miércoles, 22 de julio de 2009

Introito.



Pedro Lapido Estran

El Arca de las Nieves Eternas
La mágica Novela de un Poeta.
No se la pierda: ¡Sueñe con nosotros!

Introito

COMODORO RIVADAVIA - AÑ0 1973 - REPUBLICA ARGENTINA


Amanece; Estoy acostado en mi cama, aunque no duermo: "Vago en ese limbo que separa la vigilia del sueño".Pienso y me reconozco… Mi nombre es Gonzalo Haffner, Argentino, nacido el 28 de Abril de 1943 en Esquel, provincia de Chubut.
Algo se mueve a mi lado; deslizo mi mano izquierda hasta tocar un cuerpo caliente, y mis dedos reconocen un pelo suave y corto. Es Gerónimo, mi perro Dachshund, color marrón, a quien amo entrañablemente. Ronca con su cabeza apoyada en una almohada, que esta a pocos centímetros de la mía. Lo hace con las cortas patas estiradas, distendido, tal vez feliz.
Siento el cabello mojado sobre la nuca; o la calefacción está muy alta o me he tapado demasiado durante la noche. Me alerta el zumbido de un moscón revoloteando sobre mi cara; (reniego de los entendidos que afirman que los dípteros no viven en el frío) Se le ocurre posarse en ella y pongo en movimiento una mano para espantarlo.
El gesto despierta a mi perro. No abro los ojos pero siento que cambia la posición de su cuerpo.El insecto sigue molestando, pasa y pasa una y otra vez. Se oye el chasquido de los dientes de Gerónimo al cerrar la boca con rapidez. El moscardón ya no vuela y mi perro ha ingerido unos gramos de proteínas y terminado con el visitante molesto.
Sobre mi mesa de luz, descansa el libro de un poeta español que admiro. Su contenido y su continente parecerían no coincidir con mi persona, pero es un libro que amo. En su portada dice: “Rimas” Gustavo Adolfo Bécquer.
Soy un hombre alto y corpulento. Solitario, algo huraño e irónico con quienes me son indiferentes. Hijo de un guardabosque alemán, naturalizado Argentino y de una mujer, natural del país, de sangre pehuenche y española, cuyo nombre indígena era "Aleu Liú"-Estrella Blanca-Trabajo en la Fuerza Aérea Argentina con el grado de teniente y me entreno específicamente como piloto de combate. Creo que soy militar por las convicciones de mis padres, quienes amaban a la tierra que les daba el sustento y hubieran dado la vida por defenderla.
Abro los ojos y los fijo sobre mi segundo libro preferido. En su portada dice: “La Patria” Julia Prilutzky Farny. Y no puedo dejar de repetir algunos de sus versos; Versos que recuerdo más aún cuando estoy en la cabina de mi avión rodeado de cielo y con mi tierra abajo:
Donde nunca se esta del todo solo / donde cualquier umbral es la morada./ Donde se quiere arar. Y dar un hijo. / Y se quiere morir, está la patria.
Estoy franco de servicio, aprovecho para dormir lo más que puedo y cultivar alguna que otra amistad. No me gusta el tumulto ni la gente ruidosa. Me molesta la situación social de mi País y rehuyo a las personas agresivas, no por lo que ellas pudieran hacerme, sino por temor a que despierten mi propia agresividad, que suele ser incontrolable.
Me restrego los ojos con mis dedos en un gesto reflejo. Gerónimo me está mirando con los que siempre me parecen los ojos más nobles del mundo. El reloj indica que faltan pocos minutos para las cinco de la mañana; me estiro desperezándome ya desvelado y me entretengo unos minutos tratando de adivinar imágenes en la ilusión óptica que produce la fijación de mi vista sobre los dibujos del empapelado de las paredes.
El timbre del departamento altera mi distensión y provoca una explosión en mi cama cuando los músculos de mi perro se ponen en acción. Intento detenerlo, pero fracaso. Cuando bajo mis pies de la cama el salchicha ya traspone la puerta de la habitación, acompañando la acción de sus patas con la de sus pulmones y convirtiendo al departamento en un pandemonio de ladridos.
Descalzo, enfundo mi cuerpo desnudo en una bata y me dirijo a la sala. A los dos o tres pasos piso una de las pelotas de tenis (juguete preferido de mi perro) y aterrizo con mis ochenta kilos sobre la alfombra, no precisamente en tres puntos. (1) Insulto al perro, a la pelota, a mi mismo y paso al Living con el humor averiado para levantar a mi perro por el cuero de su cogote y colocarlo bajo mi brazo izquierdo logrando que se calle. Al fin, ya estoy como todos los días; malhumorado y despierto. Soy el perfecto piloto de combate.
Un cadete de la base, profusamente abrigado, me saludó al abrir la puerta: Conteste con desgano y lo invite a tomar un café indicándole la cocina que el chico ya conocía. Flanqueado por Gerónimo el muchacho desapareció y yo abrí el sobre:
Un teniente asignado como piloto a un grupo científico extranjero, había enfermado de rubéola en la víspera y el Comodoro consideraba que el piloto adecuado para el reemplazo era yo. Esta vez mis insultos cayeron sobre el Comodoro, la Fuerza Aérea y mi suerte, atrayendo al cadete y provocando nuevos ladridos de mi perro. Calmé la intranquilidad del muchacho, acompañándolo de regreso a la cocina y me preparé un mate mientras él terminaba su café. Le hice algunas preguntas intrascendentes sobre la base y más tarde lo despedí para bañarme y vestirme.
Aunque el Comodoro me quería en la Base dos horas después; en una hora estuve listo. Apuré mi último mate, cuidé que el recipiente de agua de Gero quedara lleno, le di un beso en el hocico que él retribuyó con un certero lambetazo en mi oreja derecha, cerré mi departamento y pasé una nota por debajo de la puerta de mi vecina, a quien siempre le dejaba una llave. En el subsuelo puse en marcha el auto y encendí la radio. La mañana iba a recibirme con cuatro grados bajo cero y un viento que bajaba aún más la sensación térmica. Salí a la calle corrigiendo la posición de un espejo lateral y así pude escuchar como un tipo que viajaba en bicicleta, aterido de frío, iba cantando mientras pedaleaba. Pensé en el grado de alegría o tristeza, que motivaría a ese hombre, para cantar en vez de maldecir su suerte.
Dejé el vidrio semi bajo a pesar del frío, me agradaba respirar el aire de la mañana, impregnado de olor a petróleo o a pescado, según fuera la dirección del viento. Me dirigí a la base, manejando muy despacio; las sorpresas que daba el agua congelada sobre el pavimento, no eran de mi agrado; sobre todo al pagar la cuenta del chapista. Al cruzar la primera bocacalle, sobre una vereda y bajo la luz, pude ver a un cusco (2) de color pardo evacuando sus tripitas, temblando de frío y despidiendo heces calientes que arrojaban vapor. Recordé a Gerónimo, que en ese momento estaría durmiendo bajo mis frazadas y pensé si la libertad de ese animalito no era demasiado cara para él. Después, concluí entendiendo que hasta los perros en la sociedad humana estaban sujetos a un sistema perverso.
Más tarde, el Comodoro sonreía subrepticiamente ante mis protestas por la designación, limitándose a poner en mis manos sus órdenes, después de haberme explicado en qué consistía mi función.


1) Tres Puntos: En Aeronáutica, cuando el avión apoya las tres ruedas al mismo tiempo.

2) Cusco: De la voz "Cuz" (interjección con que se llama a los perros) En este caso puede interpretarse como
perrito pequeño y bullanguero.


Continua en Capitulo 1

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