes? , ¡Cómo me jodía!.
Las "bolas de fuego" regresaron y pasaron raudamente otra vez junto a nosotros. Zhurit manipuló los controles y el plato se puso en movimiento, atravesando lentamente la niebla.
Cuando salimos al exterior, el Sol estaba en posición de mediodía y los picos nevados daban majestuoso marco al paisaje. Traté de referenciar nuestra posición, pero nada me resultaba conocido. Desistí pronto, pues existía la posibilidad de que hasta las imágenes de las montañas que veía, fueran artificios creados por la gente de Olma.
El disco siguió ascendiendo en forma vertical, para después desplazarse horizontalmente a gran altura. Cuando volví a tener contacto visual con la superficie de la tierra; el volcán Lanín, estaba abajo y atrás y nosotros descendíamos atravesando territorio neuquino en dirección Sur-Este.
Por último el disco estabilizó su altura volando hacia el Atlántico en una franja de altitud algo superior a la de los vuelos comerciales y tal vez a una media de 500 Km/h. Comencé a preguntarme por qué lo hacían ya que tenían la posibilidad de volar a una altura o a una velocidad indetectable para nuestras fuerzas aéreas; cuando a la mitad de la provincia de Río Negro un monitor emitió un sonido de alerta y mostró tres objetos indefinidos que avanzaban desde el Sur.
Hubo un rápido tecleado de Olma y los objetos se clarificaron en pantalla. Eran tres cazas interceptores Mirages; nuestros muchachos se aproximaban, como para demostrar que nuestro cielo tenía sus propios pájaros.
Olma me colocó un casco que tenía aplicadas sus propias esferas perforadas y me indicó que me sentara. Me ubiqué en un asiento y éste, automáticamente sujetó mi cuerpo como si fuera un metal aproximado a un imán. Cuando giré la cabeza, vi a Zhurit ya colocado en su silla y me pregunté que estaban por hacer ya que poco les hubiera costado alejarse. Pero enseguida comprendí; se estaban preparando para jugar, con los Mirages y por supuesto conmigo.
Olma se dirigió a su asiento y segundos después, el ámbito de la nave desapareció de mi vista. Por unos segundos estuve adentro de una esfera plateada; Luego, fue apareciendo a mí alrededor la imagen del espacio exterior hasta quedar con la sensación de que el asiento flotaba en el espacio.
Escuché la voz de Olma en los auriculares del casco:
- Teniente; en los extremos delanteros de los apoya brazos del asiento, hay dos pequeños teclados: todas las teclas tienen las funciones anuladas; no así las que hallará en los laterales, ésas le permitirán focalizar un objeto determinado y acercar su imagen cuando usted lo desee. En caso de necesitar algo, simplemente hable; de lo contrario permanezca en silencio para que yo y el Capitán podamos comunicarnos fluidamente.
Registré objetivamente dos cosas: Que Zhurit era Capitán y que yo debía mantener la boca cerrada y entretenerme con el zoom. Cuando logré‚ adaptarme a la sensación de flotar en el espacio sentado en una silla, comencé a manipular las teclas comprendiendo sus funciones.
Los tres interceptores Mirages se aproximaban rápidamente (si lo que yo percibía dentro de esa loca silla voladora era cierto). El plato permaneció inmóvil hasta que los aviones llegaron a unos quinientos metros; entonces, arrancó intempestivamente en forma horizontal, multiplicando por diez la distancia y deteniéndose.
Comprobé visualmente la aceleración, porque en segundos los tres aviones volvieron a ser tres objetos distantes; pero no la sentí físicamente, mi cuerpo no experimentó presión alguna. Supuse que la esfera estaría girando velozmente, pero nada se notaba adentro, a no ser la mencionada sensación de flotar en el espacio.
Los muchachos deben haber exigido las turbinas a fondo, porque nuevamente estaban cerca. Di zoom para observar la carlinga de uno de los jets; aproximé más y apareció la cabeza del piloto que entre el casco y la máscara de oxígeno mostraba un par de ojos asombrados.
Era "Hernández", portando su inconfundible casco tricolor. Pensé en las paradojas del destino, pues en principio, él debería estar en el plato y yo en el jet. Me retracté definitivamente de todos los insultos proferidos contra él.
No tuve oportunidad de verificar quienes eran los otros dos pilotos; porque el plato, arrancó nuevamente en línea horizontal, se detuvo de golpe, ascendió verticalmente, realizó una serie de cabriolas entre las que voló en transversal a su eje horizontal y luego regresó hacia los jets en otro nivel de altura, descendiendo y colocándose detrás de ellos en el mismo nivel de vuelo. Todo eso le llevó segundos de tiempo; mientras los pilotos seguían buscándolos adelante. Cuando lograron localizarlo, reaccionaron abriéndose en estrella; Hernández ascendió sobre su línea dando la vuelta y los otros dos lo hicieron hacia los costados.
¡"Pobres amigos míos"!; eran buenos pilotos y lo estaban demostrando, pero me imaginé la desesperación que tendrían por acercarse al plato; no todos los días ni todos los pilotos se encontraban con un "O.V.N.I." y mucho menos con uno que llevaba sentado en el aire a un integrante de su Fuerza Aérea. Mientras tanto, mis ocasionales nuevos amigos seguían divirtiéndose con ellos merced a una diferencia tecnológica que los primeros no podían siquiera imaginar.
La posición visual de mi asiento adentro de la esfera, era la misma horizontal del ala en forma permanente, de modo que yo podía advertir las evoluciones del disco igual que advertía un piloto las de su avión desde su cabina.
El disco se detuvo de golpe e invirtió su marcha, manteniendo a distancia a los aviones. De pronto, se puso vertical y ascendió a 90 grados sin detenerse ni disminuir la velocidad, para estabilizar en horizontal y partir vertiginosamente hacia el Atlántico.
Los tres pilotos de mi Fuerza Aérea, ya tenían su historia para contar; "Que nadie iba a creer" y que "Oficialmente no se iba a registrar".
La esfera, se puso nuevamente color plata, luego traslúcida y entonces vi a Olma ya afuera de su asiento y a Zhurit saliendo. Sentí que el asiento se desprendía de mi cuerpo y entonces me incorporé y lo abandoné lentamente.
El plato estaba detenido sobre el océano, no se veía la costa Argentina ni veía ninguna otra referencia. Me acerqué a Olma y dije:
- ¿Ya se cansaron de jugar al gato y al ratón ?
- No hasta que los ratones reconozcan la existencia del gato - me contestó.
Hube de reconocer la verdad y cerré mi boca de ratón. Un minuto después volvía a abrirla, pero fue para hacer una pregunta menos conflictiva.
- ¿ Cómo era posible que el plato realizara las maniobras que realizó, sin desintegrarse ?
Olma volvió sus gatunos ojos hacia mí y dijo:
- La Burana genera una pantalla electromagnética a su alrededor que podríamos denominar "de antigravedad e inercia", reduciendo los factores de carga a una presión que su estructura puede soportar ampliamente.
- Pero -insistí- si el plato vuela dentro de un campo gravitatorio propio, cual es la razón de las esferas ?
- Que la estructura del "plato" -como tú le llamas- pueda aguantar los factores de carga, no significa que nuestros cuerpos también puedan hacerlo - aclaró Olma, prosiguiendo- la nave tiene asombrosas posibilidades de maniobra, muy fáciles de realizar ya que sólo es cuestión de generar los procedimientos. Pero a tan altas velocidades es aconsejable no arriesgar nuestros cuerpos a la posibilidad de ejecutar un código de maniobra inadecuado no para ella sino para nosotros. Por eso siempre que entramos en una situación que puede crear imprevistos, utilizamos los asientos y de esa manera solo tenemos que pensar en la nave - concluyó.
Y por supuesto,­ ¡ no se les ocurriría dejar de hacerlo ante ninguna circunstancia ! - refunfuñé molesto por su lógica disciplinaria.
Mientras tanto, las aguas del Atlántico Sur, fieles a su naturaleza, se azotaban entre sí, debajo nuestro. Zhurit, manipuló el teclado de una consola y un momento después, el aparato se inclinó y comenzó a descender hacia las aguas.
Pero, ¿Qué diablos están haciendo? - me pregunté a mi mismo, asustado; si el disco era básicamente un generador eléctrico como es que podían "meterlo en el agua".
No dije nada; ya me había acostumbrado a las imposibilidades, posibles entre ellos. El ala aceleró su giro, cambiando de color a medida que acrecentaba la velocidad; luego, penetró en el agua lentamente y sin alteraciones, como la hoja de un cuchillo entra en un trozo de manteca: pero estaba atravesando el oleaje furioso del Atlántico Sur, un mar acostumbrado a zarandear navíos de miles de toneladas de peso.
Ya bajo la superficie, el plato descendió lentamente. La claridad exterior, acrecentada por la luminosidad del aparato, nos mostraba un paisaje fantasmagórico a nuestro alrededor. Estábamos en la zona de aguas profundas, inmersos en una tonalidad verde-azulada, que nos dejaba ver cardúmenes de atunes, calamares y otros peces.
Cuando la luz decreció, supe que estábamos alrededor de los doscientos metros de profundidad. Poco después, un calamar gigante se pudo ver a poca distancia; desde allí, la luz se redujo cada vez más, hasta quedar supeditada a la que originaba el aparato. Luego, hasta esa luz fue insuficiente para alterar la negrura de la profundidad.
Cuando mis ojos vieron, peces, calamares y crustáceos color rojo, recordé que eso sucedía alrededor de los seiscientos metros; y desde allí, la oscuridad total fue apenas matizada por la luminosidad del disco; ya estábamos en la zona batial.
Más tarde, vi pasar horribles peces de desproporcionadas cabezas y enormes dientes, algunos con largos cuerpos de serpientes llenos de espinas, que surgían de una cabeza mezcla de pez y pájaro. Raros pulpos de ojos protuberantes, serpientes con cabezas de mandíbulas enormes y dientes salientes. Estábamos ante animales pelágicos que emitían su propia luz. Era la fauna abisal; algunos de esos monstruos de la perpetua oscuridad oceánica, podrían ser dignas mascotas del mismísimo Drácula; ¡Como que la mayoría eran necrófagos!
Olma y Zhurit me flanqueaban, parados a mi lado, mientras yo intentaba penetrar la oscuridad con mis ojos, asustándome y echándome hacia atrás cada vez que aparecía un monstruo frente a nosotros.
Entonces, La oscuridad pareció ceder un poco, algo iluminaba el agua a nuestro alrededor y no podía ser el Sol, porque seguíamos descendiendo y avanzando hacia el interior del Atlántico. Olma advirtió a Zhurit sobre un monitor y éste se abocó a leer un mensaje que apareció en pantalla y luego manipuló teclados con una velocidad adecuada a los largos y ágiles dedos de sus manos.
La nueva semi obscuridad del exterior, me permitía ya visualizar a cierta distancia, cuando un objeto cilíndrico oscuro, apareció a nuestro lado. Me quedé rígido mirando, lo que parecía ser el casco de un submarino, que nos acompañaba.
Olma y Zhurit bromeaban, dialogando frente a un monitor, como si no hubieran visto lo que viajaba a nuestro lado.
El objeto se apartó del plato y tuve la suficiente perspectiva como para observarlo. Era un tubo cilíndrico con las puntas ovoidales de unos cuatro metros de diámetro por diez o doce de largo; sin torre, sin ventanas, sin barandas, "nada".
-¿Qué cosa es ese submarino mutilado que nos escolta? -pregunté.
Olma y Zhurit se estaban comunicando con alguien a través del monitor, cuando me di vuelta.
- Ven a ver lo que hay adentro de él - solicitó ella.
- Tal vez cambies de opinión - agregó Zhurit riendo.
Me aproximé a la pantalla donde estaban y en ella vi el rostro de una jovencita de piel muy blanca, labios amarronados, ojos verdes y un cabello rojizo, cortado muy corto; que nos sonreía desde su puesto. Era realmente hermosa.
Volví mis ojos hacia el caño sin gracia que nos acompañaba, incrédulo sobre el contenido que me mostraba la pantalla.
- "Olma", ¿Qué es ese aparato y quién es ella ? - pregunté.
- Es un vehículo submarino de gran profundidad y la muchacha; un integrante de Seguridad, embajadora nuestra en esta colonia oceánica y hija de Antiza, a quien tú ya conociste - respondió.
- y además, muy parecida en sus actitudes a... Olma tapó la boca de Zhurit impidiéndole terminar la frase.
¡Hija de Antiza!, "valdría la pena conocerla", pero algo me preocupaba mas:
- ¿Colonia Oceánica? - murmuré.
- Mira - interrumpió Zhurit, tomándome suavemente de un hombro y haciéndome girar hacia el frente.
Lo que vi, aceleró mi corriente sanguínea, agregándole más adrenalina que la obtenida con los monstruos horripilantes que viera un rato antes: Iluminando la noche abisal con su luz interior, "un grupo de cúpulas transparentes resplandecían sobre el lecho oceánico".
- La, la colonia - dije, con la piel de gallina y la lengua pesada.
No sabía a qué profundidad estábamos, pero no podían ser menos de dos mil metros; tomando como referencia el echo de que a los quinientos o seiscientos metros, ya la oscuridad se hace total y nosotros habíamos viajado bastante tiempo en plena oscuridad.
Mientras nos acercábamos mis ojos no dejaban de asombrarse y mi cerebro se negaba a aceptar lo que le parecía imposible. Esas cúpulas que veía, estaban en un medio acuático de temperatura próxima al punto de congelación, siendo sometidas a una presión por centímetro cuadrado que no podía ser menor a doscientos kilos y una persona a esa profundidad estaría expuesta a más de tres millones de kilogramos de presión total, estando afuera de ellas. Y estas gentes no sólo vivían a esa profundidad, sino que entraban y salían de esas cúpulas a voluntad, a juzgar por la beldad que tripulaba el cigarro.
Ya estábamos arriba de las cúpulas, a considerable altura. El cigarro, no se despegaba de nosotros. Solicité tener una visión directa de lo que estaba abajo nuestro y Olma me la concedió. Entonces vi en la pantalla una cúpula central enorme, rodeada de seis menores que fácilmente tendrían unos trescientos metros de diámetro. Todas las menores estaban ocupadas por esferas distribuidas en distintos niveles, hasta llegar al techo. La mayor, albergaba en su interior cinco esferas más grandes dispuestas de la misma forma que en la ciudad de Olma. No se veía comunicación entre cúpulas pero adentro de cada una, ocupando los pasadizos y pasarelas y en los espacios libres, se observaban muchas personas. Algo había en esas personas que me resultaba diferente, pero no acertaba a saber qué era y la visión no era lo suficientemente nítida como para conformarme. Volví la mirada hacia Olma, quien reconociendo mi expresión, no me dio tiempo a preguntar nada.
-Si observas bien, verás que las cúpulas son dobles. Las exteriores son realmente cúpulas; las interiores son en realidad, la mitad superior de una esfera completa. La otra mitad de cada una está enterrada en el lecho oceánico. De un anillo aleta que tiene la esfera interior a nivel del suelo, surge la estructura de la cúpula exterior. El espacio entre las dos está lleno de un líquido de menor densidad que el agua, que cumple ciertas funciones específicas y otras anexas; Una de ellas por ejemplo podría ser la de obscurecerse, ocultando la existencia de las cúpulas a la detección visual. Las paredes de ambas están construidas en un espesor de diez centímetros y en un material cuya resistencia por centímetro de espesor, equivale a ocho centímetros de vuestro mejor acero.
- Las comunicaciones entre cúpulas se hallan bajo el lecho oceánico y un sistema de cámaras de compartimentos con esclusas, permite el ingreso de los tripulantes a sus vehículos y las salidas y entradas de los mismos desde estaciones de construcción especial.
La energía la obtienen, utilizando la presión y el movimiento del océano y la alimentación se prepara con elementos de la fauna oceánica de las distintas profundidades y cereales y frutos de sus propios sembradíos. La ciudad, está asentada sobre una meseta, parte de una cordillera submarina, la cual aporta los elementos minerales, siendo trabajada con la misma intensidad que la cordillera exterior que trabajamos nosotros.
La organización social, tecnología y filosofía conceptual es idéntica a la nuestra, adaptada a su medio. Tienen una estructura de conducción autónoma en todos los temas de interés local y dependiente de nuestra Regencia en todo lo de interés general.
Olma estaba realizando una descripción como para que no me quedaran preguntas; sin embargo, pregunté:
- ¿Cómo pueden vivir expuestos permanentemente a las enormes presiones del océano?
- ¿Como pueden vivir ustedes expuestos al frío, calor, lluvia, nieve, granizo, huracanes, tornados, volcanes, pestes, hambre, guerras, etc.? - respondió.
Me quedé mirándola y no contesté; entonces ella prosiguió:
- Disponemos de una superficie que cubre el setenta por ciento del planeta, con enormes recursos para abastecer nuestras necesidades, sin dependencias climatológicas en nuestra movilidad ni en nuestra cotidianidad; nuestros hábitat y hábitos de vida, no son alterados nunca por acontecimientos impredecibles. Lo que se proyecta, se realiza. No hay barreras idiomáticas, ideológicas, políticas, nacionalistas, religiosas ni económicas. El único peligro natural -la presión- está absolutamente controlado, sólo tenemos un peligro impredecible aunque afortunadamente también controlable: "Ustedes".
Yo, ya estaba cansado de tener tantas culpas como representante de "la humanidad", pero era cierto; para ellos los únicos peligros impredecibles podían venir de nosotros. Pero ellos...¿ Cuantos eran ellos ?: Tomé conciencia de que no lo sabía y realicé la pregunta:
- ¿Cuantas colonias como éstas existen en el mundo?
- ¿Oceánicas?, algunos centenares - me contestó Zhurit.
- ¡Algunos centenares ! - exclamé asombrado.
- Por supuesto que son menores que tus ciudades - aclaró Zhurit -utilizamos un principio aprendido de nuestros maestros que entre ustedes sólo utilizaron los Griegos: "Nunca una poli demasiado grande".
- ¿Y afuera del océano hay más ? - proseguí.
- Hay más, pero no son datos que yo pueda darte - me replicó.
- Por si estás pensando estratégicamente, te daré pautas -intercedió Olma- somos muchos menos que ustedes, porque en nuestra sociedad, nunca vino nadie a la vida, sin que se haya
preparado antes su lugar en el medio que va a habitar. Ese es nuestro primer acto de amor hacia el que viene; "Asegurarle la vida". Somos una sociedad homogénea, con la misma intelectualdad básica, los mismos intereses sociales y los mismos recursos tecnológicos; nos rigen las mismas leyes y se aplica la misma justicia por igual, en todos lados y a toda la gente. Cuando se descubre un recurso, lo aprovechamos todos, cuando se desarrolla una tecnología, la utilizamos todos y, lo más importante: "Cuando nos acecha un peligro, nos defendemos todos".
La forma en que dijo las últimas palabras, podía interpretarse fácilmente como una advertencia. Me quedé pensando en la extraña agresividad de Olma y en el hecho concreto de que nosotros, varios miles de millones de habitantes en la superficie del planeta, no éramos más que manadas de necios, inmersos en intereses mezquinos y ellos, no sé si un millón o diez millones de habitantes, ocultos en los lechos oceánicos o en lugares secretos, eran en realidad la única civilización de la tierra.
Zhurit nos llamó hacia el monitor mediante el cual se comunicaba visualmente con el cigarro. En la pantalla seguía el precioso rostro de la pelirroja y debajo una serie de mensajes. Ambos se reían, Olma permaneció inmutable y yo no tuve la menor posibilidad de comprender lo que estaba pasando.
El cigarro se apartó de nosotros y se alejó. Olma, con el ceño fruncido escuchaba a Zhurit. Yo mientras tanto me entretenía observando la ciudad imposible que teníamos debajo.
El plato se puso en movimiento desplazándose en forma horizontal. Cuando estábamos a cierta distancia de las cúpulas empezó a descender verticalmente. Pronto estuvimos al mismo nivel de sus bases y entonces pude apreciar la magnitud del tamaño que tenían. Luego, desaparecieron de mi vista y fue otra vez la total oscuridad. Evidentemente descendíamos en una fosa oceánica, uno de los costados de la meseta que mencionaran como asiento de la ciudad. Nos detuvimos en breve frente a seis círculos formados con luces en la pared de la meseta y cuando en uno de ellos, las luces cambiaron de color; avanzamos hacia la montaña.
Entramos en un túnel cilíndrico demarcado por luces longitudinales que se veían como tenues rayas en medio de la gran obscuridad. Recorrimos un trecho, nos detuvimos y luego volvimos a avanzar. Cuando nos detuvimos por segunda vez, el túnel se iluminó y pude ver que estábamos adentro de un cilindro excavado en la roca, en donde ya no había agua y que teníamos una puerta adelante y una detrás. Evidentemente estábamos adentro del sistema de esclusas que permitía la entrada al lugar. Avanzamos y nos detuvimos dos veces más y al fin entramos en una caverna enorme y toda iluminada parecida a la que albergaba el centro fabril de donde saliéramos.
La burana se detuvo y quedó asentada sobre sus gráciles patas.
- ¡Tú te quedas en la nave! - ordenó Olma mientras se introducía en el conducto que la llevaba hacia abajo, seguida por Zhurit, quien lucía una amplia sonrisa en su cara.
Resignado, me acerqué a la consola que me permitiría observar que pasaba abajo. Grande fue mi sorpresa al ver que quienes recibían a Olma, eran todos hombrecitos de tez amarillenta que apenas pasaban el metro de altura.
"Eran los hombres del planeta rojo", no había duda y eso era lo que me había llamado la atención adentro de las cúpulas "la relación de tamaño entre las cosas".
Olma y Zhurit se alejaron conversando con sus anfitriones y yo aproveché para indagar visualmente el lugar. Todos los individuos que se veían eran pequeños salvo el conductor del vehículo en que partieron mis compañeros de vuelo.
Parado mirando al frente desde la cúpula no advertí la llegada de nadie hasta que los
instrumentos me lo advirtieron. Cuando me di vuelta, desde el cilindro central asomaba la pelirroja que viera por el monitor.
- ¡Bienvenido Teniente!, "es todo un placer saludar a un ejemplar humano como usted en este reino de Liliput".
Supe que tendría problemas, cuando me di cuenta que la criatura que entraba era de hábitos parecidos a los de Ormoní y que además era una belleza espeluznante, imposible de rechazar. Venía vestida con un pantalón rojo pegado al cuerpo, pero en lugar de la casaca superior vestía una media casaca que terminaba poco más arriba de su ombligo y le dejaba el vientre y también los brazos al descubierto. Tenía la piel blanca aporcelanada y un cuerpo gimnástico con abundancia de todo menos en su cinturita que podía abarcarse con las dos manos.
- ¡Ho, hola!, ¿que tal? - dije como un idiota.
- ¡Hoola!, yo soy Antina. ¿Eres tú ese primitivo muchachote del exterior que nos está visitando desde hace unos días?
- ¡Sí!, Bueno, creo, creo que sí - dije balbuceante.
- Bueno, como dije antes, Teniente; ¡Bienvenido!
Se acercó a mí, me tomó las manos, las colocó sobre su desnuda cintura y dijo:
- Quiero besarte, pero vas a tener que ayudarme- ¿sí?
Se paró sobre mis pies para darse más altura y como aún así no llegaba, la levanté con mis manos. Se colgó de mi cuello se pegó a mi cuerpo y posó sus labios sobre mi boca, la que recorrió a gusto para terminar mordisqueándome el labio inferior levemente.
La cabeza se me fue al diablo pero en ese momento se sintió la voz de Olma:
- Creo que será prudente en nuestra próxima visita a esta colonia, dejar la nave resguardada contra posibles asaltos. ¿ No lo crees así Zhurit ?
La pequeña se desprendió de mí y contestó sin inmutarse:
- ¡Olma querida, cuanto celo "profesional", resguardar la nave de la visita de tus propios diplomáticos!
- Querida Antina, ¿algún mensaje para tu madre quizás?, supongo que no debo comentar la "informalidad" de tu uniforme en este lugar.
- ¡Oh no querida, yo sé que tú no lo harías!, sólo dile que su "blancanieves" ya está cansada de
andar entre tantos enanitos - y diciendo esto se dirigió hacia el conducto de salida mientras Olma decía:
- Tal vez tengamos que incrementar la dotación de nuestros hombres en este lugar aunque tenía entendido que era bastante numerosa.
- Es verdad querida, para algunas mujeres toda una multitud - y dirigiéndose a mi prosiguió:
- De cualquier manera fue un placer, Teniente; espero volver a verlo en un lugar más adecuado.
Cuando la pelirroja se alejó hacia el interior de la caverna, Olma se dirigió a su asiento diciendo:
- ¡Partimos! -
Zhurit señaló mi asiento y cuando comprobó que mis auriculares estaban bien , se dirigió al suyo. Pronto abandonamos las esclusas y en cuanto la "realidad virtual" me envolvió, experimenté la más extraña experiencia que puede soportar un hombre: estar flotando en los abismos abisales aferrado a un asiento, semi-iluminado por la luz de la más fantástica ciudad que pueda imaginarse.
Cuando el plato ascendió empezó lo peor: A mi alrededor se movían los horribles animales que viera antes, pero esta vez con la desagradable sensación de que podían tocarme. Cuando la luz de la ciudad ya no fue suficiente para iluminar la negrura del abismo, mi asiento flotaba en una estremecedora obscuridad, en la cual aparecían a cada momento, monstruosas criaturas de aterradora realidad, mirándome con sus ojos fosforescentes. Tuve miedo, un miedo que sólo pude atemperar, tomando conciencia de que existía el asiento, cerrando los ojos y aferrándome fuertemente a él.
Cuando el mar tuvo luz otra vez, la misma situación se revirtió; estar flotando entre cardúmenes de atunes podría haber sido disfrutable, pero había estado sometido a una tensión insoportable en la negrura abisal y decidí seguir con los ojos cerrados. Traté de recordar cómo se hacía para bajar la temperatura del traje, que a esa altura de los acontecimientos se había vuelto insoportable.
Abrí los ojos un momento antes de llegar a la superficie, justo para apreciar que el
plato había tomado mayor velocidad. Salió del océano con la misma suavidad que había entrado y sin una vibración, pasó del agua al aire.
Luego ascendió vertiginosamente en forma vertical, realizó una serie de piruetas dantescas en el trayecto, se estabilizó luego en horizontal y partió desde el Atlántico hacia el continente, a una velocidad imposible de calcular; pude visualizar la Cordillera de los Andes a segundos de haber abandonado el mar.
Una pregunta giraba en mi cabeza: ¿Qué pasaba con Olma; acaso me quería matar ?

Continua en: Capitulo 9













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