martes, 21 de julio de 2009

VOLVER - Epilogo.










Pedro Lapido Estran
El Arca de las Nieves Eternas
VOLVER (Epilogo)



Parado entre las flores, contemplaba el vehículo suspendido en el aire, mientras los colibríes volaban a mí alrededor ¡Había vuelto! Sin recordar nada sobre el lugar, había vuelto. Di gracias a esa maravillosa compulsión que por momentos casi me enloqueciera. Sólo deseaba que no fuera demasiado tarde.Me abrí paso entre las plantas, tratando de no perturbar a las aves. Gerónimo caminaba adelante mío como si supiera lo que correspondía hacer en ese momento. Cuando llegó a la rampa que estaba demasiado alta para el, comenzó a ladrar mirándome. Lo alcé y lo coloqué sobre ella. Subió, como si el aparato le fuera familiar. Comenzó a olfatear el perímetro de los asientos y yo me apresuré a subir antes de que se le ocurriera levantar alguna de sus patas para marcar el nuevo territorio; pero no lo intentó, sólo levantó su hocico y flexionándose, saltó para arrellanarse luego en medio de los globo asientos y desde allí esperar mi llegada observándome con una mirada de resignación que sólo yo conocía en toda su significación.El ya sabía lo que teníamos que hacer y eso me demostraba una vez más, nuestra simbiosis. Lo tranquilicé acariciándole la cabecita y me senté a su lado. El se reacomodó poniendo su hocico atravesado sobre mi pierna. La puerta se cerró y el aparato comenzó su desplazamiento. El paisaje se repetía, era el mismo de diecisiete años atrás. Volvía; volvía y esta vez para siempre.Pero yo, ya no era el mismo; como no era el mismo mi mundo. Ellos habían dicho la verdad. Por un momento tuve miedo de encontrarme con ella. Alcé a mi perro, abrazándolo contra mi pecho, sintiendo el calor y la suavidad de su piel. Me lamió suavemente una mano y le di un beso en una de sus orejas. Pensé en cuanto lo amaba. Le había entregado 17 años de mi vida, y ahora que lo sabía, no me arrepentía, sólo tenía miedo de enfrentarme a la nueva realidad.Me paré y avancé hacia el frente del vehículo con él en mis brazos. Y nuevamente disfruté de alerces, radales y pellines y del arroyo, los peces y las flores. Las aves, se apartaban sin alterarse ante el desplazamiento del aparato y Gerónimo giraba la cabeza siguiendo sus evoluciones con curiosidad.Transcurrió un tiempo de deleite hasta que noté que aparecían los cipreses y el aparato se elevaba. Cuando los observé mas espaciados, supe que llegábamos. Mi corazón aceleraba sus latidos y mis ojos horadaban la distancia; hasta que apareció frente a ellos aquella insólita construcción tubular que me asombrara tantos años antes. Allí estaba "la ciudad", esa especie de plataforma espacial asentada sobre una vegetación exuberante.El momento crucial se aproximaba. Todo era igual. Las sombras veloces que se advertían adentro de los enormes tubos, las esferas multicolores diseminadas entre la vegetación. El tiempo dejó de existir, rodeamos la esfera amarilla y la azul, el vehículo interrumpió su giro y avanzó directamente hacia la roja. De la delgada plataforma donde descenderíamos se alejaba en ese momento una Burana emitiendo sus destellos casi mágicos.Nos detuvimos en el aire, descendiendo verticalmente. El comité de recepción que me aguardaba esta vez, era más impactante que el gigante Agedor. Estaban todos: Ramalú y Kingston, Labianí y Livingstone, Lahí y Georgesen, y estaban iguales a como los dejé diez y siete años atrás. Tuve miedo de que mis ojos, siguieran recorriendo el grupo que aguardaba mi llegada. ¿Estaría ella también? ¿Y en ese caso que pensaría de mi? Ella había despedido a un esbelto piloto de combate ¿y que recibía ahora? Recibía a un señor maduro cargado con diecisiete años de angustia, con el cabello ralo y entrecano y dolores en todo su cuerpo.No la veía y la comprendí. ¡Si yo la había abandonado por un perro! ¡Tenía todo el derecho de elegir a otro hombre y seguramente lo habría hecho! Bajé por la rampa. Recibí un formal saludo de Agedor y su gente y luego fui rodeado por los que me esperaban, besado y apretado entre sonrisas sin que yo tomara conciencia de lo que pasaba. No podía escuchar lo que me decían. Contestaba incoherentemente mientras mis ojos buscaban y mi pecho ensayaba su más acompasada taquicardia.Y de pronto, se abrió la puerta de un elevador y alguien salió corriendo hacia nosotros: Era ella. Estaba igual, tremendamente hermosa enfundada en su traje de seguridad. Se acercó, mientras yo me deleitaba en sus verdes ojos orientales, sus largos cabellos rubios, su rostro de niña, su piel blanca.Me estremecí, paralizado de miedo. Hasta que estiró sus brazos hacia mí. Quise estirar mis brazos para abrazarla, pero entonces Gerónimo se echó sobre los brazos de ella impidiéndomelo. Ramalú intervino sacándolo de sus brazos y diciendo:¡Ven conmigo, ha llegado la hora de que pases a segundo plano!Y mientras todos reían, Olma y yo nos abrazamos llorando. Los rayos del Sol atravesando la niebla, decoraban la escena con múltiples Arco Iris. Mi larga oscuridad se iluminaba al fin…

FIN

Autor :Pedro Lapido Estran - Poeta y escritor Argentino
Director/Web Master de
www.iespana.es/arcablanca

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